7. C A M P O

8.1K 1.1K 154
                                    

—Dame tu mano.

Después de la subliminal charla que tuve con Haxel, en la biblioteca llegué a casa, casi alarmada.

¿Te ha pasado que cuando eras niño encontraste algo extraño (quizás una piedra color zafiro, distinta a las demás), la conservaste por que te atraía, pero un día se te perdió?

Haxel se ha convertido en esa piedra color zafiro que despierta mis instintos de atracción. Y ahora que me ha dicho que se irá siento un peso en mi pecho.

Recuerdo que mis padres se estaban dando un beso en cuanto atravesé la sala de la casa. Se soltaron, desconcertados.

Y bueno, pues les conté. Les dije que estaba casi reventándome la cabeza la necesidad de querer saber hacia dónde iría Haxel.

Me dijeron lo que toda persona me diría: "¿Por qué no el preguntaste a donde iría?" Pero fue solo por que ellos aun no entienden el concepto de lo que es Haxel.

Haxel juega a dejarte en duda, para que tu le preguntes, y luego te deje algo de que aprender de tu duda.

Yo no quería aprender nada de su marcha. No había nada que aprender de su abandono. Al menos eso era lo que yo sentía.

Les confesé a mis padres, y solo me dijeron que me prepararían leche tibia desnatada, con galletas saladas. Mas no me siguieron diciendo nada. Supongo que por que no querían invadir mi forma de llevar esto.

Transcurrió una semana después de esa vez. Gracias al otoño se llenaron las calles y los campos, de la localidad, de hojas secas. (Durante esos siete días).

No lo vi. Sino hasta que por casualidad me puse a barrer con un rastrillo de plástico el patio delantero de mi casa. Era fin de semana.

"Haxel", lo llamé, sorprendida, cuando lo vi pasar por la calle que queda frente a mi vivienda.

Me planto rápidamente una mirada, y luego inclino su cabeza hacia el suelo. Eso lo tomé como un saludo.

Hacía frio. Ambos llevábamos un suéter de lana, que nos cubría la parte superior de las piernas.

Siguió caminando. Y para darte una idea de cómo fui a parar a este hermoso campo con él: lo seguí.

—Dame tu mano —repite, extendiéndome su áspera palma (como la palma de la mayoría de los hombres)

Estamos tumbados sobre una rumera de hojas secas, viendo el despejado cielo de otoño.

—Claro.

Haxel nunca me había pedido la mano. Pero se la doy. Observa detenidamente la yema de mis dedos, roza sus labios resecos con ellos, y luego se los mete a la boca.

—¿Te gustan también las manos?

Digo ¨también¨ por que es inolvidable el hecho de que le gusten los pies.

—Incluso más que los pies —responde.

Ha tomado mi otra mano y ahora con las dos se restriega suavemente los labios. Esos labios resecos que están frente a mí, y que en este momento moriría por probar.

Me pregunto mentalmente: ¿Qué opinará de los besos en la boca?

—¿Qué otras partes más del cuerpo te gustan, Haxel?

—Me gustan todas. Pero tengo mayor preferencia por las manos y los pies.

—¿Por qué?

—¿Por que por las manos y los pies?

—No hay respuesta.

—Ah, si. Es como el agua. Ya recuerdo. Nos gusta aunque no tenga sabor.

—Si.

Haxel se aferra a mis manos como lo ha hecho anteriormente con mis pies. Logro ver que le gusta demasiado, no hay diferencia que con las otras veces que me ha hecho cosas raras.

Excepto que esta vez yo no siento tanto gusto por las manos. Y lo único que se me ocurre para que ambos nos saciemos es manipularlo con uno de mis pies.

Yo soy la única que no alcanzo a llegar al punto más alto del gusto con lo que hace, así que se ofrece con gusto a trabajar ahora en mis pies.

Siento esos escalofríos de siempre que me hacen llegar a donde quiero, cuando manipula con su sentido del gusto cada parte de mi pie.

Veo que saca su mano (que ahora está sucia) de adentro, y entonces la introduce los dedos uno por uno en mi boca.

"Sigue teniéndome adentro"

Cuando termina exhausto de todo esto, voltea hacia el horizonte donde se materializa el atardecer.

—¿Por qué te vas a ir Haxel?

Mi voz suena como un susurro desesperado.

—Hasta que lo haga lo vas a entender.

Lo veo desenrollar la bufanda pinta que ando puesta (que es la misma que él dejó en mi mochila aquel día con la nota), y la ocupa para vendarme los ojos.

Permanezco con los ojos vendados unos segundos, preguntándome: "¿Qué prosigue?", hasta que siento, en mis labios, los labios de Haxel.

—Los besos en la boca me gustan, pero solo cuando no los ves llegar y te caen de sorpresa —lo oigo decir en cuanto me suelta.

Y una vez más lo hace: me vuelve a dejar estupefacta.

Ha conectado con mi mente y me ha respondido a la pregunta que le quería hacer acerca de los besos (sin que yo se la preguntara).

Tengo dos enormes preguntas ahora: la primera, ¿Cómo diablos sabe siempre lo que estoy pensando? La segunda, ¿Ya tenía pensado ocupar la bufanda para este momento?

Nunca me cansaré de decir que Haxel es fantástico.

H a x e l  ©  [Versión censurada de 361 Grados Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora