Ducado de Polignac

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A María se le heló la sangre, no podía creer sus palabras. Jamás se había sentido en semejante peligro. Inconscientemente observó a sus hijos, sabía que su seguridad estaba en grave peligro, que tanto ella como Auguste acabarían en la guillotina si no pensaban qué hacer con seguridad.

-Tenemos que irnos.-aseguró María.

-¿A dónde?-susurró Auguste indicándole así que tenía que bajar la voz para no despertar a todos.

-A donde sea, tenemos que irnos de aquí. No voy a dejar que toquen a nuestros hijos.

-¿Crees que yo sí lo haré?-preguntó el joven con algo de recelo.-Nadie va a poneros una mano encima, pero necesito tiempo, María. No podemos simplemente desaparecer. ¿Qué será del país?

La joven suspiró profundamente, se llevó las manos a la cabeza y entendió entonces la actitud que Auguste había tenido los últimos días.

Ambos escucharon un ruido y su sentido de alerta los hizo sentarse sobre el colchón rápidamente para observar de donde venía aquel ruido. Gabrielle estaba de pie con su hijo Melchior en brazos. Los monarcas la observaron, tenía aún más terror en sus ojos.

-¿Vamos a morir, su majestad?

El joven se quedó boquiabierto, no podía garantizar la seguridad de nadie, aún menos de alguien que no era parte de la familia real. Gabrielle maldecía el haber sido tan cobarde y no haberse marchado antes a casa de su madre como tenía previsto. Su lealtad hacia María y la corona la cegaban y sabía que el precio sería más alto de lo que se podía imaginar.

-No, Gabrielle, no dejaré que te hagan daño.-respondió la reina.

-María, no puedes prometerme nada.-cuestionó la joven.-Sabes que una vez entren nadie estará a salvo.

-Gabrielle es suficiente.-ordenó Auguste.

-Pero...-susurró la joven.

-Nadie va a entrar, ahora por favor vuelve a dormirte para que la reina pueda descansar.

Dejando la conversación a la mitad, Auguste se tumbó de nuevo en la cama, María y Gabrielle se miraron volviendo a sus posturas ya que esa había sido las órdenes de Auguste. Pero aunque no hablaron, sus ojos sí se habían prometido tener una conversación en el futuro.

Cuando Auguste se despertó un par de horas después, encontró a las mujeres de pie hablando mientras mecían a los niños, el sol estaba saliendo poco a poco y las dos parecían muy decididas a seguir con su plan. Las jóvenes miraron a Auguste para volver a mirarse de nuevo buscando la aprobación mutua. La primera que dio un paso el frente y se aclaró la garganta fue María.

-¿Podemos hablar, su majestad?

Los tres estuvieron casi una hora discutiendo, María y Gabrielle utilizaron todas sus energías en convencer al rey de huir, Gabrielle tenía familia en Suecia a la que podía acudir sin mayor problema, con el disfraz adecuado y el tiempo necesario aún podrían escapar. Ponerse a salvo, ver a sus hijos crecer, Maximiliano y Aglaè podrían huir a Austria y vivir allí en paz. Los hermanos de Luis también podían trasladarse a América para buscar asilo político.

Pero todo aquello fue imposible. Auguste se negó en rotundo y después de mucho discutir, María y Gabrielle no tuvieron más que quedarse calladas y sumisas, como debían hacer.

Se vistieron con algo cómodo, María tenía orden de no caminar demasiado por peligro del bebé, apenas probaron bocado en el desayuno, pues la tensión era demasiado grande.

Quizás fuera el instinto de supervivencia, pero se aseguraron de hacer una pequeña maleta con cosas valiosas y necesarias que podrían serles de utilidad. También metieron en aquella maleta cartas y recuerdos inolvidables que no podían quedarse allí por nada del mundo. Madame Deniau entró para preparar a las jóvenes, hasta ella parecía preocupada por la situación, les aconsejó que se quedaran en la habitación, pues allí estarían más seguras y luego de eso se marchó a organizar a todos los sirvientes, muchos de ellos no se habían presentado por la mañana en su puesto de trabajo.

María. (TimePrincessGame) Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora