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Phoebe podría decir que estaba nerviosa, incluso asustada, pero estaría mintiendo. En realidad, estaba ansiosa, muy ansiosa.

Quería que ya llegara el momento donde les tocaría luchar contra Voldemort, decir alguna frase sacada de una tonta película de superhéroes para darle un poco de emoción al asunto y matar de una vez y para siempre al hombre serpiente.

Draco había decido que lo mejor sería mandarle una carta a su madre para pedir su ayuda. Hasta ahora, la mujer les había contado varias cosas que antes no sabían, como que la sede principal de los mortífagos era en casa de los Black, aparentemente tomaron su casa como una especie de castigo por dejar que el heredero de los Black y futuro mortífago se les escapara. También dijo que no recordaba ver ningún libro como el que Harry le había detallado pero que iba a buscarlo en la mansión Malfoy, asegurándose de que Lucius no la descubriera, porque no tenía pensado dejarlo en un futuro cercano.

Narcissa lo amaba, aún confiaba en que podían huir juntos. Si debía ser honesta, Phoebe no la juzgaba, ella sabía lo difícil que era superar a alguien a quien amabas, no importaba qué tanto daño te haya hecho. Y la verdad, no quería perder a Draco.

Rabastan era un tema aparte. Intentaron alejarse lo más posible, pero la tensión sexual que los adolescentes desprendían se había vuelto tan insoportable que ya nadie quería estar cerca de ellos. Para Phoebe era injusto no poder estar con él, y para Rabastan los días eran eternos sin las escapadas con la pelirroja a la Sala de Menesteres, e inevitablemente empezaban mal sin despertar con el tibio cuerpo de Phoebe a su lado.

Las clases habían vuelto a comenzar, pero ellos no le daban mucha atención. James y Lily comenzaban a pasar más tiempo juntos, parecía que Lily se había resignado a que iba a casarse con James o tal vez se había dado cuenta que no era tan idiota como parecía. Sirius y Remus desaparecían cada tanto igual que Draco y Harry, y Regulus y Adelaide, todos probablemente aprovechando el tiempo libre que tenían mientras Dumbledore buscaba los Horrocruxes.

De cierto modo, Phoebe estaba agradecida de que fuera Dumbledore quien se ocupara de buscar los Horrocruxes, ella no podría soportarlo si el hombre la mandara a buscarlos.

Pero en ese momento se sentía sola y aburrida. Todos estaban ocupados con sus propios asuntos, encargándose de pasar tiempo con la gente que amaban porque todos sabían que podían morir al día siguiente, y ella... bueno, ella estaba sola en la Sala de Menesteres. Había leídos más de tres veces la carta de Narcissa y en su cabeza ya se habían reproducido todos los escenarios posibles para lo que podía pasar cuando le comunicara el contenido de esa carta a Dumbledore. Dos veces. Y ningún escenario era bueno.

En la bóveda de Bellatrix, Narcissa había visto una copa muy parecida a la que aparecía en los libros de Historia de la Magia como la de Helga Hufflepuff, por lo que era obvio que estaba allí. Del diario se iba a encargar Narcissa, por lo que, una vez consiguieran la copa, solo quedaba encontrar el quinto Horrocrux, que podría ser la reliquia de Rowena Ravenclaw.

El único inconveniente era que la bella diadema de Ravenclaw estaba perdida. Se había perdido luego de que la Dama Gris fuera brutalmente asesinada por el Barón Sanguinario, quien se suicidó al caer en cuenta de lo que hizo.

Tal vez esta vez la respuesta no estaba con los vivos. Tal vez debía hablar con los muertos.

(...)

Respirando agitadamente, evitó a los alumnos de la casa de las Águilas que corrían en dirección contraria para llegar a tiempo a sus clases. En esos momentos, odiaba a los niños calenturientos que se escabullían en los pasillos para besarse durante los minutos que tenían entre clase y clase.

Se corrió para evitar a una pareja que caminaba agarrados de la mano y con la mente en las nubes, pero se chocó contra el pecho fuerte de una figura alta y masculina.

Sixteen [Regulus Black]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora