Capítulo 19: 𝓕𝓵𝓸𝓻𝓮𝓼

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ANTES

Los días en casa se sentían extraños. El cruce de emociones que mi corazón experimentaba era bastante curioso; por un lado estaba en soledad, con un esposo que estaba inconsciente en una cama de hospital. Rick no sonreía, tampoco hablaba, sus ojos estaban sellados en un sueño profundo del que parecía no querer despertar, mi vida se iba con la de él. Pero por otro lado estaba Carl, mi hijo pequeño, que lloraba por mi atención, que me pedía estar con él. Carl estaba cansado de pasar sus tardes después de la escuela en casa de su tía Lori, quien vivía a dos cuadras de nuestro hogar.

—Renée, nunca será una molestia cuidar de Carl —comenzó a decir sentada frente a mi en el comedor del hospital, meneando suavemente su café —Shane y yo amamos a nuestro ahijado, pero él no me necesita a mi o a Shane... necesita de ti. Sufre con la ausencia de Rick, tanto como sufre la tuya.

—¿Ausencia? Hablo con él todos los días... en las noches duermo en casa... —me excusé un poco confundida.

—Eso no es suficiente, no para un niño que está creciendo. Te necesita, no dejes que crezca con rencores hacia ti. Se necesitarán más que nunca en el futuro, si los pronósticos no cambian.

—¿Qué pronósticos, Lori?

—Ambas sabemos que Rick puede fallecer en cualquier momento, Renée. Debemos enfrentar esa posibilidad.

Decidí después de esa conversación que mis momentos en el hospital tan sólo serían mientras Carl estaba en la escuela. El doctor de mi marido era un amigo de la familia Grimes, siempre estaba en contacto conmigo ante cualquier reflejo de mejoría. Había pasado un mes, un mes donde las mejorías ya no existían.

Todas las noches lloraba de manera desconsolada, abrazada al retrato de nuestra boda donde ambos sonreíamos con felicidad, la misma felicidad que acompañó nuestro matrimonio de una década. Su lado de la cama como la dejó porque no era capaz de dormir en ella, me era menos invasivo dormir en el piso. En una de esas noches le pedí a Dios, o lo que sea, que me diera una señal.

—Si es momento de que se vaya házmelo saber —pedí mirando por la ventana.

(***)

—Después de comer puedes ver la televisión, mientras tanto no —apunté el aparato inerte frente a nosotros —¿Sabías que comer mientras ves la televisión te hace engordar?

—¿Eso por qué pasa? —preguntó rodando los ojos.

—Porque al estar concentrado en la TV no te das cuenta de lo que comes y eso hace que comas de más. Estados Unidos tiene el primer lugar en obesidad infantil y tú no serás uno de ellos.

—Mamá eso es tonto —bufó soltando una pequeña risa antes de probar su bocado —Cuando papá despierte engordará porque tantos meses dormido hará que tenga mucha hambre. Debemos prepararnos para eso.

Mi corazón se estrujó, no podía hablar con Carl sobre las pocas posibilidades que su padre tenía. Era mucho que digerir para un niño de su edad. Le sonreí con melancolía moviendo mi cuchara  sobre el tazón de la vajilla que Rick me regaló hace años atrás.

Las palabras que el doctor me había dicho tenían efecto en mi. Sólo esperaban a que el cerebro de mi esposo dejara de dar señales para poderle dar el adiós definitivo. Ya nadie tenía esperanzas en él. Ni siquiera yo, la mujer con quien se casó. Tenía una libreta donde había hecho cuentas de los gastos funerales y detrás de la hoja una nota que Rick me escribió un día antes.

Tuve que irme más temprano, no te quise despertar porque te mirabas hermosa durmiendo. Algún día te quiero prestar mis ojos para que te veas como yo lo hago. Regresaré a la comida, pónganse más guapos porque iremos al restaurante Lennys.

𝕸𝖚𝖊𝖗𝖙𝖔𝖘, 𝖕𝖊𝖗𝖔 𝖏𝖚𝖓𝖙𝖔𝖘 ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora