Parte 62

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—Perdona que haya tardado, llevaba meses sin atender a tres de mis musas y no podía posponerlo más. —Fue entonces cuando reparó en Héctor y le miró con una sucia medio sonrisa—. ¿Quién es? Me suena. ¿Es un regalo para mí?

Héctor no se movió de donde estaba. Pude notar lo tenso que estaba a pesar de que me daba la espalda. Me fijé en una de sus manos, le temblaba el pulso. Su experiencia con los dioses había sido terrorífica, estaba muerto de miedo como era lógico. Aun así, no permitió que Apolo se acercara a mí. El dios pareció sorprendido de que Héctor se interpusiera entre él y yo.

—Uuuh —pronunció con una cadencia traviesa, mientras se comía a Héctor con los ojos.

Suspiró cansado y cambió de parecer.

—Bah, no tengo tiempo y esas tres me han dejado seco. Adiós.

El dios hizo un leve gesto con la mano indicando a Héctor que se marchara. Este ni se inmutó.

—Adiós.

Repitió el gesto y la palabra. Como obtuvo idéntico resultado chasqueó los dedos.

—¿Adiós?

El rostro de Apolo dibujó una expresión de incredulidad.

—En fin, ¿para qué me llamabas? —se dirigió a mí, ignorando a mi protegido.

Me adelanté a Héctor, que seguía sin moverse y pareció sorprendido de la familiaridad con la que Apolo y yo nos tratábamos.

—Me atacó de nuevo el semidiós, me secuestró, me drogó, me ató, dijo que me metería en una jaula —enumeré atropelladamente—. Tienes que encontrarle y detenerle. Es muy peligroso.

—¿Detenerle yo? ¿Por qué? —Resopló poniendo los ojos en blanco—. ¿Dónde está? No le veo.

—No está, aquí. Tienes que buscarle...

—¿Encima tendría que buscarle? ¿con la cantidad de semidioses que hay por ahí?

Entonces recordé un dato importante.

—¡Dijo que era hijo de Zeus! Es él, es su hijo. Podrías preguntar a Zeus por él, seguro que...

Apolo me interrumpió con una sonora carcajada.

—Ay, necia. Eso es como no decir nada. Medio mundo es hijo de Zeus. Yo soy hijo de Zeus.

—¡Tiene una lanza! —exclamé—. Una lanza dorada que se estira. Me ha herido.

—¿De cuántas puntas?

—¿Puntas? Una.

—Demasiado común, déjame ver la herida.

A Héctor le había valido con ver el rasguño a través del roto del jersey, pero el dios quería verlo entero, así que traté de subir la manga de la prenda para que la viera bien, pero era algo estrecho y me costaba. Él dios resopló hastiado, chasqueó los dedos y el jersey se convirtió en una camiseta de tirantes que dejaba mis brazos al descubierto. Le bastó un vistazo para dar su diagnóstico.

—Esta no es una herida cualquiera ni está hecha por un arma cualquiera, pero no la identifico...

—¿Está envenenada? ¿Está en peligro? —preguntó Héctor dando un paso hacia nosotros y olvidando por un momento el terror que el dios le provocaba.

—En fin, con tan poca información no puedo encontrar a ese hermanastro—Apolo ignoró la pregunta de mi protegido, ni le miró—. Si vuelves a cruzarte con él, intenta que no te clave esa lanza mata monstruos y no habrá problema.

—¿Eso es todo? ¡¿De verdad no vas a ayudarla?! —Héctor estaba atónito, al contrario que yo, no estaba acostumbrado a la desidia del dios.

Apolo volvió a ignorarle, a pesar de que el chico le gritaba. Era como si no pudiera ni verle. Yo fui incapaz de decirle nada. Sabía que nunca había estado dispuesto realmente a ayudarme. En ese momento fui consciente de que le habría dado igual encontrar mi cuerpo decapitado junto a la carretera, yo no significaba nada para él. Recordé el post it que leí en la habitación secreta de mi tía, el que estaba pegado sobre una foto de mi cara: "Que se arme, porque nadie va a salvarla". Nadie iba a ayudarme, estaba sola a merced de aquel semidiós y a saber qué más cosas. Podía entrenar, pero no tenía armas poderosas como las suyas ni tampoco intenciones tan oscuras. Me había hecho daño porque yo tardé en estar dispuesta en hacérselo a él, porque no quise herirle. ¿Qué tendría que hacer para detenerle? ¿Matarle? Yo nunca había matado ni a una gallina, la idea de tener que hacer algo así me aterraba.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora