Cap. 24 La combinación perfecta

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Cuando llega la hora de acudir a su cita programada, Ellen siente un extraño cosquilleo en el estómago.  Aunque quiere convencerse de que es normal estar nerviosa por lo que pueda ocurrir en ese encuentro con un hombre agresivo, lo cierto es que la sensación que tiene la identifica como un mal presentemiento. 

Ha estado repasando algunos de los movimientos que Caleb le ha enseñado, y por ese lado, se siente segura, confiada, así que sabe que no es miedo a que ese hombre pueda hacerle daño, además de que confía en la palabra de Cristal. Por eso, está todavía más inquieta, porque sabe que es una sensación que no puede explicar, que se trata más de una intuición, y es eso, precisamente, lo que le provoca mayor intraquilidad.

Pero no puede echarse atrás y sabe que todo lo hace por una buena causa. Si puede ayudar a que ese hombre acabe entre rejas y deje de maltratar a mujeres, tiene que librarse de ese incómodo nerviosismo.

Ha elegido un vestido que Laia tenía en su armario, uno negro, muy corto y ajustado que resalta su figura. Es elástico, por lo que no dificulta su movilidad, como ha comprobado ensayando patadas laterales frente al espejo. Espera no tener que poner en práctica ninguna táctica de defensa o ataque, pero tampoco está de más comprobar que puede moverse con agilidad.

Son poco más de las once, la hora a la que había quedado, cuando llega al Luna de Mar. Ha ensayado qué decirle a Jared cuando la vea aparecer por allí, pero él no está en la puerta, tal y como esperaba. 

Dice el nombre que Cristal le ha dicho que utilice, al de seguridad, quien consulta un listado y la deja pasar.  Se acerca a la barra que le había indicado y espera unos segundos hasta que se acerca el camarero.

—Tengo una copa pagada —le dice Ellen, siguiendo el guion.

—Espera aquí —le contesta el camarero. 

Mientras tanto, en una de las habitaciones, hay dos hombres esperándola. Uno de ellos, corpulento y sudoroso, se ha quitado la camiseta y tiene los pantalones desabrochados. 

—¿Por qué tarda tanto? —le pregunta al otro, que está apoyado en la pared, junto a la puerta, con las manos en los bolsillos.

—Tranquilo. La espera vale la pena, te lo aseguro. 

El hombretón se acaricia el miembro con descaro. Está excitado e inquieto.

—Relájate, ¿quieres?, o no vas a poder disfrutar del momento —sigue diciendo el otro, con calma, observando desde la distancia.

En el piso inferior, Ellen espera. A los pocos minutos, aparece un hombre trajeado, quien le pide que le acompañe. Mientras suben por las escaleras, escucha como dice, a través del pinganillo, "va para allá".

Se paran frente a una puerta, y el hombre le indica que entre con un gesto de su cabeza.

Ellen abre la puerta con decisión. La luz es ténue, se escucha una leve música de fondo y de inmediato, percibe un aroma incómodo, una mezcla de colonia barata y sudor. 

No se ha dado cuenta de la presencia del otro hombre, que permanece en la misma posición junto a la puerta, detrás de ella. 

Le cuesta unos segundos acostumbrarse a esa semioscuridad, pero enseguida identifica a ese hombre descamisado como la pareja de la hermana de Cristal, que le mostró una vez en una fotografía. Su corazón se acelera. Se da cuenta de que tiene el pantalón desabotonado y de que está acariciándose sin disimulo. La mira de arriba abajo, se relame y emite un gutural gemido, mientras le dedica una perturbadora sonrisa. 

Ellen no sabe qué hacer, toma aire profundamente, aunque no consigue que ninguno de sus músculos se relaje. Suelta la puerta que se cierra dando un pequeño portazo. 

El entrenadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora