Capítulo 3

663K 30.8K 2.6K
                                    


Abro los ojos, en verdad había logrado dormir menos de dos horas pero es algo, no creo poder andar todo el día de este modo, suspiro y pienso que esta era la única forma de poder mantenerme trabajando.

Me levanto de la cama rápidamente y un grito ahogado sale de mi garganta, busco en el closet algo de ropa, encuentro una camisa con volados y una falda similar a la que use ayer pero un poco mas corta y vieja, era lo mejor que me podía poner, ya vería como podría arreglármela para poder comprar nueva ropa, mis pies estaban muy adoloridos para estar con tacones, pero la impresión en la empresa Seymour es lo primero.

Una vez en el baño me tapo las marcas, las ojeras que tengo debajo de mis ojos son muy difíciles de disimular pero logro tapar la mayoría de las heridas.

Busco un bolso negro y meto dentro mi celular y algunas cosas necesarias.

Cada paso que hago es como una puñalada en lo mas profundo de mi cuerpo.

Al salir a la calle logro poder parar un taxi, no me podría imaginar caminando de nuevo tantas cuadras.

Al llegar puedo ver de nuevo el gran edificio Seymour, le pague al taxista y me baje.

Entro al gran edificio, varias personas se encontraban como ayer, desesperadas por llegar a tiempo a sus trabajos.

Camino decidida hacia los elevadores esperando mi turno, el horario no me preocupaba, esta vez llegaría a tiempo, de pronto siento algo mas que cansancio en mi cuerpo es como si me hubieran mandando una corriente de energía.

Podía sentir su presencia al igual que ayer, su perfume varonil.

—Señorita Hill – su voz suena a mi lado, casi cerca de mi oído, mi pulso se acelero de una manera que no muy usualmente lo hace, levanto mi mirada para encontrarme con sus penetrantes ojos.

—Señor Seymour – respondo en un susurro.

—¿No quiere ir por los otros elevadores? ahí suele haber menos gente – dijo para luego mostrar su sonrisa, una sonrisa que nunca en mi vida vi, asiento con mi cabeza.

—Si, supongo.

Su sonrisa esta vez fue mejor que la anterior, intencionalmente también se formo una pequeña sonrisa en mi, una verdadera, a pesar de mi dolor.

Un acto inesperado sucedió, el tomó mi mano, tenia dedos largos y una mano fuerte, nunca antes nadie con tan solo tomarme de la mano me había echo sentir lo que siento ahora.

El caminó al frente mío, guiándome hasta que llegamos a unas puertas metálicas, el soltó mi mano e introdujo un código en lo que parecía un computador de seguridad.

Al entrar me doy cuenta que el tenia razón, nadie había adentro ni afuera esperando, las puertas se cerraron y solo quedamos nosotros dos, puedo sentir su mirada sobre mi.

—¿Piso cuarenta y dos?

—Si – contesto casi sin voz.

Podía sentir una conexión con él.

¿Que se sentiría poder abrazarlo? ¿Poder sentirlo? Pero es imposible, el solo es amable.

Yo solo miraba los números rojos que iban marcando cuantos pisos subíamos., treinta y dos, ese fue el piso donde el elevador paro produciendo un fuerte ruido, pienso que alguien entraría pero nada ocurrió, no, esto no podía estar pasando, no en mi segundo día de trabajo.

Mire a Steven, buscando alguna respuesta.

—¿Se paró? – pregunto.

—No puede ser, no pudo haberse parado.

El toco uno de los botones de alarma pero nada ocurrió.

—Tengo una reunión en quince minutos – dijo el tomando su cabeza entre sus manos.

Y yo tengo que llegar a tiempo a mi oficina, pensé, el tomó su celular que saco de uno de los bolsillos de su pantalón a juego con su saco.

—Nada, no tengo señal. ¿Y tu?-

Incapaz de responder busco mi celular entre mi bolso hasta que lo encontré. No, no tenia señal.

—Tampoco — respondo.

El apretó de nuevo algunos botones pero nada ocurrió, suspiró y luego me miro, mi preocupación era llegar tarde y que me despidan.

—El no te puede despedir, no te preocupes, yo soy el jefe – parece haber leído mis pensamientos.

Los pies me dolían y estar parada no era la mejor manera de disminuir el dolor, su vista era fija en mis piernas, maldije por dentro, podría haberme puesto la suficiente crema y maquillaje, pero los moretones se notaban.

—¿Te lastimaste de nuevo? – preguntó, la verdad me incomodo, ¿que pensaría de tener a una empleada que cada vez viene con mas heridas? ¿pensaría que le doy una mala impresión a la empresa? Su voz era firme, esperaba una respuesta.

—No, yo.. me caí ayer –respondo insegura de lo que decía.

—Parece que fue un gran golpe.

—Si, dolió mucho – trato de fingir una sonrisa.

El se acercó aun mas a mi, casi acorralándome sobre la pared del ascensor, su mirada se centró en mis labios, tenia el impulso de besarlo pero no podía, no era correcto.

—Déjame hacer una cosa – susurró.

Sus manos alcanzaron los botones de mi camisa, el no podía ver, trate de zafarme de sus manos.

—Confía en mi – susurró esta vez mas cerca.

¿Como podía confiar en alguien que solo vi una sola vez? ¿En alguien que no conozco? no lo se, pero simplemente confiaba, sus manos fueron desprendiendo de a poco los botones de mi camisa, podía oír los latidos de mi corazón cada vez mas fuertes.

Mi corazón y mi mente eran una guerra. ¿Y si el solo hace esto para asegurarse de despedirme?

Regla ciento dos de Seymour Enterprises - "No padecer ninguna enfermedad o mal estado físico durante su jornada de trabajo" -.

Cerré los ojos una vez que sentí mi camisa del todo desabotonada, se que el ya no estaba cerca mío, las lagrimas estaban en mis ojos, el ya no me querría en su empresa.

—Se que rompí una regla, estoy dispuesta a que me despidas – dije para luego abrir los ojos.

Me encuentro con algo distinto a lo que imagine, el estaba frente a mi, podría decir horrorizado, observando cada parte de mi cuerpo, decido que ya no podía humillarme mas, me cubro rápidamente y comienzo a abotonar de nuevo mi camisa, podría parecer estúpida pero algunas lagrimas comenzaron a caer sobre mi rostro.

De repente siento unas manos en mis mejillas obligándome a levantar la mirada, esta vez puedo admitir que su rostro me dio miedo, este no era el Steven Seymour de hace unos minutos, con una sonrisa en el rostro o pidiéndome que confié en el.

El ascensor comenzó a elevarse de nuevo pero pareció no importarle.

—¿Quien? – fue su única pregunta.

No podía responder, simplemente no podía, las puertas se abrieron y salgo de ese elevador, ya no mas...

Más que mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora