REINA DEL MEJILLÓN

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El vuelo de diez horas comenzaba a resultarme verdaderamente eterno

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El vuelo de diez horas comenzaba a resultarme verdaderamente eterno. ¿Quién me manda a mi irme tan lejos?

La realidad es que no me había ido más lejos porque no existía una isla paradisiaca más lejana de Alexandre que aquella o tenía claro que la habría escogido en primer lugar.

—Caminar de arriba abajo por el avión quemando la moqueta no hará que lleguemos antes —mencionó Celeste regodeándose de mi absoluto nerviosismo.

Sabía que Bohdan había viajado a Bélgica mientras mi hermana cruzó el océano en mi búsqueda, al parecer la idea era retrasar todo lo posible el momento de la abdicación hasta que yo decidiera entrar en razón.

Y mucho no me había costado hacerlo al parecer...

—Voy a hacer algo que cambiará mi vida para siempre, así que deja de decirme que puedo o no puedo hacer, reina de las salchichas —bufé solo para hacerla replicar.

—Te lo dejo pasar solo porque sé exactamente como te sientes ahora mismo —respondió sin inmutarse—, reina del mejillón —agregó con un esbozo de sonrisa y me detuve solo para mirarla colocando mis manos en jarras.

¿Reina del mejillón? Si que es cierto que los mejillones eran típicos de Bélgica, estaba claro que no me iba a llamar reina del chocolate o los gofres, eso sería casi un halago.

Caray con la reina de las salchichas... era una Abrantes, no es que me sorprendiera.

—Suerte la mía que me encanten los mejillones —admití sentándome finalmente.

—Suerte la mía que me encanten las salchichas —guió el ojo Celeste y comprendí que aquello era una especie de tregua.

Casi no podía creerme que estuviera de nuevo en Bélgica y sobre todo que fuese a hacer lo que pretendía hacer.

¡Dios mío!, ¡Iba a impedir que Alexandre abdicara renunciando a la libertad que eso podría darnos y decidir estar a su lado como reina consorte.

Y sabía las consecuencias de aquello, pero en lugar de asustarme o hacer que me retractara de mi decisión, solo me impulsaba a desearlo con mayor fervor.

Dios mío... si que estaba enamorada, hasta las malditas trancas podría decirse.

No podía imaginarme un vida sin él, necesitaba que estuviera a mi lado y no podría hacerlo sin que fuese realmente él; el hombre y el rey, porque Alexandre no era uno sin el otro, eso era algo que había comprendido desde el primer minuto.

Y admiraba que fuera así.

Había tardado en comprenderlo, en entender que no podía dejar que él renunciase a ser quien era por mi, porque yo no había renunciado a ser quien era por él. En ningún momento de aquellos cinco meses, fingí ser alguien que no era o renuncie a mi propia personalidad por adaptarme al papel de reina. Fui yo... cada minuto, cada segundo, cada instante no dejé de ser Adriana Abrantes.

Me había centrado tanto en que aquel no era mi mundo, en que no estaba a la altura de las circunstancias y en que no deseaba esa clase de vida para mi, que ni siquiera reconocí el amor cuando me estaba aporreando a mazazos en toda la cara.

Estaba empeñada en creer que solo era una ilusión, fruto del lujo y el hecho de que Alexandre no solo fuera perfección, sino un caballero digno de admiración. Me había convencido tanto de que marchándome de allí olvidaría todo que miré hacia otro lado cuando las señales estaban ahí diciéndome que aquella clase de sentimientos no podían ser fruto de algo tan frágil como la lujuria o el deseo.

Y ahora lo comprendía todo, entendía porque había pasado toda mi vida creyendo que era incapaz de sentir amor, que aquello no estaba hecho para mi y que probablemente jamás me enamoraría de un hombre con el que deseara compartir el resto de mis días.

Porque ninguno estuvo jamás a su altura, porque era ni lo más mínimo parecido a Alexandre.

Aquella adolescente de diecisiete años que se había quedado prendada del rey de Bélgica se había pasado el resto de su vida aspirando a encontrar alguien como él y resultaba evidente que no iba a encontrarlo jamás, porque en que instante en que contraje matrimonio con Alexandre no supe que de algún modo le entregué mucho más.

—Bohdan dice que la reunión dará comiendo en veinte minutos, intentará retrasar a Alexandre todo lo posible para que no entre en esa sala antes de que lleguemos —dijo Celeste y noté que estaba impaciente.

—¿Es que no le ha dicho que vamos de camino? —pregunté atónita.

—¿Y arriesgarse a que adelante la reunión? Por supuesto que no, está convencido de que debe hacerlo, ni Nathaniel o Bohdan le han hecho recapacitar de su empeño, así que solo tú puedes hacerlo.

Sonreí vagamente.

¿Tan claro tenía que deseaba renunciar a su mandato? No podía creer que Alexandre pudiera elegirme a mi antes que a su país. Aquello era una locura... pero la mejor locura de mi vida si debía reconocerlo, ahora sabía que sus sentimientos hacia mi eran verdaderamente sinceros.

—¿Qué sentiste cuando caminabas hacia el altar sabiendo que sellarías tu destino junto a Bohdan? —pregunté queriendo saber si ella se sentía del mismo modo en que lo hacía yo.

No iba vestida de novia, ni caminaría por el pasillo de una iglesia donde un cura bendeciría mi matrimonio, pero el fin sería el mismo y necesitaba saberlo.

—Sentía nervios, incertidumbre y sobre todo la certeza de que estaba dispuesta a darlo todo por el hombre que me había robado cada célula de mi ser —contestó con un deje de sonrisa como si recordara el momento—. Recuerdo que temía no estar a la altura, no deseaba enfrentarme a la decepción o al hecho de que algún día el creyera que no hizo una buena elección.

—¿Y como superaste eso?

—¿Y como superaste eso?

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De Plebeya a Reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora