PRÓLOGO

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JungKook

    Golpeé al tipo con un par de ganchos, una patada lateral y un golpe letal desde arriba. Su cara pegó con fuerza contra la lona y antes de que la cuenta de 10 empezara, ya sabía que no iba a levantarse. Sus ojos estaban abiertos, su respiración, agitada; aunque sus músculos aún no se habían resignado, sí lo había hecho su mente. Sabía lo que había ahí dentro, ¿levantarse para qué? ¿Para seguir recibiendo más castigos en su cuerpo? No, él no era como yo, como nosotros. Yo no me hubiese rendido, yo me habría levantado y habría vuelto a la pelea, porque lo único que me detiene es un knockout.

    El público gritaba. Levantaron mi mano manchada de sangre y me declararon vencedor de la pelea. Tres esta noche y todavía seguía en pie. Sabía lo que venía después, una ducha, cobrar mi dinero, Fredo con los beneficios de las apuestas y una noche de fiesta.

    —¡Eh, JK! Ya tengo el dinero.

    —¿Cuánto esta vez?

    —Menos de lo que esperábamos. Eres un cabrón contra el que nadie quiere apostar.

    —Eso no sé si es bueno o malo.

    —Para mi bolsillo, malo. Para nuestra vida sexual, bueno, muy bueno.

    —¿No te cansas de coger lo que yo no quiero?

    —¿Cansarme? ¿Cuántas chicas y donceles crees que quieren una noche loca contigo?

    —¿Docenas?

    —No tantos, brother, pero le andas cerca. Tú eres bueno con los números, hazme la cuenta. Si cada noche puedes escoger entre diez personas, y al final te quedas con una o dos, ¿cuántas quedan para mí?

    —Cabrón suertudo.

    —Eso mismo digo yo. ¿Listo para comerte un par de ellos esta noche? —Yo siempre estoy listo, no tiene ni que preguntármelo.

    —Tengo que pasar por el casino. ¿Nos vemos en el bar?

    —Vale, pero pienso cargar las bebidas en tu cuenta, así que no tardes mucho.

    —¿Por qué sigo siendo tu amigo? Te aprovechas de mí para conseguir chicas, saqueas mi cuenta en el bar. Dime, ¿qué saco yo?

   
    —Disfrutas de mi compañía y, además, cuido tu culo, ¿qué más quieres?

    —Un poco de amor —bromeé.

    —Anda, lárgate cretino. Cuando me vuelva doncel o tú lo hagas, te comeré la boca, pero de momento, me conformaré con las chicas que descartas.

    —No te hagas el despechado, sabes que a ellas no vuelvo a verlas y a ti te veo todos los días.

    —Sí, al final tendré que casarme contigo.

    Salí de allí riéndome como un loco, porque ese sentido del humor suyo acabaría por traernos algún problema, pero era jodidamente refrescante que pudiéramos reírnos de eso. Me subí al SUV y conduje hasta el hotel-casino. ¿Que por qué no tengo una moto? Sí, soy un tipo de 25, con algún tatuaje, los nudillos pelados de participar en peleas clandestinas y unos lazos fuertes con la mafia rusa, un auténtico chico malo, pero no tonto. Una moto es como si me pusiera una diana y dijera «Eh, ¿a que no puedes derribarme?». No, en serio, hay mucha gente cabreada por ahí a la que no le importaría arrollarme con su auto. Y sé por experiencia propia lo que un accidente de tráfico puede hacerle a un cuerpo. Perseguí a ese cabrón hijo de puta hasta que lo tiré al suelo. Uno no le da ocho puñaladas a uno de los míos y sale ileso. El pobre chico solo era el encargado de reponer bebidas en uno de los clubs de Yuri. Solo tenía 19, y al cabrón no le importó perforarle un riñón porque no lo atendió. Pero es que el chico no hacía eso, no atendía a los clientes, solo rellenaba las cámaras frigoríficas. Y sí, cacé a aquel cabrón, le rompí las piernas con el coche y luego le reventé la cara a golpes. Creo que aún sigue vivo, no me importa. Solo estaba preocupado por el pobre chico. Por suerte, YoonGi hizo que lo llevaran rápidamente a un hospital. Perdió el riñón, pero al menos sigue vivo y lleva una vida normal. Llámame matón sanguinario, pero hice justicia ese día y volvería a hacerlo.

    Sonó una llamada en mi teléfono y accioné el manos libres para contestar, dejando que la voz de Bobby resonara dentro del coche.

    —Sé que voy retrasado, cariño. Pero llegaré a tiempo para acostar a los niños.

    —¡Ja! Pues vas a calentarte la cena en el microondas. No, en serio. Está aquí.

    —¿Quién?

    —El fantasma. —Aquel alias volvió a encender la llama dentro de mí.

    —¿Estás seguro?

    —Lleva media hora destrozándonos en la mesa de Black Jack. El programa acaba de reconocer su patrón de apuestas, es él.

    Apreté los dientes y pisé un poco más el acelerador. Iba a atraparlo esta vez. Sí, vale, no puedo tocarlo o retenerlo, pero, joder, podía hacer una identificación visual del tipo y grabar su puñetera cara en el reconocimiento facial. Tenía que verle la cara y hacerlo temblar, darle el mensaje de que con los Min no se juega, a menos que quiera perder.

    —Estoy a dos minutos, dile a Mauro que esté en la entrada. Y Bobby, no dejes que se vaya esta vez.

    —Tengo a tres yendo para la mesa cinco, JK.

    —Bien. —Tres tipos de seguridad serían suficientes para retenerlo hasta que llegue. Serían como el maldito muro de Berlín, nadie podría salir de allí.

    Cuando llegué a la entrada del hotel salté del coche y le arrojé las llaves a Mauro para que se ocupara de él y luego corrí como el diablo hacia la zona de juego. Me encanta que eso sea lo primero que se ve cuando entras al hotel. Caminé deprisa hacia la mesa cinco. Tenía que reconocerle el mérito, el tipo sabía escoger el día. Era difícil caminar por allí, estaba hasta el tope de gente. Pero, aun así, el boxeo te da un buen juego de piernas y caderas. Ya casi había alcanzado la mesa, cuando uno de los chicos de seguridad se puso a caminar a mi lado.

    —¿Quién es?

    —Esquina derecha, latino con camisa oscura y sombrero de cowboy. —No podía decir que lo viera, pero el sombrero era un buen punto de referencia.

    Casi lo tenía con solo estirar la mano, cuando un tipo deslizó su silla delante de mí y me hizo tropezar. Soy luchador de MMA, hay tres cosas que nos enseñan a hacer desde el primer día, dar golpes, encajarlos y caer. Y eso hice: giré el cuerpo para caer sobre la parte más carnosa de mi cuerpo, mi culo.

    Hay muchas maneras de caerse, y por lo que mis ojos estaban viendo, aquella no había sido de las peores, no. Incluso diría que era de las mejores,
sí. Delante de mí, flotando como un OVNI en el desierto en plena noche, tenía el más redondo, apetecible y tentador trasero que jamás había visto.
Y sé lo que digo, porque si en algo soy experto, es en traseros. Llámalo fetiche, llámalo obsesión, pero mi vida ha estado marcada por un buen trasero. Algunos son hombres de tetas, otros, de caras bonitas; yo soy de traseros. Pasar mi mano por un buen trasero es como tocar el cielo.

    —¿Dónde has estado toda mi vida? —Sí, lo había dicho bien, porque si hubiese visto antes ese trasero, juro por mi vida que jamás lo habría olvidado.
Ya pueden golpearme en la cabeza y hacerme perder la memoria, quedarme amnésico para siempre, pero ese trasero… ese trasero no lo olvidaría.

    Levanté la mirada, buscando al dueño de tan exótico regalo, y lo encontré. Labios jugosos, nariz redondeada y… y nada más, porque tenía unas de
esas enormes gafas de sol estilo Elvis y una cabellera rubia de pelo liso, cuyo flequillo caía sobre gran parte de su cara. Pero aquellos labios eran lo único que necesitaba ver para saber que no apreciaba mis atenciones. Se giró de nuevo hacia la mesa de Black Jack, acarició la espalda del tipo que jugaba
delante de él y se fue. ¡Oh, mierda! Había levantado la liebre. Por su ropa, sabía que era el tipo a por el que iba, nuestro fantasma, y él le había dado la señal para desaparecer. Antes de que estuviera en pie, el tipo se había esfumado entre la gente, llevándose sus ganancias consigo.

Min's Family (KT) 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora