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Dándole una última vuelta a la cucharita de metal, Lucerys contuvo la respiración y juntó fuerzas para llevarse la taza humeante a los labios; cuando el líquido caliente ingresó en su boca, tragó rápidamente para evitar que el mal sabor que el té de fresno tenía para él le causara una arcada y terminara vomitando lo que sabía tenía que ingerir por necesidad, no por gusto.

Jadeó cuando logró tragar la mitad del contenido de la taza de una sola vez; inhalando el aire ya con lo que quedaba del té sobre la mesa, no pudo evitar que aquel aroma que detestaba se filtrara a sus fosas nasales y le generara rechazo. Era increíblemente irónico como en cualquier otra circunstancia olfatear las hojas de fresno molidas apenas le hubiese causado alguna sensación desagradable y ahora, con los sentidos agudizados y susceptibles, le dieran ganas de vomitar.

Lucerys había terminado cediendo más por temor a que la fiebre lo tomara desprevenido que a un problema real aquella mañana nublada y fría; luego de que el sol terminara de asomarse y la luz del sol iluminara las playas y torreones del castillo, la paranoia y ansiedad con respecto a lo que tenía que hacer y la incertidumbre de cómo lo haría fueron más fuertes que el Omega. Levantándose, se vistió y acabó pidiéndole el bendito té de fresno al mismo maestre Daven que se lo había ofrecido una hora atrás recomendándole encarecidamente que no mencionara aquel asunto con nadie, ni siquiera su madre.

Ahora, en el salón principal de Rocadragón y mientras percibía como la vejiga y la matriz competían por saber cuál de las dos lo atormentaba más, Lucerys sintió un nudo en el estómago producto de los nervios, el té de fresno revolviéndose en sus tripas. ¿Cómo se suponía que iba a hacer para salir de allí sin generar ningún tipo de sospechas? Si bien había llegado hacía unos días y ya no era un mocoso que debía dar explicaciones de cada paso que daba, no había un motivo fehaciente por el cual, de la noche a la mañana, abandonara a su madre y a su hermano mayor intempestivamente. No había anunciado su partida el día anterior, si bien se había permitido repetirle a su madre en cada ocasión que había encontrado que su estancia allí sería corta en esa oportunidad, temeroso de que el celo llegara de repente sin que pudiera ocultarlo del olfato de su familia.

¿Y si Jacaerys decidía seguirlo con Vermax? Ahí sí iba a estar frito, porque no sólo iba a terminar descubriendo lo que en realidad le estaba sucediendo sino que había una cuestión mucho peor que Lucerys había sepultado en lo más profundo de su mente: Jacaerys había intentado asesinar a Aemond y éste se la tenía jurada, por lo que si llegaban a cruzarse en Duskendale...ni siquiera deseaba imaginarse el desastre que ocurriría en el momento, por no pensar en las consecuencias que acarrearía semejante encontronazo.

Apuró el contenido de la taza aún con el estómago hecho una piedra por los nervios. Se incorporó y se dedicó a enjuagar tanto la vajilla como la cuchara por temor a que algo de aquel aroma inmundo permaneciera en el aire y su madre lo detectara después; mientras lo hacía y sus dedos se congelaban con el agua helada, se dedicó a insultarse a sí mismo por lo que estaba a punto de hacer: traicionar a su familia por completo. Aquello ya no se trataba solo de unas escapadas fortuitas cada tanto ni de estar manteniendo relaciones sexuales con el enemigo, sino que estaba a punto de subir un peldaño más alto de peligrosidad en el cual no había vuelta atrás.

Estaba absolutamente convencido de que durante su período de necesidad, Aemond iba a marcarlo. Lo sabía ansioso por eso, expectante, y lo peor era que Lucerys iba a permitírselo porque lo deseaba fervientemente, aún cuando pudiera tratarse de su sentencia de muerte.

Y a eso debía sumarle el mayor de todos los riesgos: si hacía unos días pensaba que podía estar embarazado, aquello podía transformarse en una realidad bastante posible si concretaba sus planes. Lo más triste de todo aquello era que sabía el dolor que causaría y lo que desencadenaría la consolidación de su relación con el Alfa pero aún así, era no solamente incapaz de evitarlo sino que lo buscaba intencionalmente.

Tóxico [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora