Epílogo

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“El día en que te fuiste al cielo, fue el día más triste de mi vida. Dios a ti te puso alas y a mí me arrancó el corazón”.

—Alexitimia.

Fue el 13 de abril del 2024 en que él se fue. Aún recuerdo su dulce aspecto. Era Max, pero al mismo tiempo, no lo era. Sus ojos seguían siendo los mismos, a pesar de todo, brillantes y verdes.... Recuerdo que ese día me encontraba en la universidad, tomando una clase extra de mi carrera, cuando mi teléfono había comenzado a vibrar dentro de mi bolso. Lo veía desde mi asiento, pero no lo podía sacar. Cuando desperté ese día temprano, había tenido un mal presentimiento, el cuál no se había disipado en ningún momento. Aunque, ¿cómo no sentir un mal augurio? Max estaba hospitalizado, su doctora ya no tenía esperanzas y el tratamiento ya era inútil. Y él estaba dependiendo solo de máquinas. Era cuestión de tiempo que ese día llegara.

Al final, tuve que tomar el teléfono. Era su hermana quién me llamaba, informándome que ya era hora. Mis ojos se habían llenado de lágrimas al oír su voz rota y las palabras tan tristes que pronunció. Sin mirar a nadie y, a pesar de que el profesor me preguntaba sí estaba bien, salí corriendo de ese salón. Dejé mis cosas ahí dentro, sólo éramos mi teléfono contra mi pecho y yo. Ese día llovía, lo recuerdo muy bien. Creo que el cielo predecía lo que iba a pasar, puesto que el sol no había salido en todo el día. El hospital me quedaba a unos treinta minutos de la universidad, por lo que, corrí todas esas calles con una rapidez brutal, chocando hombros, pisando algunos zapatos y pidiendo disculpas. Había llegado empapada al hospital. Recuerdo haber llegado en menos de lo que esperaba.

Recuerdo que fue un sábado de lluvia en que él se fue.

Había entrado al hospital corriendo por los pasillos, subí al piso de cuidados intensivos y llegué a la sala de espera. Leslie estaba destrozada, en los brazos de su esposo, quién intentaba consolarla a ella y a sí mismo. Yo me detuve un momento y la abracé. Con mi ropa mojada, la estrujé en mis brazos y sollozamos juntas. Yo no estaba lista para verlo, pero ella me dió las palabras de apoyo correctas.

Antes de entrar, una enfermera me había colocado unos guantes, un gorro y un cubrebocas. No por mí, sino por Max. Estaba débil y cualquier bacteria podía atacar a su organismo. Aunque, ya de nada servía, ya era su hora.

Recuerdo que un trueno resonó en el cielo cuando entré a la habitación y lo ví. Su expresión era calmada, sus ojos estaban fijos en el techo y respiraba lentamente. Me acerqué y le pregunté cómo estaba. Fue algo estúpido, lo sé, pero eso lo hizo reír.

En lo que pudimos, hablamos sobre cosas banales, recuerdos y momentos compartidos. Lo hice reír y él a mí entre lágrimas. Algo que aún remueve mi corazón es qué, él me hizo una playlist de canciones. Me dijo que, en cuanto saliera de esa habitación o cuando tuviera tiempo, tomara su teléfono y escuchara todas las canciones. Con un nudo en la garganta, se lo prometí.

Y hablamos, hablamos de como nos conocimos de verdad en la escuela, de como nos volvimos a conocer por Instagram, las veces que hablábamos por teléfono o discutíamos por qué era mejor, sí las manzanas o los duraznos, de los miles de besos que él me robó, los libros de los que hablamos, nuestras citas en casa y las veces que me hizo reír por cosas estúpidas. También me recordó los miles de tik tok que lo obligué a grabar conmigo y el cómo tuvimos que tranquilizar a su hermana cuando se enteró de que Max practicaba el sexo oral conmigo. No pude evitar carcajearme al recordar eso. Aunque, las lágrimas llegaron de inmediato cuando rememoré las palabras que Max le dijo a su hermana. «El SIDA no se contagia de esa forma»

Me Enamoré De Un Desconocido (Desconocido #1)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora