Capítulo 17: ping pong

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CAMERON

En el momento en que esas palabras salieron de mis labios, supe que me iba a arrepentir. Pero no pude evitarlo. Mis manos habían estado inquietas, buscando su contacto, y cuando la hice llegar al clímax simplemente supe que necesitaba hacerlo de nuevo.

En el centro de mi cerebro estaba sonando una alarma roja del tamaño de una estrella, advirtiéndome que esto no era para nada una buena idea. Traté de hacerla pequeñita y llevarla a un costado, alejándola cada vez mas de mí. Por primera vez, decidí ignorarla.

La cara de Atenea pasó de ser relajada a una totalmente confundida. La entendía. De verdad que lo hacía.

— ¿Me lo dices de verdad?—preguntó en un susurro.

Asentí con la cabeza.

—Sí, de verdad.

— ¡Eh, tortolitos! ¡Cállense!

El grito de uno de los amigos de Jace, Austin, hizo que mirara a mi derecha. Fruncí el ceño y me incliné más hacia Atenea. Nadie debía saber que esto estaba pasando.

Nadie.

—O sea que vas en serio—siguió diciendo Atenea, sin darle atención a Austin.

Asentí con la cabeza

—Muy en serio.

Asintió y mordió su labio.

—Esta bien. Me quedaré. Pero con una condición.

Levanté las cejas, esperando a que siga hablando. Atenea era tan inesperada que, sinceramente, no sabía que iba a decir a continuación.

—Quiero que primero juguemos a un juego.

La película se pasó rapidísimo. O al menos, así lo pareció. Estuve toda la hora y pico que duró distrayendo a Atenea. Sí, de esa manera. Y no me podía quejar, para nada.

Creo que nunca había disfrutado tanto una película de terror.

Cuando terminó, todos nuestros invitados se dirigieron a la puerta, salvo Alba y otros compañeros, que estaban tomando cerveza en la cocina. Yo estaba persiguiendo a Atenea. O mejor dicho, acechándola.

— ¿Vamos a dormir? Tengo sueño—dije mientras la seguía al baño. Ella me miró, sonrió y me cerró la puerta en la cara.

Cielos.

Decidí irme a la habitación igualmente. Necesitaba sacarme estos pantalones porque estaban...sí, estaban en ese estado, pero jamás lo admitiría. Fui y me los cambié a los pantalones que uso siempre para dormir, y cuando me saqué la remera, Atenea abrió la puerta.

No tuvo ningún reparo en recorrer mi torso con la mirada. Se detuvo especialmente en mi pecho.

—Por favor, deja de mirarme—dije en tono juguetón y decidí que esa noche dormiría sin remera.

Ella puso los ojos en blanco y cerró la puerta detrás de ella.

—No estaba mirándote. Estaba...evaluando el contenido.

Reí entre dientes.

— ¿Y? ¿Qué opinas?

—Hmm—hizo de cuenta que pensaba—. Le doy un 5.

Abrí mucho mis ojos y me llevé una mano a mi pecho, ofendido.

— ¿Un 5?

Asintió.

—Sí.

— ¿Puedo saber por qué?

Mordió su labio y se acercó más a mí.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora