LAS MALDIVAS

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Las Maldivas

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Las Maldivas







Siempre había querido creer que cuando al fin estuviera en aquella isla tropical al sur de Asia, lejos de todo y de todos, en una tumbona frente a un inmenso mar cristalino, con un paisaje espectacular sin nada en lo que pensar que no fuese el momento de disfrutar de aquella paz, olvidaría a Alexandre y todo su encanto.

Pues ni siquiera con cuarenta y cuatro caipiriñas lo había logrado, tal vez necesitaba otras veinte más para hacerlo, aunque luego no supiera ni regresar a la cabaña que había alquilado.

Hacía casi un mes que me había marchado, de hecho, hacía exactamente veinticuatro días que puse un pie fuera de palacio con la intención de no regresar nunca más, siendo consciente de que con toda probabilidad esa sería la última vez que vería a Alexandre sin contar con las apariciones en la prensa que no pudiera evitar.

Ni siquiera había buscado en internet lo que se podría estar hablando de mi en aquellos momentos, cual era el motivo de mi ausencia o si Alexandre ya habría dado el comunicado oficial de nuestra ruptura. Siendo sincera conmigo misma, no quería saberlo, no quería ver que era real el hecho de que ya no formaba parte de su vida y de que todo habría acabado para siempre. Aunque, ¿No era eso lo que yo deseaba?, ¿No era esa la razón por la que me había marchado? Yo misma quería aquello, así que no era de extrañar que él simplemente siguiera con su vida.

El problema era otro. Uno bien gordo y gigantesco.

No era como esperaba que fuese ni de lejos.

El avión privado de Alexandre me llevó a Madrid donde pasé unos días y posteriormente tome rumbo a las Maldivas donde había estado desde entonces, donde llevaba más de dos semanas y donde empezaba a creer que aquel lugar infinitamente precioso al que había idealizado pensando que sería capaz de hacerme olvidar absolutamente todo empezaba a ahogarme y agobiarme a partes iguales.

El agua cristalina ya no me parecía tan atrayente. La idea de permanecer tomando el sol todo el día relajada empezaba a aburrirme y el alcohol que no dejaban de servirme cada vez que lo pedía comenzaba a irritarme. No quería decirlo en voz alta. No deseaba darme yo misma la bofetada, pero ni las mejores vacaciones de mi vida iban a lograr que olvidase a Alexandre.

Y ni siquiera lo haría su doble gemelo idéntico aunque existiera.

¡Joder!

Cada noche desde que me había marchado, cada puñetera noche soñaba con él, con sus besos, con sus caricias, con las infinitas veces que me había llevado al clímax y al final terminaba dando vueltas en la cama sofocada sintiendo el ardor dentro de mi que me pedía ir de nuevo a sus brazos, que clamaba su presencia una y otra vez atormentándome con una intensidad que ahogaba y consumía a partes iguales.

¿Hasta cuando sería así?, ¿Cuánto tiempo tendría que soportar esa agonía?

Me consolaba pensar que algún día pasaría, que solo era cuestión de tiempo que así fuera, aunque en realidad solo estaba tratando de engañarme a mi misma para no hacer las maletas y regresar a corriendo a Bélgica.

Y eso era lo último que haría.

Noté la sombra a mi lado tapar parcialmente mi rostro e imaginé que sería el camarero trayéndome otro coctel para sustituir el anterior ya que apenas le quedaba un sorbo.

—Shukuriyaa —dije dandole las gracias en su idioma.

—Si no te echas protección vas a terminar como las tostadas de papá. —Di un brinco de la tumbona quedándome sentada mientras me bajaba las gafas de sol para ver la visión de mi hermana personificada.

—He tomado muchas caipiriñas, ¿verdad? No eres real, por supuesto que no eres real...

—He tomado muchas caipiriñas, ¿verdad? No eres real, por supuesto que no eres real

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De Plebeya a Reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora