Capítulo 37

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Astrid...

Ese era el primer pensamiento que tenía al despertar, y también el ultimo, cuando en las noches me quedaba mirando el foco viejo que colgaba en el techo de mi habitación, hasta que la depresión me obligaba a irme a dormir. Estaba muerto... o al menos me sentía así. No recordaba cuando tiempo llevaba encerrado en mi departamento, ni la última vez que había comido. Ni siquiera recordaba la última vez que el sol volvió a tocar mi piel.

El departamento estaba hecho una mierda, las cortinas estaban siempre cerradas... y mi cama estaba echa un asco. Todo el día estaba metido entre las sabanas; las únicas veces que me levantaba solo era para ir al baño, beber algo de agua, y si me quedaban las suficientes fuerzas, comer alguna mierda que estuviera en la alacena que no significara hacer mucho esfuerzo para preparármela.

Ya no me importaba nada, toda voluntad de hacer algo más, aparte de dormir todo el día, y sentirme miserable entre la oscuridad de mi cuarto, había desaparecido. Deducía que llevaba en ese estado alrededor de una semana, quizá un poco más. Las únicas maneras en las que sabía que ya había amanecido, es cuando algunos rayos de luz de la mañana se filtraban por las oscuras cortinas, dando directamente a mis ojos. Si no fuera por eso, lo más seguro es que también habría perdido la noción del tiempo. Los ojos me dolían mucho, y las piernas como los brazos los sentía tan pesados como para al menos caminar más de cuatro metros antes de agotarme. Me dormida, me despertaba y volvía a dormir, y aun así estaba tan agotado como para poder levantarme.

Astrid... solo podía pensar en ella. Solo podía pensar en el inútil fracasado que era por no haberla podido salvar. Estuvo tres meses en el infierno, mientras yo me hacia el imbécil orgulloso, pensando en que me había abandonado. Y ahora estaba tirado en mi cama, con mis ganas de seguir respirando esfumadas; sintiéndome al mismo tiempo como la persona más patética del mundo que ni siquiera podía ponerse de pie, e ir prepararse un sándwich, como cualquier persona. Antes pensaba que era una persona fuerte, que podía soportar cualquier cosa... pero la realidad era distinta. Era débil... era jodidamente débil. Un estúpido pedazo de mierda que no podía hacer nada por sí mismo, y mucho menos por los demás...

Chucho vino un par de veces. Toco la puerta, pero no abrí. Otra vez vino con Esaú, y entre los dos intentaron hacerme salir, subiéndome los ánimos. Intentaron persuadirme con la idea de ir a compra alguna pizza juntos, pero no cedi. Ni siquiera me moleste en alzar la cabeza, me quede en la cama, mirando hacia la pared. Después de un par de horas, los dos terminaron yéndose.

Unos días después, Michael llego por su cuenta, tocando la puerta tan insistente, que pensé que en algún punto la iba terminar derribando a puñetazos.

— ¡Por dios Arthur! Vamos, sal de ahí ya, no puedes pasarte la vida tirado en la cama, llorando, la vida sigue —me grito desde la puerta, frustrado, pero lo único que al final ocasiono es que me cubriera la cabeza con las sabanas—. ¡Arthur!

Después de una media hora, termino por irse; pero no antes sin haberme deslizado por a la puerta un sobre de color beige, con un buen fajo de billetes. Supuestamente, mi "paga" por haber rescatado al ruso la otra noche. Ni siquiera me moleste en levantarlo del suelo. No fue hasta la tercera vez que alguien toco a la puerta de mi departamento, que levante un poco la cabeza, y el vago pensamiento de levantarme y abrir la puerta me llego a la cabeza. Aunque claro, solo fue un pensamiento.

— Arthur... ¿Arthur? ¿Estas hay dentro?

Sentí mi corazón encogerse al escuchar la voz de Penny, y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas otra vez. Tuve que apretar los dientes y las sabanas con mis puños para no derramar ninguna.

— Arthur, por favor; estoy preocupada. No contestas mis llamadas, no das señales de vida. Ya te levantaron la suspensión, pero sigues sin ir a la escuela ¿estás bien?

Crónicas de un criminal. La dialéctica de la pólvora (2)Where stories live. Discover now