Capítulo 8

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Danka

Mientras los médicos me ofrecen su apoyo para levantar mi pesado cuerpo del suelo, observo por el rabillo del ojo como el príncipe Xaver abandona la sala en la que nos encontramos. La familia Banjaban me asegura que no habrá problema en que mi jornada laboral termine antes hoy, y que no permitirán que regrese a casa a pie. Me conducen en uno de sus grandes carruajes a través de las calles de los alrededores de Serfyx, hasta llegar a donde pertenezco; Deruv.

La llegada se había hecho más larga de lo que deseaba, y esperaba desesperadamente encontrar algo de comer al llegar a casa, ya que apenas había podido probar bocado ante la no respuesta de Mirka y el mal comportamiento hacia mí del príncipe Xaver.

Espero, aunque sé, que mi pobre madre no tendrá nada que ofrecerme para comer. Es nuestro pan de cada día, irónicamente hablando.

Agradezco que me hayan traído a casa en carruaje, no es la primera vez que me desmayo de camino a la mansión, o en cualquier otro momento; solo que nadie se había percatado de ello hasta ahora. Atravieso el sendero que tengo frente a mí cuando el carruaje me deja ante él. Este sendero está rodeado de oscuridad y a veces el temor por tener que enfrentarme a recorrerlo yo sola consigue inundar mi interior por completo.

«Son solo unos minutos», me recuerdo a mí misma mientras intento acabar con rapidez con los escasos pasos que me separan de mi destino.

Al llegar a casa veo a mi madre sentada en la mesa, y decido acompañarla mientras ella toma lo que parece ser un caldo de finas hierbas —Danka, cielo. ¿Qué haces ya en casa? ¿Va todo bien? —pregunta sobresaltada mientras cierro la puerta que se encuentra tras de mí. Coloco con cierta torpeza el abrigo que antes se encontraba sobre mis hombros en la mesa que se sitúa frente a mí y tomo asiento junto a ella —. Sí mamá, no te preocupes —Logro decir tratando de calmar su preocupación hacia mí.

Tras no lograr mi objetivo, esta me observa con la mirada clavada en cada movimiento que realizo mientras examina la razón por la que me encuentro así, aunque la realidad sea que ni yo misma la sé. Mi madre coloca frente a mí otro caldo de finas hierbas y yo sonrío débilmente agradeciendo de todo corazón poder tomar algo caliente, aunque solo sea un poco de agua con hierbas que ha encontrado a los alrededores de casa.

Trato de desviar su atención hacia otra cosa que no se base en la preocupación que siente hacia mí, y decido que el asunto perfecto para lograr tal objetivo no será otro más que hablar de la recién llegada del príncipe de Rumanía a la mansión de los Banjaban. Esta escucha con delicadeza durante minutos cada una de mis quejas mientras ríe sin cesar y comenta mediante susurros palabras que soy incapaz de descifrar. Tras acabar con dolor en el estómago ante la risa contagiosa que inunda a mi madre, y que consiguió abarcarme a mí más tarde, observo como la expresión sobre su rostro cambia y se convierte en un rotundo y profundo silencio.

—Tengo miedo, Danka —Consigue decir acabando con el tan incómodo silencio que nos había rodeado durante aquellos segundos. Frunzo el ceño ante el desconocimiento de lo que se esconde tras sus palabras, mientras que ella ignora dicho gesto y continua diciendo en apenas un hilo de voz —; sé que bajo tus quejas hay algo muy diferente de lo que hablas, Danka. Nadie había conseguido sacarte tanto de tus casillas que él, ni siquiera Mirka había logrado causar ese efecto en ti. Tienes carácter, cariño, y estás sacándolo de tu interior por alguien por el que no te puedes permitir sentir ninguna emoción. Ninguna, Danka —dice mientras alza el dedo índice y me apunta sutilmente con él —. No puedes sentir rabia o cuestionar el porqué de sus actos, tan solo debes cumplir con todo cuanto pida y no entrometerte en cuestiones que no te incumben. Sé que el nuevo príncipe será apuesto, pero, por favor hija, no te enamores de él. Y sobre todo —dice mientras suaviza su mirada y coloca su mano sobre la mía —, no trates de convencerme de que no te ha cautivado por completo. No trates de hacerte creer a ti misma que no se esconde nada bajo esa capa de furia de la que tanto hablas. ¿Porque sabes qué? —trata de encontrarse con mi mirada, mientras yo niego con la cabeza al desconocer de lo que hablará después —. Es la primera vez que alguien te llama la atención de verdad, pero prefieres ocultarlo porque sabes que está mal. Sabes que no se te está permitido; sabes que tengo razón.

La leyenda de RachellaWhere stories live. Discover now