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«El Vecino»

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Preston, por muy impresionante que parezca, llegó vivo al almuerzo.

Con cara de haber visto al mismísimo diablo, pero vivo, al fin y al cabo.

Lillie, al contrario, llegó callada a la mesa, pero más furiosa que mi abuela cuando papá me castigaba. Sólo se dispuso a comer de mala gana mientras hacía varios comentarios sarcásticos referentes a la irresponsabilidad.

Por su parte, Sagge tenía el semblante pálido, y estaba tembloroso. Cuando Charlie le preguntó que si le podía pasar la salsa de tomate, él sólo murmuró:

—Fue terrible...—mientras miraba la nada.

Al parecer estaba pensando en voz alta y no tenía ni idea de qué le había preguntado Charlie.

En los siguientes días me familiaricé más con la universidad y con la ciudad. Cree mi propia rutina: Ir a clases, salir a conocer la ciudad, y en las noches hacía mis tareas, o también hablaba con papá, que por cierto, ya no estaba tan preocupado por mí como el primer día. Sin embargo, seguía diciéndome que apenas sucediera algo, lo más mínimo, lo llamara y que él estaría aquí en seguida.

Luego, estaba el profesor Doorman. Con el paso del tiempo me di cuenta de que tenía un humor de perros, pero aún así, sentía que su forma de mirarme era extraña, y no lo sé... Aveces tenía la sensación de que me espiaba. Aunque también tenía la pequeña teoría que eso sólo era producto de mi imaginación ¿Qué razón podría tener un profesor para espiar a una alumna?

También seguía con la incógnita de lo que el profesor y Charlie habían estado hablando frente a mí, pero desgraciadamente no había podido averiguar nada aún.

Con respecto a Charlie, Lillie, Preston y Sagge, ellos me habían "adoptado" y ahora era parte de su grupo. Quien mejor me caía era Charlie, que, ejem, creo que no hacía falta explicar el porqué, y por otro lado estaba Lillie, que siempre me miraba como si fuera la culpable de todos sus problemas. Del resto, Sagge y Preston eran... Bueno, Sagge y Preston.

En fin, habían pasado algunas semanas y me encontraba en mi balcón, aspirando el aire frío de la noche y terminando una tarea que tenía pendiente para mañana, cuando otra maldita bola de papel cayó sobre mi cabeza.

Respiré profundo.

No era la primera vez que mi queridísimo vecino de arriba lanzaba bolas de papel a mi balcón. Algunas tenían dibujos muy pero muy bonitos, y otras, frases o hasta poemas. Al parecer era la típica persona bohemia y soñadora.

El problema era que sus delirios desechados estaban ensuciando mi espacio, y mi actividad favorita no era la limpieza, precisamente.

Tomé la bola de papel entre mis dedos y salí salí de mi departamento para ir al suyo.

Un agradable chihuahua y su dueña entraron al ascensor conmigo. Ella me dejó acariciarlo y eso bajó un poco el nivel de rabia que tenía. Sólo un poco.

Por cierto, el cachorrito se llamaba Cacahuate. Un nombre innovador.

Luego me encontré frente a su puerta, la cual toqué con ímpetu.

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