Capítulo 5: Yadra vs. Armstrong

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A la mañana siguiente no me queda otra que echarme dos capas de anti ojeras, pero para compensar mi cabello negro está de lo más brillante. Me pongo un jersey blanco de cuello alto, y me pregunto si Evans se imaginaba mis curvas antes de verlas anoche, o si le tomé por sorpresa.

Al salir de mi dormitorio me topo con un mendigo que ha pasado la noche bajo el resguardo que ofrece mis escaleras. Alza la palma de la mano para pedirme algo de dinero y le entrego unas cuantas monedas, consciente de que algún día puedo verme en su situación.

Se trata de un dámaro inválido, que al no tener un poder que ofrecer como servicio, tampoco recibe un salario. La costumbre dámara prohíbe que los inválidos trabajen de cualquier otra cosa. No hay una ley oficial y aprobada sobre ello, pero nadie le contrataría aunque lo intentara. Ridículo ¿verdad? Pero no olvidemos que la humanidad es capaz de inventar las normas sociales más absurdas. Al fin y al cabo, a las mujeres no se les permitió estudiar y trabajar en ciertos puestos durante siglos. Tras la época de la esclavitud, la gente de color no podía afiliarse a sindicatos para hacer algo tan normal como ser fontanero. No obstante, esas estúpidas costumbres humanas han ido desapareciendo, mientras que los dámaros continuamos más estáticos que un retrato medieval.

Cas está en la entrada de la escuela cuando llego y parece agitada.

—No hay clase a primera hora —me informa y me detengo en seco.

—¡No jodas!, me podía haber quedado durmiendo —estoy de mal humor por la falta de sueño y esa noticia termina de irritarme.

Ella entrelaza su brazo con el mío y tira de mí hacia el edificio. Es de las pocas personas que me tocan. Los demás se van apartando a nuestro paso como si fueran el mar rojo y yo Moisés. Es algo que ya no noto, pero esa mañana vuelvo a fijarme.

—La reina Yadra ha convocado al Parlamento —me informa—. Tenemos que ir al salón de actos para ver la retransmisión.

Suelto un bufido largo. Lo último que quiero es asistir a un parlamento. Son tremendamente aburridos y me quedaré dormida.

Doy un giro de ciento ochenta grados.

—Me voy a dormir.

Cas me suelta, pero no me lo pone fácil.

—Es obligatorio, Tori.

Me detengo fastidiada, pero no me queda otra que darme la vuelta e ir con Cas. Cuando la reina Yadra o algún miembro del parlamento declara el visionado obligatorio, todos tenemos que asistir. Tenía que haber adivinado que se celebraría uno después del ataque de ayer.

El salón de actos está abarrotado cuando entramos y tomamos asiento. Veo que Evans está sentado en la primera fila del palco y tiene las muñecas apoyadas sobre la barandilla. Noteacerquesaél está sentado a su lado.

Doy un par de toques con mi dedo en la espalda del muchacho que tengo en diagonal. Cuando se da la vuelta y ve que se trata de mí, me mira horrorizado.

Le dedico mi sonrisa más seductora. Si no fuera por mi poder estaría babeando por mi culo.

—Dame el número de Evans —le ordeno, a sabiendas de que es uno de los élites que se relacionan con el rey de la escuela.

—Ni lo sueñes —me responde con la nariz arrugada, como si yo fuera lo más repugnante que se ha encontrado en su vida.

Sonrío y me saco un guante.

El chico se levanta de un salto de su asiento, pegándose al pupitre de delante todo lo posible. No tengo que añadir nada más para que se saque el teléfono del bolsillo y tras buscar en su agenda empiece a cantar números como un canario.

Mi Piel DámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora