Capítulo 37

20 6 0
                                    

Danka

Cogí uno de los caballos de las caballerías y cabalgué con fuerza hacia Deruv, ya nada me importaba más que llegar a casa. Encontrarme con mi madre y escapar de donde nos encontrábamos. Marcharnos lejos de Deruv, para lo que había estado guardando lo poco que había ganado en aquella mansión. De algo tenían que servir aquellos años de pena y miseria. Debía encontrar a mi madre y marcharme de este lugar, tan rápido como pudiese. Mi caballo, por el contrario, decidió que no me dejaría cumplir con ello. Apenas me quedaban quince minutos para llegar cuando este se detuvo y frenó en seco. Había decidido tomar un camino alternativo, un pequeño paseo que no se encontraba cubierto por el agua de  las interminables lluvias de los días anteriores. El camino que tomaba normalmente solo podía ser atravesado con un carruaje, pero no a caballo, y mucho menos a pie. Así que este camino alternativo, rodeado de arbustos y dificultando la visibilidad que dejaba debido a ello, tuvo que ser recorrido a pie cuando mi caballo se detuvo y se negó a dar de su parte. Dejé que este regresase a Serfyx, galopando con fuerza y huyendo de algo que desconocía. Fruncí el ceño, extraña por lo que acababa de ocurrir, mientras seguí dirigiéndome a donde se encontraba el fin de mi persona.

Llegar al final del camino no fue complicado, lo difícil fue ver mi casa arder. Ver como todos sus muros se caían a pedazos y alguien gritaba en su interior.

Alguien. No. Mi madre.

Me apresuré a la que había sido mi casa hasta ese momento cuando alguien me detuvo con fuerza del brazo.

No podía dejar morir a mi madre, esto seguía sin poder ser real.

Solté furiosa el brazo de la persona que me sostenía y me detuve por completo cuando los gritos cesaron, cuando dejé de escuchar su voz. Fue entonces cuando la persona que se encontraba tras de mí me golpeó la cabeza. Suficientemente fuerte como para caer al suelo, aturdida pero consciente, mientras observaba como unos guardias de la mansión se acercaban a la zona.

Clavé la mirada en la persona que se encontraba tras de mí mientras inundaba mis ojos de furia, furia por desconocer el motivo por el que me había golpeado. El motivo por el que se encontraba aquí. La razón por la que no me había dejado salvar a mi madre.

Ahora ella también se había marchado.

—Creen que estás dentro —susurra tratando de tranquilizarme con la mirada.

Redirijo mi mirada hacia los guardias y trato de centrar mi atención sobre ellos, los cuales se encuentran confirmando que todos los que se encontrasen en mi casa hubiesen ardido con ella.

—¿Ha ardido todo? —dice uno de ellos mientras confirma lo que se encontraba entre mis pensamientos —. Sí —afirma el que parece haber causado el incendio. Este sonríe mientras asiente con tranquilidad, orgulloso de haber cumplido con la orden que se le ha dado —. ¿La chica se encontraba dentro? —el mismo guardia de antes le pregunta por una chica, la que supuse que sería yo, y la cual creen que ha muerto en su interior. Este parece haber llegado más tarde, y desconoce bien de qué se trata la orden con la que tenían que cumplir. Mientras el otro, por el contrario, sabía a la perfección a qué había sido mandado a Deruv —. Sí, la he visto desde fuera.

Ambos guardias ríen con soberbia, mientras uno de ellos frota su sien y detiene su sonrisa para realizar la pregunta que, sin saberlo, terminará de acabar conmigo. Pregunta que jamás pensé que me destruiría del todo, pregunta a la que jamás pensé obtener tal respuesta.

—¿Bajo quién? —cuestiona mientras entrecierra ambos ojos, pensativo —Orden del príncipe, Xaver de la Cort.

Suficiente. Fue ese motivo suficiente para perderme, para dejarme marchar junto a mi madre. Para dejarme morir en aquella casa, como lo había hecho ella.

Lo había perdido todo.

Todo, en un continuo intento por mantener en mi vida lo poco que tenía la certeza de tener. Mi madre era una de esas cosas, la única que se había encontrado a mi lado durante todos aquellos años de tristeza y soledad. Mi vida era una auténtica miseria, pero estaba rodeada de amor gracias a lo que ella traía consigo sobre nuestros corazones. Mi madre era el único rayo de luz y esperanza que me quedaba. Todo se había nublado, todo a mi alrededor se había oscurecido. Ni siquiera sabía por qué la persona que aún se encontraba tras de mí me había detenido. La realidad era que habría preferido arder con ella, dejarme marchar del todo junto a la única fuente de fortaleza que quedaba en mi vida. Habría preferido arder en llamas a permanecer con vida, sin sentirla en mi interior. Todo pasó a ser automático. No quería sentir nada, no quería otorgarle importancia a mis pensamientos. Ya no había lugar para el dolor, no más. El amor me había hecho más vulnerable, más débil.

Llevabas razón mamá, enamorarme de él me destruiría, y ahora ni siquiera podía llorar por ello.

Quería escapar de mí misma, lo necesitaba. Seguía escondida tras el mismo arbusto en el que me había ocultado, pero necesitaba salir a gritar a los cuatro vientos. Necesitaba dejar salir todo cuanto se encontraba dentro de mí. Me daba igual ser descubierta por ello.

Una repentina e inesperada oscuridad me recorrió por dentro y me dejó sin habla. Tal sensación me hizo temblar por ello. De repente, mi rostro se apagó. Mi corazón se paró, mi respiración se calmó. Un extraño veneno comenzó a recorrer todas mis arterias. Mis músculos parecían contraerse, mis huesos se expandían y me hacían parecer más alta. Mis cejas se elevaban, mi sonrisa desaparecía. Mis sentimientos se quedaban atrás. Me rodeaba la frialdad, la oscuridad de lo más profundo de mi interior.

—¿Y tú quién eres? —le dije con desprecio a la persona que se encontraba tras de mí. Fruncí los labios y los apreté en una fina línea, mientras recorría su presencia con los ojos de arriba a abajo. Esperaba una respuesta que no llegaba, y mi presencia se agotaba. No debía probar ahora mismo lo que era tenerme repleta de rabia frente a ella, no se lo aconsejaba. Observé como sus brazos se encontraban repletos de quemaduras, seguramente era ella la que los guardias habían podido ver en el interior de mi casa, por ello la habían confundido conmigo. No sabía por qué se había encontrado en su interior en aquel momento, ni siquiera me preocupé por la gravedad de aquellas marcas sobre su piel. Sinceramente, me daba igual.

Traté de apartar la mirada de ella, decidida a apartarme de su lado. Decidida a continuar mi camino, aún sin saber bien hacia dónde iba, pero a sabiendas de lo que iba a hacer.

—Soy Belia.

En realidad, no sabía por qué le había preguntado, me daba igual quien fuese. Aparté mi mirada de la suya y miré al frente, observando las cenizas de la que había sido mi casa.

Pude saborear como poco a poco, la ira se transformaba.

La furia se incrementaba, y la rabia se unía a ellas formando un único sentimiento;

Venganza.

—Tu hermana —concluyó.

La leyenda de RachellaWhere stories live. Discover now