Regalos, árboles y descubrimientos

907 77 6
                                    


Las siguientes dos semanas pasaron para Hermione en una vorágine de sexo, reuniones, compras y experimentos en el taller de pociones.

Las mañanas las pasaba en el Ministerio rodeada de informes, memorándums, cafés con Harry e incluso había ido a ver a Morgan y, aunque aún no le había perdonado y estaba lejos de hacerlo en un futuro inmediato, habían establecido una tregua, al fin y al cabo era Navidad y Hermione creía que no era momento para odios y recriminaciones.

Las tardes las ocupaba en la Mansión Malfoy, ayudando a Draco con su investigación sobre la poción herbovitalizante y retozando por cada esquina del taller y de la casa, incapaces de sacarse las manos de encima parecían animales en celo, dispuestos a saltar el uno sobre el otro sin importar el lugar o el momento.

Y las noches... las noches eran mágicas porque todas y cada una de ellas, Draco se había quedado a su lado.

El sexo era maravilloso, increíble, fantástico, pero esos momentos en los que se acurrucaba a su lado, cuando él acariciaba su piel o su cabello, cuando la abrazaba contra su cuerpo y ella se recostaba en su pecho, escuchando el latido de su corazón... esos momentos eran mágicos.

Hermione sabía que cuando todo terminara y tuviera que marcharse, cuando aquella relación llegara a su fin, iba a quedarse completamente destrozada.

Se había enamorado de él aún sabiendo que aquella asociación tenía fecha de caducidad, pero no se engañaba, sabía que nunca sería capaz de separar el sexo del amor, ella era así y con la intimidad había llegado el cariño, la compenetración, la confianza y sí, el amor.

El Draco que había conocido en esta nueva etapa distaba mucho del niño que había sido y fue mucho más fácil de lo que hubiera imaginado caer a sus pies. Dentro de su Lugar Seguro, dónde únicamente eran ellos dos, él era simplemente perfecto. Discutían sí, casi a diario, pero también reían, jugaban, hablaban, cocinaban juntos o simplemente se abrazaban leyendo un libro. Estar con Draco era algo que parecía fluir sin más, sin forzarlo.

Ella sentía que había pasado la vida intentando encajar en sus relaciones, como si hubiera tratado de unir dos piezas de un puzzle que a simple vista parecían parejas pero que no llegaban ajustar completamente. Con Ron, la amistad que les ligaba era la base fundamental de todo, pero no se podía cimentar una relación de pareja en una amistad, por fuerte y profunda que fuera. No tenían nada en común aparte de Harry y el pasado, no les gustaban las mismas cosas, no querían lo mismo del futuro, no tenían las mismas necesidades... Así que Hermione trató de ajustarse a él, priorizándole en todo momento hasta que no pudo más. Después llegó Viktor y le ocurrió exactamente igual. Pero con Draco todo era diferente, podrían hablar de cualquier cosa, discutir de cualquier tema, disfrutar el silencio o experimentar pociones. Pensaban de una forma muy parecida, con la misma lógica y el mismo criterio, además tenían gustos similares en literatura e incluso opiniones muy cercanas en cuanto a política. Estar con él era fácil, al menos en la intimidad porque, Hermione estaba segura, fuera de allí él se pondría de nuevo aquella máscara de Malfoy.

Decidió que iba a disfrutar de aquellos momentos y se entregó a él en cuerpo y alma, de la única manera que ella sabía hacerlo, se dio por entero. Si bien no le dijo que le quería, se lo demostraba en cada caricia, en cada mirada, en cada gesto, aunque suponía que él no se había dado cuenta o prefería no hacerlo y se limitaba a estar con ella y divertirse.

Hermione se entristeció mucho con la noticia de Seamus y Dean, e incluso les envió una carta deseándoles felices fiestas, ambos le habían respondido pidiéndole disculpas y recordándole que siempre serían parte del ED y podría contar con ellos en cualquier momento. Dean le explicó lo mismo que le había dicho a Harry, que se había dejado llevar por el odio y las ganas de venganza y había sido un error.

UtopíaWhere stories live. Discover now