Capítulo 106. Nuestra única oportunidad

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Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 106.
Nuestra única oportunidad

El descanso de Cole fue tranquilo, al menos al inicio. Pero conforme pasaba el tiempo ahí recostado en la camilla plegable, la intranquilidad lo consumía cada vez más, volviéndose incluso palpable desde el exterior. Su rostro sudaba un poco, pequeños quejidos de molestia y miedo se escapaban de su garganta, y su cabeza se sacudía un poco hacia los lados, y en menor medida también el resto de su cuerpo.

Una horrible pesadilla había empezado a acosar al policía de Filadelfia. Cualquiera podría quizás intuirlo con sólo ver sus reacciones, pero no serían capaces de adivinar del todo lo realmente horrible que ésta era.

En su mente, Cole se encontraba de nuevo en el suelo de ese pent-house. Matilda no estaba con él, pero no estaba solo. A su alrededor había decenas de sombras oscuras sin forma que lo miraban y se reían de él. ¿Eran Damien Thorn y los demás individuos que estaban con él?; era difícil decirlo. Pero la angustia y el temor que lo invadían eran bastante parecidos a lo que sintió cuando estuvo ahí tirado, indefenso y a su merced.

Distinguió entonces sólo una silueta con una forma definida entre ellos, pero esto estuvo lejos de ser más tranquilizador, pues era... ella... La niña de vestido blanco sucio y desgastado, con cabellos negros largos desalineados, y rostro gris demacrado; la Otra Samara. Ésta avanzaba hacia él arrastrando sus pies, dejando marcadas huellas húmedas en el suelo. Cole intentaba retroceder y alejarse de ella, pero sus piernas parecían pesar como si fueran de plomo, y era incapaz de siquiera arrastrarlas.

Aquel espectro, uno de los más horripilantes que había visto en todos sus años, se paró abruptamente delante de él, inclinando el cuerpo en su dirección para que su rostro quedara cerca del suyo; demasiado cerca... Cole tuvo que apreciar con detenimiento los rasgos pálidos y arrugados de aquel ser, como lo había hecho por primera vez en aquella sala en Eola. Y sintió de nuevo toda esa rabia inhumana que surgía de ella como el calor abrazador de una llama.

El único ojo visible de la niña se desvió de pronto hacia un lado, y Cole miró en la misma dirección por mero reflejo. Ambos miraron entonces hacia la mano de Cole presionada contra el suelo, pero ésta también sujetaba algo más entre sus dedos: un largo y afilado pedazo de vidrio...

Cole lo contempló ensimismado, de la misma forma que quizás el Dr. Scott había visto aquel pedazo de porcelana de su taza rota hace tiempo; como si fuera algo extraño, curioso, y de cierta forma hermoso. Y sin siquiera cuestionárselo ni un poco, tomó firmemente aquel pedazo de vidrio, y lo dirigió directo al costado de su cuello, hundiéndolo casi hasta la mitad de una sola puñalada fuerte y directa.

Sintió vívidamente el filo del vidrio abriéndole carne, y al instante la sangre caliente bañándole todas sus ropas, cayendo por su cuerpo como una pequeña cascada. Pero una vez no fue suficiente. Sacó el vidrio de un jalón y volvió a apuñalarse a sí mismo con fuerza una vez más, dos veces más, tres veces más... Comenzó a sentir como también se atragantaba, y la sangre comenzó inevitable a surgir de su boca.

Era un sueño, y una parte de él lo sabía. Pero podía sentirlo todo por completo; absolutamente todo...

Y mientras se provocaba a sí mismo esa mortal herida, los ojos de Cole se encontraban fijos en el rostro de la Otra Samara, que observaba todo quizás complacida. Y por más que una parte de la mente de Cole intentaba ordenarle a su mano que se detuviera, ésta parecía simplemente haber obtenido conciencia propia. O, más correcto, la conciencia de alguien más la movía por él...

En el mundo real, mientras Cole estaba sumido en su terror, Matilda se le aproximó sosteniendo en sus manos sus medicinas. Notó de inmediato lo inquieto que se encontraba, incluso retorciéndose un poco en el catre. Matilda se agachó a su lado y acercó con cuidado una mano a él para agitarlo sólo lo suficientemente fuerte para lograr despertarlo.

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