Lunes 5/4/2021

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—¿Cuál es tu artista favorito?

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—¿Cuál es tu artista favorito?

—Bruno Mars.

Una sonrisa apareció en el rostro del terapeuta al escuchar aquellas palabras. El tiempo había estrechado el abismo que los separaba y la música parecía ser el puente que los pondría en contacto. Cabello plateado confiaba en el poder de las canciones, en su capacidad de curar y hacer daño.

—¿Por qué sonríes? —preguntó el pequeño.

—Porque él también es mi favorito.

—A mí no me mientes: solo quieres quedar bien conmigo.

—Veo que te resistes a creer en las casualidades —murmuró su doctor mientras afinaba su guitarra criolla.

La mirada del paciente se fijó en el psicólogo, que había dejado su anotador  a un lado y acariciaba su instrumento casi con urgencia amorosa. El niño tuvo unas ganas incontenibles de sonreír pero, como de costumbre, las reprimió. Al menos, dejó que su cuerpo liberara toda la tensión sobre la comodidad del diván.

—¿Y qué otros artistas te gustan, señor Casualidad?

—Nadie demasiado importante. Ariana Grande, Taylor Swift, Beyoncé…

—Mientras no te guste Billie Eilish, estamos bien.

—¿Por qué lo dices?

—Sus videos dan miedo, ¿no crees? Son la dosis de turbiedad que tu día necesita.

Una pequeña carcajada salió de la boca del terapeuta al escuchar semejante ocurrencia. Ya había terminado de afinar la guitarra, así que solo le bastó dejar el clavijero a un lado y buscar algunas partituras por Internet. La primera que encontró fue la de Uptown Funk.

—Demasiado quemada —le dijo el niño—. Prefiero algo… menos superficial. Ya sabes, las canciones tienen que moverte algo más aparte del culo.

—Está bien. Dime qué quieres escuchar y lo cantaré.

—Talking To The Moon. Quiero ver cómo te las arreglas con los agudos —bromeó, aunque esa canción era su favorita.

—Hay algo que se llama «bajarle el tono a la canción» —dijo el otro, divertido.

El pequeño rió y su risa resonó en todo el lugar. Hasta hacía poco, el psicólogo se había resignado a ver rasgos de humanidad en esas facciones rígidas, en ese rostro impenetrable. En ese momento, la música parecía capaz de penetrar en su alma. Pero ¿hasta qué punto?

—Tengo un desafío para ti.

—Soy todo oídos.

Quien sonrió fue ahora el de ojos violeta. Habían hablado de complejos físicos en la sesión anterior y el niño había sido muy autocrítico con el tamaño de sus orejas. Su nueva actitud era sorprendente.

—Hagamos un trato: tú dibujas mientras yo toco la canción. Tienes tiempo hasta que termine. No quiero una obra de arte: quiero a Woody Rosemberg.

—Incluso una obra inconclusa es arte. Así que hagámoslo.

Cada uno adoptó su correspondiente posición y los primeros acordes desgarraron la tensión existente. Luego emergió una voz suave pero quebradiza que comenzó a entonar en voz alta:

—I know you're somewhere out there
Somewhere far away
I want you back, I want you back.

La voz del psicólogo coqueteaba con las paredes y acariciaba los objetos de la sala con desesperación, como si no supiera adónde dirigirse. La guitarra hacía una compañía muda y bulliciosa, en un rasguido quejumbroso que le cantaba a la luna. No era la mejor interpretación que había oído en su vida, pero sí una que el niño jamás olvidaría.

—«My neighbors think I'm crazy, but they don't understand». «Mis vecinos piensan que estoy loco, pero ellos no lo entienden» —murmuró el de cabello gris—. Interesante, ¿no lo crees?

—Tú solo sigue —le suplicó el pequeño—. Vas genial.

Y eso hizo. Las notas comenzaron a sucederse una tras otra, en una maraña de aciertos y errores. A lo lejos, un lápiz se deslizaba a toda velocidad para bosquejar algo. Una luna, unas estrellas, una figura humana. No. Dos figuras humanas.

I sit by myself
Talking to the moon
Trying to get to you.
In hopes you're on the other side talking to me, too
Or am I a fool who sits alone talking to the moon?

La melodía comenzó a consumirlos y no hubo más que música en la inmensidad del silencio. Ambos estaban muy concentrados en lo que hacían, pero jamás perdieron la excelencia. Sus brazos se movían al mismo tiempo con una precisión terrorífica.

—I know you're somewhere out there
Somewhere far away.

Murieron los últimos acordes, murió el ambiente mágico, murió la canción. El de ojos violetas levantó la mirada de su guitarra para ver lo que su paciente había hecho. Su mano derecha sostuvo por instinto su mandíbula para evitar que se le cayera.

—Es brutal —confesó.

—Míralo más de cerca. Este eres tú; esta, tu guitarra y aquel soy yo. —Le señaló con el índice—. Creo que salió demasiado bien para haberlo hecho en tan poco tiempo.

—Veo que no tienes problemas de ego, maldito engreído.

Ambos regresaron entre risas a sus respectivos papeles. El de ojos violeta, siempre más preocupado por su estética que por sus necesidades fisiológicas, se colocó unos anteojos sin aumento antes de comenzar a tomar nota.

Lo primero que hizo fue intentar plasmar con palabras lo que había visto. Había dos lunas enfrentadas y ellos estaban sobre la más pequeña. Los personajes tenían los ojos grandes, como si quisieran acaparar todo el universo. El niño tenía un lápiz en la mano. El espacio, unas cuantas estrellas esparcidas como si fueran pecas diminutas.

—¿Puedes tocarla de nuevo? —Las palabras de su paciente lo obligaron a levantar la vista del anotador.

—¿Quieres hacer otro dibujo?

—No, solo quiero escucharte cantar. El arte muestra mis inseguridades. Ahora quiero ver las tuyas.

—Sabes leer a la gente, Woody. Me sorprende que aún sigas aquí.

▂▂▂▂▂

Buenasss. ¿Hay seres humanos vivos por aquí?👀

Hoy conocimos una fibra más sensible de Woody y Azrael, pero la conversación fue de lo más interesante, ¿verdad? ¿A quién le gusta Bruno Mars?🙋🏻

Estoy ansioso por ver cómo están viviendo la historia y si tienen muchas ganas de conocer el desenlace 🔥

Por cierto, ¿ya prepararon sus ojos para mi nueva novela en proceso?👀

Se lo dejo ahí para que les quede picando, je.

¡Nos vemos el sábado!

xoxo

Gonza.

Nadie sabrá lo que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora