Capítulo 12

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«¡¿Chris ha desaparecido?! ¡¡Demonios!!»

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«¡¿Chris ha desaparecido?! ¡¡Demonios!!».

Los hijos no desaparecen todos los días, y que la reacción más importante de Mila fuera un «demonios» con doble signo de exclamación era insultante. Siempre había sido una mujer poco partidaria del sentimentalismo, aunque en los últimos meses dicha tendencia se había acrecentado. El hospital no solo había consumido su cuerpo, sino también su alma.

Aquel mensaje pasó de Dylan a Sien y de Sien a Woody, en una pequeña e inestable cadena que se mantenía unida por la desgracia. El olor corporal de su supuesta madre le daba náuseas, pero a Woody no le importó tocar el mismo teléfono que ella. Haría cualquier cosa por encontrar a Chris con vida.

Los demás mensajes cargaban con mucha más impotencia; allí Mila les decía que su jefe no la había autorizado a irse porque tenía guardia durante todo el fin de semana. Tampoco era un capricho: ella era la enfermera en jefe y su presencia era indispensable aun cuando se cayera el mundo. Aún más cuando se cayera el mundo.

—Tranquila, hermana. Tú quédate allí y nosotros buscaremos a Chris por el vecindario. Te prometo que regresará —le dijo Sien en un audio de WhatsApp—. Confía en mí.

La respuesta llegó recién media hora después, cuando Sien y Dylan ya habían comenzado a diseñar los panfletos para buscar a Chris. Woody oyó la voz ronca que salía de la garganta de su tía y comprobó que ese saco de piel y huesos aún tenía —aunque escasa— una esencia humana. El dolor lo tranquilizó: estaba habituado a vivir entre falsas estatuas de mármol.

—Aún no puedo creerlo… ¡Chris! —Su llanto era auténtico, al igual que la sequedad en su garganta—. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónd…? Está bien, intentaré hacer todo lo posible para salir antes, pero no te prometo nada. Gracias por todo…, hermanita.

Ninguna de las dos era partidaria de los apodos cariñosos —de hecho, se llamaban por el nombre completo y dejaban que el tono de voz hiciera el resto—, por lo que Sien sonrió al escuchar el «hermanita». Quizá todavía había algo de calidez en su consumida hermana mayor.

—De acuerdo. —Sien se apartó el teléfono de su oreja y lo bloqueó—. En marcha.

—Mamá y yo iremos por las manzanas vecinas —indicó Dylan—. Tú, Woody, te encargarás de estas tres cuadras. No vayas tan lejos y regresa a casa antes de que caiga el sol. No queremos tener un tercer desaparecido.

«De acuerdo», escribió el niño, con punto final y todo. Simulaba entereza, pero en su mente se agolpaban las peores posibilidades. Palpitaba en su cabeza el recuerdo del enmascarado que le había disparado al teléfono de Chris. ¿Y si acaso volvían a encontrarse?

Woody se puso en marcha y recogió los panfletos a medida que se deslizaban por la Epson. La hoja mostraba una instantánea reciente de Chris coronada por un cartel que decía: «Se busca a Chris Peeters». Debajo, aparecían los datos de contacto y una tentadora recompensa: quince mil dólares.

Nadie sabrá lo que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora