Capítulo 8

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Rebecca

Entró en la oficina con la mirada en el suelo. Sus ojos cafés estaban demostrando lo cansada que estaba.

Levantó la vista cuando escuchó como piezas de metal chocaban entre sí, ante sus ojos estaba Felipe, girando en su silla giratoria con la mirada en el techo y unos papeles en las manos.

Con una media sonrisa, Rebecca recostó su cadera sobre el marco de la puerta. Inspeccionó con su mirada la oficina, Felipe no era alguien demasiado ordenado, pero tampoco era alguien que tuviera sus cosas regadas por todos lados.

Él decía que había orden en su desastre.

Al darse cuenta que Rebecca estaba allí, Felipe dirigió su mirada a ella. Felipe alzó una ceja al ver como ella sostenía un cono de ella en su mano.

-¿Helado tan temprano?-preguntó sonriente.

La joven miró el helado, después a él y se encogió de hombros con una sonrisa.

-Es helado dietético descremado, estoy a dieta.-dijo, mientras observaba como el agente Galle se acercaba a ella.

-Eso ni siquiera es helado real.-Felipe, con una sonrisa traviesa, tomó el cono y lo arrebató de las manos de Rebecca. Le dio un mordisco mientras hacía fuerza con Rebecca.

Forcejearon un poco entre risas. Al final, Rebecca recuperó su helado, ella miró a Felipe mientras comía lo que quedaba de su yogurt.

Felipe se alejó con una pequeña sonrisa y volvió a sentarse en su lugar. Al ver como él estaba tan concentrado, la agente Bonnet se acercó a ver lo que estaba en la computadora. Su rostro quedó cerca del hombro de Felipe, así ambos veían la pantalla que mostraba varios números.

-¿Lograron identificar el número telefónico?-preguntó con curiosidad.

-Ajá-respondió Felipe-. Procede de una compañía de teléfonos desechables.

-Esto es más difícil.-susurró Rebecca para si misma.

Felipe dirigió sus ojos miel a ella, con una sonrisa segura le respondió.

-Es difícil, pero encontraremos a quien le hizo eso a tu padre-habló con seguridad-eso te lo juro.

El corazón de Rebecca comenzó a latir rápidamente, sus ojos cafés estaban fijos en los ojos miel del agente. La sonrisa que Felipe tenía en sus labios era contagiosa, y logró poseerla a ella también.

Felipe aparto la vista y, sin borrar su sonrisa, volvió a mirar la computadora.

Rebecca se enderezó, algo confundida por lo que sentía caminó de un lado a otro. Felipe notaba que estaba nerviosa, así que de vez en cuando levantaba la mirada para verla.

Las cosas se mantuvieron en completo silencio, menos por los sonidos del teclado y las pisadas de Rebecca.

-¿Qué tan bueno es Oliver?-cuestionó Rebecca mientras jugaba con sus manos.

-Bastante bueno diría yo. No hay un tribunal de justicia que no conozca el nombre de Oliver Colucci-respondió Galle mientras seguía tecleando en su computadora-. ¿Por qué la pregunta?

-Nada, mera curiosidad.-dijo la castaña con nerviosismo.

Felipe dejó la computadora y giró con su silla para mirarla, Rebecca se sentía juzgada ante esa mirada miel.

-¿Cometiste algún delito? Si tienes que ocultar un cadáver me avisas, por algo somos amigos.

-¡No!-exclamó Rebecca con sorpresa-.No cometí ningún delito y no necesito esconder un cadáver.

Envenenáme despacio, amor.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant