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Con la lluvia torrencial golpeándole directamente sobre el rostro sumado al ventarrón que le obligaba a entrecerrar los ojos, Aemond tuvo serios problemas para establecer exactamente en dónde se encontraban las torres de Duskendale y en qué lugar, la explanada de piedra. Vhagar descendió despacio y planeó sobre la fortaleza más de dos veces, también desorientada e insegura con respecto al lugar exacto donde debía descender. Al cabo de unos minutos sin que aquella tormenta aminorara su intensidad, Vhagar comenzó un descenso más rápido, la dragona bajando casi en picada hacia el suelo.

Aemond percibió el temblor bajo sus piernas cuando finalmente la dragona había aterrizado exitosamente. Aterrizaje exitoso porque por lo poco que el Alfa alcanzaba a ver, Vhagar simplemente había dejado caer todo su peso sobre una superficie lisa sin derribar nada en el proceso. El enorme volumen de la dragona le impedía posarse con mayor soltura en la tierra y no hubiese sido la primera vez que había habido una muerte o una demolición accidental en su descenso a tierra, las alas incapaces de sostener el peso del cuerpo y darle tiempo de apoyar ambas patas en el suelo.

Aquel no parecía ser el caso, afortunadamente. A los pocos segundos del impacto, Vhagar se incorporó pesadamente y comenzó a moverse hacia otro sector, la sensación de que se arrastraba sobre el lodo haciéndose presente en la mente del Alfa. La gran criatura rugió una, dos veces, y finalmente se desplomó bajo la lluvia, el gruñido más bajo y ronco avisándole a Aemond que hasta allí había llegado.

Si el descenso de Vhagar a tierra había sido como mínimo dificultoso, el descenso de Aemond desde la montura hacia el suelo lo fue aún más, no porque le temiera a la altura del lomo de la dragona, sino porque literalmente no veía hacia dónde estaba bajando; ya era de noche y no había rastro alguno de la luna oculta por las nubes negras y, si a eso se le sumaban la lluvia y el viento la cuestión se tornaba aún más complicada. Aún así, aferró las riendas y bajó lentamente por un costado de la montura hasta tocar el piso con un pie. Al soltar las sogas y alejarse unos pasos de Vhagar, realmente se preocupó por ella. El suelo era un lodazal y Aemond había resbalado ya un par de veces, sus botas hundiéndose levemente en el barro.

Si él que era ligero se resbalaba y hundía al permanecer de pie, no quería imaginar qué podía suceder con Vhagar, que poseía en esos momentos el tamaño y peso del castillo que se alzaba detrás de la gran mole de carne y escamas. Unos segundos después, Vhagar se movió; Aemond lo supo porque detectó el cambio de posición de la sombra negra gigantesca delante suyo y porque un par de rayos iluminaron el cielo y le permitieron verla. La idea delirante de que se había arrastrado en un principio era real, más le dio la impresión de que lo hacía porque no deseaba incorporarse y no por una dificultad real.

— Ve hacia arriba, Vhagar.

Aemond gritó alto en el intento de que Vhagar lo oyera por encima de la tormenta; al mismo tiempo, señaló la otra explanada, la que sí estaba construida con piedra sólida en vez de tierra. Vhagar gruñó pero no dio mayores señales de prestar atención a sus palabras hasta que finalmente comenzó a desplazarse hacia donde Aemond seguía señalando.

El Alfa sabía que existían pocas chances, pero temía volver y encontrarse con la mitad del cuerpo de la dragona bajo el lodo sin posibilidad alguna de poder sacarla de allí.

El suelo tembló cuando el cuerpo colosal trepó por uno de los pequeños puentes de piedra, destruyéndolo en el proceso. Aemond oyó la roca partiéndose y los pedazos cayendo hacia el lodo. Lo escuchó porque en sí, seguía sin ver absolutamente nada coherente delante suyo.

Por el rabillo del ojo vigiló a Vhagar en su descenso mientras él subía las otras escaleras, las que conducían al interior de la fortaleza. El interior del lugar estaba cálido en comparación con el exterior, pero aún así no se quitó la capa de viaje completamente empapada hasta que giró uno, dos corredores y se encontró con el primer guardia en aquel lugar desierto. Daeron había hecho muy bien su trabajo al dejar el terreno despejado.

Tóxico [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora