Capítulo 8

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Narración de Matilda

Desperté sobre una cama en un lugar oscuro. No sabía si me había muerto o si me tenían secuestrada en algún sitio. Quise levantarme apoyando mis codos en el colchón, pero no pude porque me dio un fuerte dolor de cabeza y me volví a recostar. ¿Dónde está el interruptor de la luz?

No recordé nada desde que subí al colectivo ni siquiera si logré llegar a mi casa, pero intuí que sufrí por unos de mis episodios de estrés y ansiedad. Qué vergüenza. Sea lo que haya pasado, tenía que salir de allí.

Cuando intenté de nuevo, los postigos del cuarto se abrieron y apareció una señora teñida de rojo intenso con unas almohadas debajo del brazo, un pijama rosa pálido y un pañuelo húmedo en su mano izquierda. Ella, al verme, relajó sus hombros con un suspiro.

- Qué bueno que despertaste, querida -se acercó a la cama-. No sabes lo preocupado que estaba mi nene cuando entró en la puerta de casa y estabas inconsciente en sus brazos.

¿Su hijo? Un momento, no estaba sola cuando fui a la casa del señor. Alguien me acompañó. Intenté hacer memoria y nadie se me vino a la cabeza. Hasta busqué algún rasgo de esa mujer para asociarlo con esa persona, pero todo estaba a oscuras. Vaya, sí que me habré pegado un golpe muy duro.

-Discúlpame, no quiero ser chusma pero no sé quién es su hijo. No sé qué me pasó ni recuerdo la apariencia de su hijo. ¿Puede decirme qué ocurrió?

La mujer inclinó un poco la cabeza con cara de confusión.

-Mi guapo hijo apareció desesperadamente por la entrada de la casa gritando ayuda. Estaba como loco. Me acerqué con sus dos hermanos y te vimos desmayada con un gran chichón en tu cabeza. Te trajimos hasta aquí, curamos tu herida y decidimos esperar a que dieras alguna señal de vida. Qué extraño que no recuerdes nada. Deberíamos llevarte al médico. No sabemos si eso te causará problemas más adelante -se puso más cerca mío de tal forma que mis posibles ideas de escape se desvanecieron por completo- . Al menos, ¿sabes cómo te llamas?

- M-Ma-tilda -respondí tartamudeando debido a la incomodidad que sentía con sus intimidantes ojos sobre mí.

- ¿Edad? ¿Estudios? ¿Vínculo con mi bebe? ¿Cuáles son tus intenciones con él? ¿Estás embarazada?

- Mamá, déjala tranquila -se quejó una voz masculina algo molesta al encender la luz del cuarto.

Ambas volteamos y vimos a Augusto parado en la puerta, sosteniendo con su mano un pañuelo mojado. Ahora lo recuerdo. Él se ofreció a acompañarme hasta la parada, me salvó de ser atropellada y no se fue hasta que el transporte se haya ido totalmente. Dios, qué vergüenza. Qué manera de mandarme cagadas. Trágame tierra.

- La idea es ayudarla a recuperarse, no darle un infarto. Ya sufrió bastante -caminó hacia nosotras y se puso al lado izquierdo de su madre.

- Ay, qué exagerado eres -se puso de pie-. Solo quería saber si Matilda era una buena candidata para el corazón de mi bebe.

- Mamá -Augusto lanzó un ultimátum.

- De acuerdo -suspiró-. Si me necesitan, no duden en llamarme -hizo un gesto raro y se retiró cerrando los postigos.

- Perdón que hayas tenido que presenciar esta vergonzosa escena -se sentó al borde de la cama-. Ella puede ser algo... polémica.

- No te preocupes -busqué una pose más cómoda en la cama.

- Ten, te traje un pañuelo mojado en agua tibia -lo reposó sobre mi frente-. Sé que es para bajar la fiebre, pero sirve bastante para aliviar el dolor de cabeza según mi mamá.

Atraída por los opuestosWhere stories live. Discover now