Capítulo 22: El gran secreto de Rex

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El sábado en la noche la banda y yo realizamos el mejor concierto de todos los tiempos. Estábamos motivados e incluso las diferencias entre Al y yo se olvidaron una vez que subimos al escenario. Fue la primera vez en mucho tiempo en la que no fui a beber a un bar en cuanto acabó el show. Los chicos se quedaron un rato bebiendo unas cervezas, contentos por el éxito, pero yo preferí volver al hotel y dormir un poco, no sin dificultad, sin embargo.

Me costaba. Me costaba muchísimo mantenerme sobrio, en especial en ese ambiente. Al y Steve fumaban; Steve intentó ser considerado y reducir ese hábito en mi presencia, pero Al siguió fumando con el mismo descaro, era como si estuviera intentando impedir cualquier oportunidad que tuviera de ser feliz. Lo hizo con Scott, también cuando le coqueteó a Alma y en esa ocasión lo volvía a hacer, incitándome a que continúe fumando. Lo que él no sabía era que lo único que hacía era darme más coraje.

Alma llamaba todos los días, o al menos la mayoría, para preguntarme como estaba. Con solo escuchar su voz todo mi cuerpo se relajaba, esos minutos de llamada eran los mejores del día. Me contó que quería empezar un curso de cocina y la mala noticia de que Amanda no había podido volver a su hogar debido a la caída que había sufrido en la ducha, obligándola a quedarse en Nueva York por más tiempo. Esa noticia me preocupó, más no dejé traslucir mis sentimientos a Alma, ella ya tenía suficientes con sus propias preocupaciones para encima sumarle las mías.

Las llamadas a mi padre, por otro lado, se volvían cada vez más cortas e inexpresivas. No quería efectuarlas pero debía hacerlo, quería saber, justamente, si había noticias de Scott, cualquier cosa.

Mi hermano se inmiscuía en mis pensamientos con frecuencia. Estuviera donde estuviera, ¿pensaría tanto en mí como yo en él? Asumiendo que el siguiera con vida, claro. <<Por supuesto que sigue vivo, Rex, no seas tonto>>, me reprimía internamente. Lo extrañaba tanto, tantísimo, ansiaba verme reflejado en sus ojos verdes, en esa mirada adusta y firme tan típica de hermano mayor. Extrañaba su sonrisa cálida, las peleas amistosas y la forma en la que me reprendía cuando me pasaba con la bebida. Lo echaba de menos.

Cada día que pasaba, superar mis adicciones se volvía más fácil. Me sentía menos cansado y volvía a disfrutar de bromear con mis amigos o de vivir despreocupadamente —de la forma más despreocupada que me permitía mi situación, claro está—. Alma estaba orgullosa por mis progresos, pero no era la única, Alex también lo estaba. Mi amigo se mostraba demasiado contento por mis avances y fue mi pilar de apoyo en el tiempo en que estuve sin Alma.

Volver a Nueva York al finalizar la gira fue como volver a un hogar, extrañamente. Alma me recibió con los brazos abiertos el día en que llegué, esa vez con muchas más valijas y bolsos. Estaba tan emocionado por verla que no me contuve a impartir repetitivos besos por todo su rostro: en su frente, sus mejillas, sus labios, su mentón. No podía detenerme, la había añorado tanto...

Esa vez no fue necesario ningún hotel, ya que me alojaría en su apartamento por un tiempo indefinido. No sabía por cuanto me quedaría, pero esperaba que fuera un plazo largo.

—Rex, no puedo explicarte cuan orgullosa estoy de ti —me comunicaba Alma mientras entrábamos a su hogar, con la aprobación desbordando su expresión.

—Sin ti no podría haberlo logrado. No podría estar haciéndolo ahora —me encogí de hombros, otorgándole todo el crédito.

Dejamos los bolsos tirados por el suelo de la entrada. Alma tenía una expresión pensativa en su rostro.

—He pensado que, por tu buen comportamiento, ya sabes, podría darte algún premio —me sonrió, mostrándome los dientes y alzando las cejas.

No me importó que sonora como si le estuviera hablando a un perro, mi mente ya estaba por las nubes. Escenas de Alma y yo besándonos y acariciándonos comenzaron a desfilar por mis ojos. Sonreí pícaramente y la miré expectante.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now