LA ÚLTIMA NOCHE

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Durante las siguientes semanas hasta la fiesta anual que Alexandre daba con motivo del aniversario de su coronación me mantuve firme en mi decisión

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Durante las siguientes semanas hasta la fiesta anual que Alexandre daba con motivo del aniversario de su coronación me mantuve firme en mi decisión. A pesar de que él había cumplido su promesa de no sacar el tema a colación, debía reconocer que por las noches era muy difícil hacerse a la idea de no volver a estar junto al cuerpo desnudo de ese dios belga una vez que me fuera.

Me había asegurado a mi misma que esa pasión se acabaría, que se volatilizaría convirtiéndose en humo que desvanecería ante nuestros ojos, pero mi cuerpo aún temblaba y producía espasmos inigualables cada vez que Alexandre me colmaba entre sus brazos.

¿Quizá el hecho de estar permanentemente allí no me hacía pensar con nitidez? Yo siempre me había considerado una persona racional, con un juicio moral pragmático que no se encariñaba en esas pequeñeces que ahora por alguna razón me resultaban especiales: el olor de su perfume, su barba incipiente rozando mi nuca por las mañanas, aquellas manos rodeándome mientras me acercaban a su torso haciéndome sentir protegida...

Nunca había dependido de un hombre y no comenzaría a hacerlo ahora. Alexandre me gustaba, eso era indiscutible, pero necesitaba mucho más que eso para considerar la posibilidad de renunciar a mi vida y a mis principios por algo tan liviano.

Bueno... de liviano tiene poco considerando que es el primer hombre por el que sentía algo aunque solo reconociera que era un deseo inagotable.

¿Qué se suponía que sentía la gente cuando amaba a alguien? Mi hermana había renunciado a su vida con los ojos cerrados por estar al lado de Bohdan y yo me planteaba salir huyendo porque precisamente no quería renunciar a la mía. Quizás esas eran pruebas evidentes de que no estaba enamorada de Alexandre, ¿Y entonces porque sentía una parte de mi melancólica?

No quería ser la reina consorte de Bélgica. No quería las obligaciones, los discursos, las miles de representaciones o protocolos a seguir... no quería nada de eso, pero si a Alexandre. Quería sus besos, sus caricias, la forma en la que me tomaba entre su cuerpo.

En una palabra: no quería al rey, sino al hombre.

Todo habría sido más fácil si no hubiera buscado esa carta o si Eloise no la hubiera mencionado siquiera, a esas alturas Alexandre habría renunciado al trono a favor de su hermano y quizá... quizá nada, porque la realidad es que Alexandre había nacido para ser rey y yo plebeya.

Fin.

Aunque Alexandre me había pedido que me quedara el tiempo que quisiera. Un día, una semana, un mes, un año... ¿También podía quedarme toda la vida? O quizá solo hasta que él se cansara y me dijera que me fuera.

No. No pensaba dejar que ese momento llegara, no pensaba dejar que un hombre estableciera como sería mi vida y aunque me dolía reconocerlo, sabía que la única razón por la que Alexandre me había pedido aquello es para no tener que enfrentarse públicamente a un divorcio, eso provocaría otro escándalo que sacudiría su reinado tras toda la polémica que había acontecido en los últimos meses.

No formaría parte del conformismo de ningún hombre, ni siquiera aunque ese hombre fuese rey.

Mi decisión estaba tomada, llevaba cinco meses firme en mi determinación y era consciente de que no cambiaría de opinión en las últimas horas que quedaban.

Probablemente fuera obstinación, ¿Qué sucedería por uno o dos días más? O ¿Unas semanas más? Sucedería que no había sido mi decisión inicial y que seguramente Alexandre pensaba que si me quedaba allí es porque estaba completamente rendida a sus pies.

Y yo no estaba rendida a sus pies.

No lo estaba y punto.

Fin.

Aunque la realidad era otra. Una muy diferente.

Alexandre no me amaba.

¿Estaría dispuesta a quedarme si él realmente me quisiera?, ¿Podría estar dispuesta a todo si Alexandre sintiera más que deseo por mi?

En realidad no lo sabía, nunca lo sabría porque él no me quería, solo sentía lujuria y sentido del deber hacia mi, además de estar enormemente agradecido por haber logrado que recuperase de nuevo a su hermano.

Cerré la maleta con las pocas cosas que había decidido llevarme, básicamente se limitaban a todo lo que traje unido a la ropa interior que suponía nadie más se atrevería a ponerse. Miré la habitación que me había pertenecido durante aquel tiempo, no sabía si la extrañaría, pero tenía sentimientos encontrados al saber que no volvería a pertenecerme en lo que restaba de vida.

Sería feliz lejos de allí o eso decidí que haría. Estaba completamente convencida de que una vez que pasara varios días en las playas paradisiacas de las Maldivas se me olvidaría hasta mi propio nombre y todo lo vivido en aquellos cinco meses que había permanecido en Bélgica.

Cinco meses... ¿Cómo podían haber pasado tan rápido?

Dejé la maleta bajo la cama, no deseaba que nadie hiciera preguntas sobre ella y según Melissa, mi asistente de las últimas tres semanas, en cinco minutos mi habitación se convertiría en un salón de belleza.

El vestido rojo era absolutamente brillante, espectacular, era una obra de arte y absolutamente perfecto para mi puesta final. No volvería a lucir un vestido de ese tipo nunca más, tal vez lograra acercarme cuando alguno de mis sobrinos decidiera casarse, pero desde luego no sería algo tan esplendido como aquello y era algo que si me provocaba un pellizco interno.

Quizá tenia esa clase de pensamientos porque aquel tipo de vestimenta estaba lejos de una clase media tirando a baja como la mía, ¿Cuánto costaría realmente ese vestido? Probablemente el sueldo de una persona normal durante varios años, estaba segura de ello, pero aún así tenía que reconocer que no merecía menos.

Pero no era en sí el vestido o no volver a llevar ropa de un diseñador como Elie Saab nunca más, sino más bien una sensación extraña de no sentirme tan fuera de lugar en aquel mundo como imaginé que lo sería a pesar de renunciar a mi libertad.

¿Era quizá por haberme metido tanto en el papel durante ese tiempo? Tampoco había tenido muchas criticas como pensé que lo harían, aunque eso se debería seguramente a la prensa comprada por parte de la casa real belga, aún así no me había sentido tan mal, ni tan pequeña y Alexandre había conseguido que todo fuera mucho más fácil de lo que imaginaba.

No pensé más en ello porque como Melissa había previsto, todo el séquito para ponerme a punto para el gran evento entró en mi habitación.

Desde las uñas de los pies hasta el último de mis cabellos había sido debidamente mimado y pulido para lucir espléndida. El toque final fue la corona de rubíes engarzados que esta vez no rechacé en absoluto llevar a la gran fiesta.

Mi cerebro había decidido que si esa sería mi última noche, lo haría de verdad como la reina de Bélgica que se suponía que era.

Última. Última. Última...

 Última

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De Plebeya a Reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora