Capítulo 39

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"Podrán arrebatarme el alma, la dignidad y la voluntad, pero con mi orgullo nadie se mete."

Katana

Katana siempre fue demasiado obstinada como para darle a su padre la satisfacción de humillarla; si el demonio le decía que no lograría algo, le demostraba que lo hizo, y mejor que el resto, si la golpeaba dos veces, ella lo golpearía cuatro, si decía que las espadas eran solo para ser manejadas por los machos, tomaría la mejor de la armería y practicaría con ella hasta derrotar a sus oponentes masculinos, y si le escupían en la cara que jamás dominaría la técnica del látigo, iba a demostrarles cuan duro podía azotar.

Cuan dura podía ser.

Hielo en la superficie, hielo en el interior.

Cuchillas en la cintura, cuchillas en la lengua. 

Ya no podía valerse de las armas para protegerse, ella debía de convertirse en una.

—Toma, te traje fresas. —Lan-Sui de dieciocho años le entregó una bolita hecha de tela, que al abrirse en su palma reveló un grupo de trece pintorescas frutas rojas. —Si sigues practicando y no llenas tu estómago no tendrás energía. Créeme es fea esa sensación de hambre.

Katana no preguntó, tomó la fresa más pequeña y se la comió en silencio, Lan-Sui no apartó su mano y tuvo que volver a agarrar un fruto más, luego otro y otro, así hasta terminar la cantidad total, consiguiendo una sonrisa satisfecha.

—Ya terminé de lavar la ropa. —Lan-Sui guardó el pañuelo entre sus túnicas, ignorando la mirada de reproche de su prima por ser tan descuidada con su vestimenta. —Hice las camas y barrí el ala de tu papá. ¿Hay algo más en la lista de hoy?

Sí, quedaban al menos diez labores más, pero Katana no abrió la boca, en su lugar dejó el látigo de regreso en su lugar, sacudió sus manos y se dispuso a irse, un agarre en su hombro firme la detuvo.

—Pregunté que si no había algo más, no que tenías de ir y hacerlo tú. 

—Eres la hija del emperador.

—¿Y qué? —Lan-Sui se rio. —¿Moriré si uso una escoba en lugar de una corona? No lo creo.

—No deberías hacer esto, se supone que es mi deber.

—Se supone que deberías de estar entrenando. Katana, tu escritura es mejor que la mía, pero en armas te gano por mucho, así que escucha, te quedarás aquí y entrenarás hasta la hora de la comida, luego negociaremos si entrenas combate directo o tiro al blanco.

—¡Lan-Sui!

Lan-Sui se alejó del ataque de ira de Katana, arrebatándole de paso la lista escrita de pendientes que guardaba en el bolso de tela atado a su cintura. Una vez obtuvo lo que quería, Lan-Sui agitó el botín en el aire y desapareció sin interrumpir más. Katana supo que había perdido, demasiado rígida por la ira, tuvo que esperara varios minutos antes de poder moverse y regresar al látigo que estuvo abandonado.

Al volver a agitarlo el movimiento destruyó la mitad de los pilares de práctica en el salón de armas de Lan-Sui.


***


De regreso en el salón que conservaba las marcas del tiempo, Katana fue embriagada por una cobertura nostálgica. 

En las paredes y pilares, los arañazos de las espadas y el látigo eran visibles, lo que era el suelo estaba lleno de memorias atrapadas, reflejando encuentros intensos de dos niñas que crecieron riendo y llorando juntas. Al final, donde en las otras habitaciones quedaba la puerta que conectaba con una terraza, estaba un espejo redondo con marco de plata, Katana lo odiaba en su infancia, pero Lan-Sui insistió en quedárselo, permitiéndole a su prima amar aquello que la asemejaba a su padre.

Lan-Sui le enseñó a amar al monstruo y a aceptarlo.

Antes, Katana se veía en el cristal y notaba a una abominación, con el tiempo lo único que le devolvió la mirada fue un igual.

Entre la oscuridad y la tenue luz de la luna que llegaba desde arriba, Katana vislumbró lo que era, y por una vez sintió alegría de que su prima no se dejara influenciar con tanta facilidad como para ceder a tirar el espejo al río puro del clan.

Tenía los rasgos albinos de la familia imperial, y podía ser considerada, también, una copia del emperador Lian, más, las semejanzas se perdían al mezclarse con la genética de su madre, una mujer de noble cuna con la mano más suave y brutal que conoció. 

Una vez, Katana pensó con desfigurar su rostro para evitar crecer con la belleza idéntica de su progenitora. La cuchilla y el acero caliente rozaron su piel, entonces Lan-Sui se interpuso y la línea afilada, junto al sello en forma de copo, quedaron incrustados en su espalda.

De ahí Katana no tuvo una segunda vez.

Si empuñaba un arma para herirse, Lan-Sui recibía la estocada.

Si era hierro, se interponía logrando quemarse.

Un pedazo de hielo... Lo derretía volviéndolo agua tibia.

Carbón... Era reducido a cenizas.

Katana dejó de perder el tiempo con viejos sucesos, pasó por su antiguo látigo y lo rosó con los dedos. Estaba cansada de aguantar, necesitaba liberarse, necesitaba sacar lo que llevaba dentro.

Los cables plateados que envolvían su dedo anular se desenredaron, uno tras otro, formando un abanico de cinco serpientes listas para destruir. Chispas azules y blancas recorrieron a Kuragami, el arma estaba lista, y pareció regocijarse igual que Zagan, cuando Katana la alzó, ondeándola en el aire para tomar impulso y cortarlo todo.

Esa noche, aparte de la emperatriz, nadie más en la corte blanca pudo conciliar el sueño.

The Princess And The Demon Witch IIWhere stories live. Discover now