Prólogo

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Era de noche y todo estaba obscuro, como siempre, en la celda de el conde. Los Vigilantes acostumbraban dejarlo todo a obscuras en cuanto caía la noche, aunque de día no era mucho mejor, con aquella bombilla parpadeante que solo volvía todo más tétrico en los niveles inferiores en donde tenían a los prisioneros encerrados, aunque actualmente solo se encontraba allí el conde.

Él estaba sentado, sobre su incómoda cama sin destender, viendo al vacío en aquella fría oscuridad.

Se sentía solo y frustrado, como de costumbre, y después de tantos años, aunque él no lo admitiera, con miedo.

Tanto tiempo encerrado en aquella celda, su celda, lo estaban volviendo loco y ya no lo podía soportar.

Aquella noche fue una de las pocas en las que se pasó todo el tiempo sentado y viendo hacia la pared, como si esta pudiera revelarle algún secreto, sin siquiera intentar conciliar el sueño, porque sabía que no lo lograría.

El miedo que le tenía a la muerte era demasiado grande, y era algo que no podía evitar.

Pero esta vez, fue diferente a todas las demás, aquella noche no la pasó en vela esperando a que se le ocurriera un magnífico plan de escape, para además poderle demostrar a toda esa bola de desleales Vigilantes que él era más capaz, más astuto que ellos, como muchas otras noches a lo largo de todos esos años.

No, esa noche no, porque hacía tan solo un par de horas le había llegado un visitante del futuro, y estaba completamente listo para escapar.



El día anterior había sido muy tranquilo en la Logia, aunque desde aquellos primeros años de viajera en el tiempo de Gwen todo era relativamente tranquilo.

Ella, Gideon y Matthew llegaron como de costumbre a la Logia después de recoger a Matt de la escuela. Siempre llegaban los tres a esa hora para tratar de elapsar al mismo tiempo, aunque no siempre los tres a la misma época.

A pesar de que Gwendolyn Shepherd era el Rubí, la última viajera en el tiempo, su hijo Matthew había terminado heredando el gen de los viajes en el tiempo, según los Vigilantes por el hecho de que ella era inmortal y su esposo, Gideon De Villiers había ingerido la piedra filosofal de el segundo cronógrafo, lo cual volvía a Matt todo un milagro.

Desde el momento en que se apearon de el automóvil de Gid, ella y Gideon presintieron que algo iba muy mal.

No habían tenido contacto con los Vigilantes en todo el día, pero lo sabían. Había un montón de coches, que normalmente no estaban aparcados por ahí, en los perímetros cercanos a Temple, y además la puerta de los despachos se encontraba abierta.

Gwen y Gid se miraron con una mirada cómplice.

En cuanto entraron corriendo a la Logia, con Matt siguiéndolos de cerca, estuvieron aún más seguros de sus malos presentimientos.

Adentro todo era caos.

Había adeptos y miembros de el Círculo Interior corriendo frenéticos por todos lados.

¿Pero qué estaba pasando?

Entonces, casi al mismo tiempo, los tres vislumbraron a mister George.

-¡Mister George! -gritó Gideon, tratando de llamar su atención, con un tono de voz preocupado.

-Oh, hola Gideon, miss Gwendolyn, Matthew -comenzó mister George bastante alterado- perdón por todo esto pero es que... a ocurrido una catástrofe, ¡toda una catástrofe!

Con toda el dramatismo con el que estaba hablando mister George, Gwen no pudo evitar recordar a Giordano.

-¿Quéééé? -dijo Gwen, que nunca se había podido quitar la influencia de Xemerius.

De hecho, ¿dónde estaba Xemerius? Él siempre es muy útil en este tipo de situación.

-Mister George, díganos, por favor, ¿qué ha pasado? -a pesar de todo Gideon trataba de parecer aún calmado.

-Es que... es que -tartamudeó como si fuera mister Marley- el conde se ha escapado.

Piedras Preciosas. Una nueva generación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora