8. La Cuarta Sección

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Hasta que se agotó el café, el teólogo apagó las luces del salón.

Eran las 1 a. m., pero McRowld no se sentía cansado; al contrario, se sentía emocionado. El reto era abrumador y estimulante al mismo tiempo, lleno de pruebas que desafiaban su escepticismo.

Caminando por los pasillos de la Sexta Sección, James observó las diferentes aulas. En algunas de ellas había mesas atiborradas de libros, en otras predominaba la presencia de mapas y planos de construcción. Se detuvo frente al bosquejo de una máquina cuya función era aislar partículas y aflojó su corbata.

«Sin duda», reflexionó con una sonrisa, «estoy en el Paraíso de la Ciencia».

No obstante, su alegría se desvaneció al recordar la discusión que había tenido en el Aula F-27 y la advertencia del hombre de cabello relamido

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No obstante, su alegría se desvaneció al recordar la discusión que había tenido en el Aula F-27 y la advertencia del hombre de cabello relamido.

"Ninguno de ustedes tiene idea de lo que es un ángel", había dicho McRowld. "¿Y usted sí?", le habían contestado, insinuando que él no sabía qué era un ángel.

James chistó enojado. Claro que sabía lo que supuestamente era un ángel: eran los mensajeros de Dios y protectores del destino humano. Sin embargo, no había información detallada sobre cómo reconocerlos o de qué estaban hechos.

«Quizá es verdad que están hechos de ese tal tejido primordial», se llevó la mano al mentón mientras pensaba en ello, «y que tienen poderes telequinéticos, pero, si tan solo los escritos del Hso'k no fueran tan vagos al describir a los ángeles, podría tener la certeza que necesito para afirmar o desmentir...».

Fue entonces cuando James recordó que tenía otra fuente de información, una más fiable.

Con esa idea en mente, se apresuró para llegar al elevador y pidió subir a la Cuarta Sección, el área residencial, donde se encontraba su departamento.

En menos de un minuto, McRowld ya se encontraba caminando por los torcidos pasillos que emulaban ser las callejuelas de una ciudad.

Por lo general, la Cuarta Sección era tranquila. Sin embargo, esa noche, James percibió un silencio inusual. Era como si todas las quinientas sesenta personas que trabajaban en el laboratorio hubieran desaparecido. Incluso los apartamentos que tenían las luces encendidas se notaban vacíos.

James empezó a caminar con cautela. Los latidos de su corazón se hicieron más fuertes. Tenía la sensación de que alguien lo estaba observando desde las sombras. Se detuvo, y agudizó sus sentidos.

 Se detuvo, y agudizó sus sentidos

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Apenas se alcanzaba a escuchar. Era el jadeo entrecortado de varias personas. Respiraban con dificultad y sus pasos resonaban torpemente, como si caminaran todas juntas.

McRowld se volvió para descubrir el origen de los ruidos, pero no vio nada.

—¡Dejen de esconderte y salgan! —La sensación de peligro le invadía, no obstante, gritó de nuevo. —¡Muestren la cara!

Repentinamente, los pasos comenzaron a oírse cada vez más fuertes, acercándose a él.

James no lo dudó ni un segundo, corrió en dirección contraria, a su departamento, sin atreverse a mirar atrás, temiendo lo peor.

Una vez dentro de su alojamiento, se aseguró dos veces de haber cerrado la puerta con llave, encendió las luces y apoyó su cuerpo en la pared para recuperar el aliento.

Ya más tranquilo, reflexionó: ¿había sido producto de su imaginación? ¿O había algo real acechándolo en la oscuridad? «Seguramente fue solo mi imaginación», concluyó James. Para estar seguro, se aventuró a abrir la puerta de nuevo y asomarse. Su mano temblaba mientras giraba el picaporte. La puerta se abrió y descubrió que todo parecía estar normal.

Bajo el zumbido del sistema de ventilación y aire acondicionado, el teólogo alcanzó a ver a un par de trabajadores que se desplazaban por la zona. También notó que uno de los vecinos parecía estar disfrutando de música a todo volumen. Incluso percibió el delicioso aroma de la cena proveniente de una de las ventanas abiertas.

Confundido, James regresó al departamento.

«Este lugar me está volviendo loco», pensó mientras se dirigía al baño para tomar una ducha. «Lo mejor será terminar el trabajo cuanto antes y largarme de aquí. De lo contrario, terminaré rezándole al extraño árbol en el Domo».

Minutos después, ya en pijama, James limpió el escritorio. Retiró el montón de papeles del escritorio y lo limpió con alcohol, dejándolo listo para colocar un objeto muy especial.

Luego, preparó su departamento como si esperara la visita de alguien muy importante. Cerró todas las cortinas, incluso las de los falsos ventanales que mostraban un hermoso paisaje nocturno lleno de flores, y apagó la pizarra digital del estudio, junto con todos los dispositivos con altavoces o cámaras encendidos, incluyendo su "nodo".

El nodo era el dispositivo portátil más popular de la ciudad; había reemplazado a los teléfonos y las computadoras desde hacía décadas. Conectado a la red de United Worldwide Administrations, el nodo servía para casi cualquier cosa, desde pagar servicios hasta abrir la puerta de la casa. Sin embargo, McRowld le daba el uso mínimo, ya que era sabido que las autoridades podían acceder a cualquier nodo en cualquier momento, sin respetar la privacidad.

Por ese motivo, el Laboratorio contaba con su propia red y tecnología. Estaba completamente aislado del mundo y, sobre todo, de United Worldwide Administrations, haciendo que el aparato fuera completamente inútil allí abajo.

—Es más útil como porta vasos —expresó James, sintiendo preocupación al recordar que no podía contactar a nadie del exterior.

Suspiró. Apagar el nodo podía parecer absurdo, pero prefería ser precavido.

Después de guardar el aparato en el cajón de la ropa, sacó de su maleta principal una caja fuerte. La abrió utilizando una combinación secreta, sus huellas dactilares y la retina. En su interior reposaba un diario de investigación, el cual tomó con la delicadeza de quien sostiene un recuerdo frágil.

En la cubierta de piel del cuaderno, grabado en letras firmes, se revelaba el nombre de su antiguo propietario:
        "Propiedad de Daniel McRowld".

En la cubierta de piel del cuaderno, grabado en letras firmes, se revelaba el nombre de su antiguo propietario:        "Propiedad de Daniel McRowld"

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