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Mientras caminaban por los pasillos, en absoluto silencio, los ojos de Víctor no podían apartarse de su acompañante. Habían crecido juntos, se habían enseñado el uno al otro todo lo que sabían, y esos mismos antecedentes eran los que le hacían confiar en Bailong de forma ciega. Él era sus ojos fuera de palacio.

- Debemos salir del castillo sin que nos vean - Los orbes del mayor se clavaron en el joven príncipe - En este punto del día, los caballerizos están en sus minutos de descanso, por lo que podemos tomar a los caballos sin que nadie se entere.

- ¿De verdad te sabes incluso los horarios de los trabajadores...? - Víctor no podía reprimir su sorpresa y confusión, la cual fue a más cuando su contrario le sonrió.

- Te sorprendería todo lo que sé - Hubo una breve pausa por parte de Bailong - Ve a tu recámara y espérame allí, tengo que ir a buscar algo que nos hará falta - Sin añadir más, el chico desapareció entre los numerosos pasillos.

Por su parte, Víctor simplemente se retiró a su estancia, esperando tranquilamente por su amigo. 

En esos minutos, aprovechó para abrir el gran ventanal y asomarse al balcón, dejando que la brisa le despeinase y clavando su mirada ambarina en el poblado, más allá de la muralla que defendía el palacio. Nunca había tenido oportunidad de pasear por allí, siempre encerrado en su lujosa prisión, pero por suerte las diversas historias que Bailong le contaba sobre lo que pasaba allí suponían un gran consuelo... Y un golpe de realidad.

Su gente sufría. El enfermizo deseo de los nobles por enriquecerse privaba a los humildes de poder tener un mínimo de dignidad en su vida, siempre denigrados y tratados como meros objetos. Pero al mismo tiempo, aquella actitud no servía como excusa para los numerosos incendios que los campesinos provocaban en las moradas de los adinerados, reduciendo a cenizas cualquier cosa que hubiese tras aquellos muros... Ninguno de los dos grupos tenía compasión por el contrario, eran una sociedad podrida.

Excepto Bailong. Aunque ahora formase parte de esa gran élite, recordaba su historia, el cómo había sido abandonado con apenas 3 años y acogido por una familia rica donde la señora de la casa era estéril... A pesar de sus lujos, Bailong seguía manteniendo muy presente en su mente cuáles eran sus orígenes, y eso mismo le hacía pensar con claridad e imparcialidad.

- Ya he vuelto - Oír la voz del bicolor a sus espaldas le hizo voltearse, viendo con curiosidad las telas que traía en su brazo - Vas a tener que ponerte esto, con ropa de príncipe das demasiado el cante.

- ¿De dónde las has sacado? - El mayor se encogió de hombros mientras el peliazul se cambiaba.

- Las he robado en las zonas de entrenamiento, nadie las usa - Ante aquella respuesta sincera, Víctor prefirió no decir nada más y solo terminó de vestirse - Oye, no te queda nada mal, la verdad... Pareces un campesino.

- Gracias por el ''halago'' - El sarcasmo en su voz hizo sonreír al mayor - ¿Partimos ya?

Tras aquella breve pregunta, los dos adolescentes comenzaron la enrevesada misión de abandonar el castillo, logrando su objetivo antes de lo que pensaban. Esquivando guardias y criadas, ambos lograron llegar a las caballerías, tomando dos monturas antes de comenzar a observar a los corceles.

- Todos se ven fuertes, la verdad - El comentario entre susurros de Bailong rompió el silencio - Elige a uno y pon la montura, no podemos perder demasiado tiempo - Acto seguido, él mismo ensilló a uno de los caballos, totalmente blanco, tomando las riendas nada más estar listo.

Por su parte, el joven príncipe se demoró algunos minutos más antes de decantarse por una de las bestias, totalmente negra y de aspecto robusto y terco. Nada más colocar la silla, subió y se colocó a la par de su compañero antes de dejar atrás las murallas de palacio al salir por los portones traseros, totalmente desprotegidos a aquellas horas.

- ¿Crees que tengan nombre? - La pregunta del peliazul hizo pensar al contrario.

- Lo dudo, por lo que tendremos que nombrarlos nosotros - Hubo un tranquilo silencio hasta que el mayor sonrió, acariciando la crin del animal - Guiverno.

- ¿Como la criatura mitológica? - Cuando el contrario asintió, fue Víctor quien se sumió en su cabeza antes de observar la cabeza del corcel - Lancelot.

- Me gusta. Ahora, dejémonos de nimiedades y apuremos el paso, debemos llegar antes del atardecer si queremos tener éxito.

Dicho y hecho, ambos chicos se sumieron en un rápido galope donde Bailong guiaba el camino como si se tratase de la Estrella Polar señalando el norte. Era bien sabido, tanto dentro como fuera de las murallas de palacio, que aquel chico detestaba la vida sedentaria y común, prefiriendo embarcarse en largas exploraciones por su propia cuenta que le habían dotado de un gran conocimiento sobre el reino de Inazuma pese a su corta edad.

Tras unos largos minutos con el sol acariciando sus nucas, el mayor hizo que ambos se detuviesen a la entrada de una gruta, cerca de un lago. Bajo las directrices del mismo, Víctor se mantuvo en silencio y ambos se arrodillaron frente a la gruta, con los ojos cerrados.

- Imploramos por vuestro conocimiento y guía, Gran Hechicera - Aunque el príncipe no comprendía nada, se limitó a repetir aquellas palabras junto con su acompañante.

Al poco tiempo, un gran brillo le hizo elevar la mirada, sorprendido al ver cómo de entre aquella luz se manifestaba una figura aparentemente humana vestida de blanco que no tardó en clavar su mirada sobre el bicolor.

- Sir Bailong, me complace vuestra visita - Ante la mención de su nombre, el joven simplemente se adelantó y tomó su mano, dejando un beso en ella tras arrodillarse - Aunque vuestro rostro y el de vuestro acompañante me indican que algo de suma importancia ocurre.

- Me temo que sí, Gran Hechicera Catora... - Con un breve gesto, le indicó al peliazul que se acercase, quien no tardó en hacer lo dicho antes de que la joven sonriese de forma cálida, sentándose en una de las rocas del lago.

- Os escucharé encantada...

PROFECÍA ;; Inazuma Eleven GoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora