XX. La entrega

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El sexo no es sólo un instinto humano primitivo. Dios no pudo crearlo sólo para la procreación, porque ante el mandamiento: "amaos los unos a los otros", el sexo podía representar un afecto que, aun sin el deseo de procrear, era necesario para las relaciones humanas. Entonces, ¿el deseo carnal sería tan decente, si fuera creado por Él, y no por el diablo?

Quería encontrar la distinción entre el deseo carnal y la lujuria, para que entonces me atreviera a rogar a Dios que fuera el creador de uno de ellos, y así disminuir mi decadencia. Pero en la duda y en el tormento estaba, pues incluso antes de esta súplica, sabía que no había diferencia. Yo era un cura, y anhelaba dejar que Victoria  me chupara de una forma tan lujuriosa que el diablo vendría a por mi alma antes de poder disfrutarla, tal era el deseo de estar en los labios de Victoria.

Y en este completo deseo que me llevaba encadenado, entré en el baño, descubriendo en los ojos verdes de Victoria, con sus brazos extendidos hacia mí como una santa a punto de salvarme, lo que me sacaría de la duda, porque vi lujuria en sus ojos, lujuria explícita al mirar mi cuerpo, lo mucho que me deseaba y, en cierto modo, lo implicado que estaba también. Y de mis pecados, ser emparejado fue el mayor de ellos, porque me llevó a sus brazos, más allá de la cabina de cristal de la ducha. Ser correspondido encendió una llama del infierno en mí al descubrir cuánto había anhelado esto: ser deseado de la misma manera que había anhelado chuparla y tenerla en mi boca.

- No te irás, ¿verdad?

- Esperabas que lo hiciera -confirmé su irónica frase, cerrando la sala de boxeo tras nosotros y volviéndome hacia ella, rodeando su cintura con mis manos y estrechándola contra mí. - ¿Qué habrías hecho si me hubiera ido?

Se rió, se apartó y frotó su cuerpo contra el mío, y abrió la ducha. El sonido del agua caliente inundó el silencio del cuarto de baño y como si Dios me dijera: mira, mira mi creación, observé cómo las gotas de agua caían sobre la espalda desnuda de Victoria , que seguía de espaldas a mí bajo la ducha. Su pelo negro, tirado hacia delante, se mojó, y el agua corrió por sus hombros desnudos, deslizándose por su espalda y alrededor de su culo. Qué blasfemia es pensar que podría haber sido Dios, pero en el colmo del deseo, rogué que lo fuera.

- ¿No vas a responder? - Pregunté y ella giró la cabeza por encima del hombro, dejando su cara mojada a la vista de mis ojos.

- Yo esperaría, Juan .

- Sospechas que volvería.

- Oh, lo harías. - Se rió con picardía. - Volverías porque tu celibato ya está roto - dudó, y luego sonrió diabólicamente-. - Padre.

- Para. - Cerré los ojos ante eso. - Tú mismo insististe en que nos tomáramos nuestro tiempo en esto, yo estaba dispuesto.

- Lo siento. - Y tu voz me hizo abrir los ojos, sorprendido por tu petición. - Me gusta ver la desesperación que precede a lo mucho que me deseas.

Escudriñé su rostro, avergonzado, negándolo lentamente, y me metí bajo el agua, dejándola caer sobre mí, y me mojé con Victoria, manteniendo su rostro entre mis manos.

- Entonces asume de una vez por todas que tú también me quieres así. - Fue un pecado mendigar. - Asume que tú también te estás enamorando.

- ¿Qué diferencia habría?

- Todo.

- ¿Por qué?

- Porque entonces este momento no sería en vano - susurré.

- Todo es en vano ante el hecho de que todo tiene un final, Juan.

- Pero no así, estás siendo incrédulo, no estoy pidiendo tu fe.

El más dulce de los pecados 🍎Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz