Hoy no lloré por ti, y no lo haré mañana.

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Mi respiración era ligera, iba tan veloz que a penas era capaz de entender cuando entraba o salía el aire de mis pulmones, sentía fuego corriendo por mi pecho, mientras mis pasos aceleraban cada calle un poco más.

Esa canción, maldita melodía que me llevaba a tu lado una y otra vez, podía escuchar tu voz cantándola aunque ni siquiera estuvieras ahí, porque era un eco en mi mente, porque había decidido memorizar hasta el último detalle de ese momento, aferrándome como a un clavo ardiente a ti.

Un sollozo atrancado en lo más alto de mi garganta luchaba con todas sus fuerzas por salir, como un ariete golpeando una puerta de forma incesante, solo sentía "PUM, PUM, PUM...", ¿era mi corazón, o eran los golpes? Lo sentía justo en los tímpanos.

Mis pies se pararon en seco cuando había corrido lo suficiente para agotarme, pero el dolor seguía tras de mí, no había conseguido esquivarlo porque aún tenía la forma de tu sonrisa.

Me dejé caer al suelo, a peso muerto, porque a penas podía respirar, mi visión se estaba nublando, sentía que me latía el corazón hasta en lo más hondo de mi mente, y chillé, grité tan alto que me recorrió un relámpago de dolor en la garganta.

Estaba cansada, de luchar contra el dolor, pero lo haría hasta mi último aliento.

La canción siguió sonando como si a penas hubieran pasado unos segundos, así que lancé mis auriculares muy lejos de mí, y con la certeza de que se me desgarraría el pecho, me llevé las manos a ese punto de dolor extremo en medio de mi corazón, y apreté lo máximo posible intentando contener la hemorragia, pero era imposible, porque no había sangre, ni herida, había una completa y absoluta pena ahí dentro, que llevaba instalada desde que no veo tus ojos.

Empezaron los remolinos de pensamientos a atormentarme, los recuerdos uno detrás de otro como balas, y estuve a punto de perder el control, pero apreté los ojos y los puños, y seguí adelante.

Hoy no lloré por ti, y no lo haré mañana.

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