Capitulo extra

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Raven suspiro y se pasó el dorso de la mano por la frente, secándose el sudor. Su marido estaba igual que cansado que ella, sudoroso y agitado.

— No entiendo cómo pudiste hacer esto solo. — Susurro mirando la pesada mesa que estaban moviendo.

— Me llevo toda la jodida semana. — Informo el con una sonrisa.

Finalmente si había recordado dónde había dejado el último cofre. Lo recordó en el momento exacto en que se paró en esa pequeña capilla que tenía su madre en el jardín, mientras miraba a su esposa vestida de blanco y poniéndole la banda de oro que en ese momento relucía a la luz de la luna.

Finalmente si había visitado la casa de sus padres en esos trece años de desaparecido, aunque ellos no se habían enterado de su visita. El cofre estaba debajo del altar dónde el padre del pueblo concedia una misa privada para la familia Van den Hurk a veces. La mesa de mármol pesaba como la mierda, le había llevado tres noches de trabajo correrla, cavar y guardarla debajo de la alfombra. Durante tres noches seguidas había vuelto en la noche a correr esa mesa y seguir el trabajo, hasta conseguir el espacio debajo de la tierra para meter el cofre y luego de lograrlo, había sudado cargando el cofre y guardarlo ahí, tapar todo de nuevo y dejar todo como estaba. Una semana entera, trabajando en la noche, cavando y sacando maderas en absoluto silencio.
 
Y ahí estaba, con su esposa, frente al altar dónde horas antes la había desposado frente a su familia y Dios, cavando nuevamente para recuperar su fortuna. Una risa histérica le burbujeo en el pecho. Su maldita esposa estaba con un camisón ayudándolo a desenterrar su último cofre, en su noche de bodas. Raven había pedido quedarse con la familia, porque no quería viajar a casa, y ellos habían aceptado, sin sospechar que sus intenciones eran otras que pasar tiempo con la familia.

  Desenterrarlo fue más fácil que enterrarlo, las maderas crujieron. Después de quitar una hacían silencio y él podía jurar que podía oír el corazón acelerado de Raven cuando eso pasaba. Sacar el cofre fue un desafío, el hoyo dónde lo había metido era demasiado justo, así que no les quedó otra opción que sacar lo que contenía y dejar el cofre ahí dentro. Las joyas dejadas así nomás sobre seda brillaban, mientras ellos volvían a guardar y dejar todo como estaba.

— ¡Joder Chris! — Exclamó ella mirando finalmente el resultado cuando terminaron se poner la mesa en su lugar.

Sonrió al oírla maldecir y le estampo un beso rápido.

— ¡Mira la cantidad de cosas! ¿Que carajo robaste?

Él miro la montaña realmente grande y las hermosas telas de brocado, seda y el encaje más delicado.

— Me iba a retirar. — Reflexionó y se dio cuenta de la verdad. — Era el último. No sé porque lo iba a hacer, pero se que tome esa decisión.

— Eres un cabron con suerte. — Dijo ella arrodillándose y juntando las joyas como si fuese cualquier cosa dentro de una tela.

Él se sentó sobre sus pies y la miró largamente.

— La verdad es que si, soy un cabron con suerte. Encontré a la mujer perfecta.

— Estoy lejos de ser perfecta. — Dijo ella con sorna.

Él Negó suavemente y la tomo de la nuca, apretando su cabello en su puño.

— No te ves como realmente eres. Eres tan perversa que me pones duro de solo verte, tu cerebro maquinador nunca deja de sorprenderme.

El paso la mano libre por su garganta apretando ligeramente y paso la lengua por sus labios entreabiertos.

— Incluso aqui, en medio de la noche… — Él la beso profundamente como quería y su vientre se apretó cuando ella gimio sobre sus labios. — No puedo pensar en otra cosa que estar dentro de ti.

Mentiras Negras ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora