PILLADA

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Era casi la hora de cenar y siendo sincera, no me apetecía en absoluto tener que ver la cara de la supuesta parejita feliz o menos aún aguantar sus comentarios despectivos, insultos sobre mi procedencia o la mera mención de que no estaba hecha par...

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Era casi la hora de cenar y siendo sincera, no me apetecía en absoluto tener que ver la cara de la supuesta parejita feliz o menos aún aguantar sus comentarios despectivos, insultos sobre mi procedencia o la mera mención de que no estaba hecha para aquello.

Ya lo sabía, gracias.

Pero recordé que Eloise estaba allí, que probablemente se sentiría más vulnerable que nunca porque su tío Jacob habría regresado y me vi en la obligación moral de asistir a pesar de poder alegar por mi supuesto estado que necesitaba descansar, así que allí estaba yo andando cabizbaja hacia el comedor hasta que llegando al último escalón de la escalinata sentí que me tiraban hacia atrás y perdía el equilibrio.

Un pequeño grito ahogado se escapó de mis labios hasta que me vi inmersa en unos brazos que me sostenían y entonces los ojos verdes de Alexandre me iluminaron. Brillaban destilando felicidad y de su rostro emanaba una sonrisa, indicándome que aquella travesura le había complacido y aquello provocó que yo también sonriera.

—Deberías estar más atenta, llevas a mi futuro hijo en tu vientre —mencionó muy serio—, tienes que ser cautelosa y esos zapatos de tacón pueden ser traicioneros.

A pesar de saber que bromeaba, la mención de aquello me hizo recordar el asunto de la sauna, pero no sabía si era el mejor momento para mencionarlo, aunque si pensaba marcharme de allí, ¿Merecía la pena que lo hiciera?

—Te aseguro que tu futuro hijo está perfectamente —bromeé.

¿Desde cuando bromear con hijos inexistentes me hacía gracia? Ni siquiera había nadie lo suficientemente cerca que pudiera oírnos para continuar aquel juego, pero por alguna razón lo hacíamos.

—Me alegra saberlo —susurró inclinándose para rozar mis labios y aquello hizo que mis piernas temblasen con su simple roce.

¡Dioses!, ¡Por mi me saltaba la cena e iría directamente al postre!

¿Por qué poseía aquel magnetismo que me atraía como una polilla hacia la luz? Estaba completamente fascinada y aterrada al mismo tiempo por no ser capaz de dominar lo que provocaba en mi con una sola mirada.

Ya está. Lo había admitido. Alexandre despertaba en mi algo que ningún hombre había conseguido.

—Hay algo de lo que me gustaría hablar contigo... —Tenía que decírselo, debía hacerlo cuanto antes. No podía quedarme allí todo el tiempo acordado o mi juicio se iría al traste junto a todas esas emociones que me estaban ahogando.

No podía seguir allí, simplemente no podía, era superior a mi y él debía comprenderlo.

—¿Tengo que preocuparme? —frunció el ceño y fui incapaz de mirarle.

¿Cómo iba a decirle que me largaba si no podía ni mirarle a los ojos para decírselo?

«Eso es porque en el fondo no quieres irte, guapa» dijo esa vocecita interna que deseché automáticamente.

De Plebeya a Reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora