Capítulo 5

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Rigel

Mientras la nave espía perseguía los restos de nuestra nave rebotando contra el escudo planetario, yo me centré en averiguar cómo funcionaban todos los controles de la cabina de la estación en la que me encontraba. Como supuse, era el enlace con el planeta, algo muy parecido al ascensor que comunicaba las dos lunas rojas, y que yo había utilizado innumerables veces, solo que como pasajero. La diferencia, es que donde me encontraba era una pequeña estación espacial.

Pensé en enviar una llamada de socorro a nuestros amigos, pero debía tener cuidado. Aquella nave sería la primera en percatarse de que había alguien en la estación enviando una señal, algo imposible si estaba abandonada. Por eso tuve que esperar a que ellos se fueran, y asegurarme que habían abandonado el espacio cercano. No sabía el tiempo que ellos considerarían necesario, así que empecé a buscar suministros de oxígeno, porque no sabía si el que tenía en mi mochila sería suficiente.

Después de una inspección profunda de la pequeña estación, no solo encontré lo que necesitaba, sino algo mucho más valioso; información. Sabía a quién pertenecía la estación espacial, quién tenía la concesión de extracción del planeta, el material que estaban sacando del planeta, desde cuando estaban aquí, y todo el registro de envíos, entre ellos el último. Pero lo más interesante, era la actividad del escudo, o mejor dicho, las veces que había sido atravesado desde que la estación estaba inactiva.

Un ruido llegó desde la cabina de control. Corrí hacia allí, porque no sabía el porqué de aquella especie de aviso acústico. Revisé los controles, nada parecía estar mal. Entonces vi una luz parpadear, era el transmisor de la estación, que estaba enviando un mensaje a la superficie. Aquello me extrañó, porque se suponía que la mina estaba abandonada también, a menos... Busqué el registro de comunicaciones, quería saber que mensaje se había enviado, y lo encontré.

—Todos los huéspedes están en tierra. —Definitivamente, los tripulantes de la nave vigía estaba implicada en nuestro accidente.

Pero ahora tenía más preguntas por resolver. ¿Nos habían disparado ellos para acercarnos al escudo magnético? Era muy posible. Aunque lo que más me preocupaba era que no reconocía el sistema planetario en el que estábamos, nos habíamos desviado de nuestra ruta, y siendo yo el piloto de la nave, eso solo quería decir que alguien había manipulado la trayectoria antes de que nosotros subiésemos a bordo. Seguramente programaron una ruta para que la siguiera el piloto automático, saltándose las coordenadas y la ruta que introduje yo antes de saltar a la hipervelocidad. Encontrar pruebas sobre quién había sido ya no iba a ser posible, la nave se había volatilizado.

No llegó ningún mensaje de respuesta desde el planeta, algo que me olió mal. o no había nadie allí, o no podían comunicarse. Si habían mandado un mensaje desde la nave, es que estaban seguros de que alguien estaba al otro lado escuchando.

Debía preparar rápidamente un mensaje para enviarlo, pero no iba a ser por el sistema convencional, usaría las tácticas de comunicación de los mercenarios. Pegaría el mensaje a esa nave, para que en el momento en que atracase en un puerto o se cruzase con otra nave, el mensaje se duplicase. Tarde o temprano llegaría a oídos de uno de los nuestros, y sabría donde venir a buscarnos.

No tuve mucho tiempo, así que el mensaje fue breve. Antes de que la nave se alejara, lo lancé contra ella para que se pegase como una caca de canguro arborícola. No voy a explicar como se hace, solo diré que los mercenarios de las gemelas rojas llevan usándolo cientos de años, y todavía no nos había fallado, y mucho menos nos habían descubierto. Solo esperaba que esa nave pronto se acercase a la civilización. Cuantos más contactos, más rápidamente se propagaría el mensaje.

Con el mensaje de auxilio en camino, solo me quedaba una cosa por hacer, y era encontrar a los míos, a mi sejmet. Seguramente habría un lugar desde el que observar la superficie del planeta, al menos la más cercana al ascensor espacial. Podía buscar núcleos poblados, las señales las cápsulas salvavidas, incluso podía rastrear los brazaletes de todos ellos. Y cuando los localizase, bajaría a la superficie para reunirme con ellos. Con Silas y Kalos necesitaría toda la ayuda tecnológica posible, con Nydia solo necesitaba mi olfato. La encontraría, aunque estuviésemos en puntos opuestos del planeta.

Nydia

El bamboleo del caballo, o como se llamase eso, era muy similar al que recordaba. Allí, en la granja de la abuela, había montado alguna vez en la vieja yegua. Este bicho era más pequeño, al menos sus patas eran más cortas, aunque mucho más robustas. Si tenía miedo de que la yegua me pisara, con este bicho andaría mucho más alerta.

No tardamos mucho en alcanzar lo que parecía ser la entrada del valle. Estas gentes habían construido un enorme muro de piedra que lo protegía. Lo que me llevó a pensar ¿de qué o quienes se protegían? ¿Existirían por aquí animales tan grandes y peligrosos que necesitaban un muero de más de 20 metros? Espadas, caballos y ahora murallas, definitivamente había aterrizado en la época medieval.

—Soy Garth y traigo una invitada. Abrid las puertas. —En ese momento me di cuenta de que no nos habíamos dicho nuestros nombres, lo que me extrañó. Normalmente la gente, cuando conoce a alguien, se presenta y se interesa por conocer el nombre de esa otra persona.

El chirrido de unos goznes que necesitaban una buena mano de aceite me hizo prestarle atención al enorme portón que se abría ante nosotros. ¿Y si estaba entrando voluntariamente en la guarida del lobo? Una extraña sensación recorrió mi espalda. Había algo que no acababa de encajar en mi cabeza, algo que me hizo desconfiar de mis acompañantes. Pero era demasiado tarde para dar marcha atrás, y sobre todo, no serviría de nada echar a correr en dirección contraria en ese mismo momento. Mi única baza era hacerles creer que no desconfiaba de ellos, y que era tan mansa y manejable como lo había sido hasta ese momento.

—¿Crees que ya habrán encontrado a mis amigos? —Miré hacia atrás en el camino, descubriendo que nuestro acompañante me miraba con intensidad, casi diría que de forma demasiado apreciativa. Pero hice como si no me había dado cuenta.

—Tengo a mis mejores rastreadores buscándolos, tarde o temprano darán con ellos. —Garth podía estar esbozando una conciliadora sonrisa, pero había algo en ella que me decía que ocultaba algo, ¿pero qué? Solo esperaba que las clases que había tomado de Protea me ayudaran a poder defenderme llegado el momento. Como le dije a ella, necesitaba poder protegerme si ninguno de ellos estaba cerca. Y ella lo entendió, creo que de todos mis protectores ella era la única que estaría dispuesta a enseñarme. Como dijo, una mujer tiene que saber defenderse por su cuenta. Otra cosa es que Rigel estuviese de acuerdo en lo que Protea y yo estábamos haciendo.

Garth espoleó su montura, abriendo camino. Yo tardé quizás un par de segundos más, lo suficiente para poner en alerta al hombre a mi espalda. Podía sentirlo, su necesidad de empujarme allí dentro si no lo hacía voluntariamente. ¿Podía hacer eso, percibir ese tipo de cosas en otras personas simplemente por el hecho de tenerlas cerca? Parecía que sí. Por eso clavé los talones para obligar a mi montura a moverse, no necesitaba acrecentar su nerviosismo.

—Bienvenida al valle de Asón. —La luz del sol todavía estaba alta, así que pude ver con perfecta claridad toda la extensión de tierra que tenía delante. Y sí, era un valle, diría que de tamaño medio. Estaba todo rodeado por lo que parecían dos cadenas montañosas que convertían al final. Había campos cultivados, cercados para animales, y chozas que debían de albergar a sus habitantes. Y como presidiendo todo, una fortaleza elevada en una especie de saliente a uno de los costados del valle, y por lo que parecía, nos dirigíamos a ella.

—Es precioso. —Y lo era, aunque no estaba grabando su imagen en mi cabeza por que fuera hermoso, sino porque necesitaba hacer un mapa detallado en mi cabeza por si tenía que huir.

El ruido del portón cerrándose a mi espalda me hizo girarme. Si había algún momento para arrepentirme y escapar, ya había pasado. Le sonreí al hombre detrás de mí.

—Esas bisagras necesitan un engrase. —Él me sonrió, como si le hubiese tranquilizado mi comentario.

—Hay mucha humedad en este lugar. —Me respondió.

—Será mejor que aceleremos el paso, el general nos espera, y seguro que querrá asearse antes de la cena. —Alzó la cabeza hacia el cielo, como si quisiera decirme que pronto anochecería.

Pensé en Kalos, en Silas y en Rigel. Quizá ellos tardarían en llegar a este lugar, pero cuando lo hicieran, solo esperaba que la situación no se hubiese complicado para todos nosotros. Quiero decir, ahora estaba obligada a esperar a que los trajeran, porque necesitaba saber dónde estaban. Y si me habían encontrado a mi tan rápidamente, seguro que con ellos no tardaría mucho. La cuestión era si estas gentes descubrirían su juego antes de que eso ocurriese.

El clan del viento - Estrella Errante 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora