61

98 17 6
                                    

—Atrévete a dar un paso y te juro que esta vez te mato —amenaza Mors a Kim con frialdad.

Su semblante ha pasado de la ternura a la preocupación, y de la preocupación a una ira evidente que le hace tensar su mandíbula y fulminar asesinamente a Kim con la mirada. Sus ojos se tornan rojos.

—Si eso fuera verdad, ya lo hubieras hecho el otro día —responde ella con un tono juguetón y dulzón, y su sonrisa se ensancha—, pero, por lo visto, tus acciones te delatan: sigues teniéndome en estima, aunque no quieres admitirlo...

—¡Cállate! —ordena Mors bruscamente, y se pone justo delante de mí, a modo de gesto protector.

Me da la espalda para interponerse entre el espacio que hay entre Kim y nosotros, y sus brazos se extienden en torno a mis costados.

—Y, si tú tuvieras la mitad de las agallas de las que aparentas tener, hubieras venido sola —continúa él—, pero ya veo que no es lo tuyo, ¿eh?

Repentinamente, reconozco la atlética figura de Nikola; el nerviosismo en el cuerpo de Spencer; y el aturdimiento de Isaac, quien da pasos vacilantes.

Genial, lo que yo quería.

Los tres mantienen distancia entre sí, rodeándonos a Mors y a mí, así como a la tumba de mis padres, acorralándonos. No obstante, lo que más me sorprende es toparme con los ojos azules de alguien que no veo desde hace días: Riley. Ella también está aquí.

Por lo visto, Mors también se ha percatado de ello.

—Tú —le dice acusadoramente—. ¿Qué diablos? —Noto desconcierto en su voz—. Mierda, Kim te avisó antes de que la encerráramos y has venido desde Vancouver en vez de estar allí como te indiqué... —maldice—. Y ahora estás tú también en mi contra, Riley.

Y, de nuevo, Kim sonríe.

—Ay, Mors —se lamenta ella falsamente—, ya sabes que no es nada personal. No vamos en contra de ti; vamos en contra de ella —su voz se enfría y me señala con un dedo acusador—. Últimamente no te reconozco...

—Te estás metiendo en un problema, Kim —repone Mors autoritariamente—. Todos lo estáis, y esta vez no pienso tener piedad, os lo prometo.

Sus últimas palabras las dice entre dientes. A estas alturas, su rostro debe ser el de la Muerte en su puro esplendor. Puedo percibirlo en su voz y en cómo se tensa cada músculo de su espalda y sus brazos.

—Lo siento, Mors —dice Nikola, con su acento polaco marcado y un pesar sincero en su rostro—. Ya estamos hartos de este juego. Ella tiene que morir.

No nos dan tiempo a reaccionar, pues las palabras de la polaca sentencian mi destino y se desencadena el caos a nuestro alrededor: entran en escena figuras que habíamos pasado por alto hasta ahora. Seis jóvenes se acercan corriendo, acorralándonos en círculo, hacia nosotros.

Al principio no entiendo de dónde han aparecido, pero en una fracción de segundo reconozco a la única chica que reclutaron en la criba de Seattle. Por tanto, eso me hace entender que los mortems veteranos están poniendo en primera fila de batalla a los novatos para que empiecen a hacer el trabajo sucio, como si fueran sus marionetas. Excepto Isaac, claro: él es demasiado valioso para manipularme, y Kim lo sabe.

Los seis novatos se enzarzan en una lucha contra Mors, quien no deja de cubrirme las espaldas. Los movimientos por ambas partes son tan veloces que no me da tiempo a reaccionar o intentar canalizar mis poderes contra los mortems. Lo único que veo son borrones oscuros por encima de la nieve, así como la presencia protectora de Mors rodeándome en un círculo definido para impedir que ninguno de ellos me ponga la mano encima.

Hasta que la vida nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora