Capítulo 13: dignidad perdida...parte mil.

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ATENEA

Tenía el culo al aire. ¡El culo al aire! Santo cielo, no sabía que se te podía poner la piel de gallina allí, pero vaya, sí que se podía.

Lo más frustrante de todo es que no me lo podía tapar. Primero, porque si me ponía boca arriba Cameron iba a ver a mis gemelas, y segundo, porque no me daba el ángulo. Y bueno, porque no pensaba decirle a él que me lo tapara. No, señor. Algo de dignidad todavía me quedaba. Aunque quizás, luego de lo de ayer, no mucha. Quería enterrar la cara en la tierra, como un ñandú. Todo lo que le había dicho...y lo que me había dicho...

Y lo que me mostró...

Sí, recordaba todo. Sin detalles, claro, pero sabía lo que había pasado. Y lo único que tengo para decir es que su amiguito es gigante.

Y no lo decía por la tienda de campaña que tenía ahora, a un centímetro de mí.

—Ayer dijiste cosas confusas—dije, recordando un poco más.

Él asintió y puso una mano detrás de su cabeza, dejando a pleno resplandor su asombroso bícep.

—Tú también. Me has llamado Bob.

Lo miré...y comencé a reírme. Bien, no recordaba todo, pero sí lo más importante.

—Cielos...

—¿Por qué "Bob"? Hay muchos otros nombres para llamar a alguien.

Suspiré.

—Te vas a reír si te digo la verdadera razón.

Sonrió de costado.

—Probablemente lo haga.

Puse los ojos en blanco.

—Cretino.

—Listilla.

—Idiota.

—Eh—frunció el ceño—mi artillería de insultos fuertes todavía esta guardada. Pero no cambiemos de tema y cuéntame por qué me has dicho Bob.

Suspiré.

—Si te ríes, te pellizcaré un pezón. Y no de una manera agradable—le advertí.

Él formó una fina línea con sus labios y asintió.

—De acuerdo. Pero quizás debas saber que tengo tendencias masoquistas...

Toda mi cara se arrugó y en seguida largó una carcajada.

—Es broma, es broma. Solo cuéntame.

Respiré hondo y allí fui.

—Hay alguna posibilidad de que lo haya dicho porque me gustan mucho los Minions.

Su semblante serio tembló un poco y supe que se quería reír.

—Y hay un minion que se llama Bob, que es mi favorito—seguí diciendo con cuidado.

Asintió y cerró los ojos nos instantes.

—Nunca he hecho tanta fuerza para no reírme de algo—dijo a duras penas.

Suspiré.

—Esta bien, ríete si quieres, no me importa si...

Largó una carcajada que se notaba que había sido contenida y me contagio un poco. Su voz estaba más ronca de lo normal y fue la risa más sexy del mundo.

—No puedo creer que tu mente me haya relacionado con un minion.

—Yo tampoco.

Se me quedó mirando unos instantes, y luego se movió sin previo aviso. En menos de un segundo, lo tenía encima de mí. Había girado mi cuerpo y ahora mi espalda estaba tocando el colchón.

—¿Qué haces?—mi voz salió más aguda de lo normal.

Él se las arregló para encogerse de hombros y apoyarse en un codo.

—Admiro las vistas—su mirada bajó y bajó...

¡Santo dios, mis gemelas! Lancé un gritito y tiré de la remera hacia abajo, pero no cedía. Estaba atascada con quien sabe qué.

—Déjame—dijo Cameron, sin darme tiempo a reaccionar. Me miró a los ojos y comenzó a bajarme la remera, desenganchándola de mi espalda.

A medida que la tela iba rozando mis partes, mi corazón se aceleraba más.

—Dime—dijo, una vez que todo mi cuerpo estaba cubierto—. ¿Qué es lo que más te apetece ahora?

Tragué saliva.

—¿Qué no hubieras visto mis partes más preciadas?

Negó con la cabeza.

—Eso es irreversible. Así que, dime otra cosa—hundió su cara en mi cuello, y dio un beso allí. Donde el pulso latía.

Madre santa. Esto estaba pasando.

—Pues...—carraspeé—. La verdad, es que tengo ganas de muchas cosas.

—Dime alguna—volvió a depositar otro beso, pero esta vez en mi barbilla.

—Hm—hice de cuenta que pensaba, aunque en realidad todas las posiciones del Kamasutra pasaban por mi mente.—Yo...tengo ganas de comer helado. De chocolate.

Comenzó a reír y dejó caer su cabeza contra mi pecho. No pude evitarlo y enredé mi mano con su pelo.

—¿Un helado de chocolate? ¿En serio? ¿No preferirías mejor, no sé, un bombón como yo?

Largué una carcajada.

—No puedo creer que hayas dicho eso.

—Ya—su mano trazó círculos en mi estómago, y automáticamente me estremecí.—Aparte del helado, ¿hay algo más que te apetezca?

Relamí mis labios y seguí tocando su pelo. No había forma, ni en un millón de años, que le dijera lo que quería. Podía ser directa e impulsiva, pero había límites.

—No lo sé. Creo que es más fácil que me preguntes lo que no quiero.

Se incorporó de nuevo sobre sus codos, y me miró.

—¿Qué cosa no quieres?

Mordí mi labio.

—No quiero que te vayas.

Sonrió de costado y se acercó más a mí. Mi respiración se aceleró y pude ver que la de él también. Nuestras bocas estaban a centímetros de distancia. Lo miré a los ojos y vi que los suyos estaban pegados a mis labios.

—¿Cam?—susurré.

Él gruñó. No pude evitar reír.

—¿Terminarás con este sufrimiento de una vez por todas?—mi voz era casi inaudible.

Tragó saliva y por fin, me miró a los ojos. Un torbellino bajó por mi pecho y se quedó ahí.

—No sabes las ganas que tengo, pero...—comenzó a decir, pero lo interrumpí:

—Oh, no—Me acerqué mas.—Me importan una mierda tus reglas. Aparte, besarse no es lo mismo que tener sexo.

Rio entre dientes y mordió su labio.

—Tienes una boca muy sucia, ¿lo sabes?

Asentí y todavía me acerqué más. Ya respirábamos el mismo aire. Sentíamos la misma energía. Estábamos en una burbuja irrompible. Y no pensaba desperdiciar este momento.

—Sabes—siguió diciendo, y posó su mano en mi nuca—en este momento generalmente las personas interrumpen y todo se desmorona.

Fruncí el ceño.

—¿Estas haciendo tiempo a ver si alguien nos interrumpe?

Sus ojos eran más oscuros que una noche tormentosa. Me miró, y sentí como si un rayo hubiese bajado por mi panza hacia el sur. Más y más abajo. Temblé un poco, y ya no aguante más.

—A la mierda.

Lo besé.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora