15.

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GABRIELA

Federica me levanta a la mañana siguiente y yo solo quiero ignorar el mundo hoy. No quiero ir sabiendo que Mauricio estará allí.

―Vamos, tienes que ir. ¡Tienes examen! ―gruñe, tirando de mi pie para arrastrarme por la cama.

― ¡Tuve suficiente de Mauricio en la semana! No quiero iniciar otra viéndole el rostro ―me quejo y grito cuando me voy de culo contra el piso―. ¡Federica!

―Si no te paras, te voy a echar agua fría. ¡Vamos pues! ―me ordena, dando dos aplausos al aire.

Yo ruedo los ojos y me levanto, dándome un buen baño. Que Mauricio me haya dejado entrar a la pequeña competencia de mi escuela no prueba nada. Es un cabrón y los cabrones no cambian al menos que quieran algo a cambio.

Además, ¿cómo voy a verle a la cara luego del beso que nos dimos? Bueno, que él me robó y yo acepté con todo el gusto del mundo. ¡Dios mío, es que he perdido la cabeza! Definitivamente, se me tuvo que zafar un tornillo o se me quemó una neurona, que sé yo.

De paso, viene y me invita al rancho a solas. ¡Joder! Y yo le dije que lo pensaría. ¡Dios mío! ¿Qué me pasa?

Es un imbécil, aunque me deje entrar de nuevo a la pequeña competencia y, no solo eso, es ¡quien está brindando las mismas! Así que no debo salir con él, de ninguna manera ni permitir que vuelva a acercarse a mí ni mucho menos a besarme.

Aunque me muera porque vuelva a suceder.

Niego con la cabeza y me meto a bañar con agua caliente, pensando en cómo encontrarle un talón de Aquiles al imponente y altanero del señor Díaz. Además, eso de robarme un beso no se va a quedar así. No, no, no.

Me visto lo más rápido y sencillo que puedo y me arreglo el cabello. Lo primero que haré al tener la primera quincena es enviarle dinero a mi mamá y cortarme el cabello. Ya lo tengo demasiado largo para mi gusto.

Luego de desayunar en familia, me cepillo los dientes y me maquillo lo más sencillo posible, dejando que mis labios sean los protagonistas al matizarlos de un color rojo brillante.

Fede me dice que ya está lista y nos despedimos de mis tíos, caminamos hasta la parada y esperamos el autobús. El sonido de una moto capta mi atención y sonrío al ver que se detiene frente a nosotras, el conductor se quita el casco y me sonríe.

― ¿Un aventón, Gaby? ―pregunta Cristian.

Yo miro a Fede, quien me sonríe alzando una ceja.

―Ve, gafa. Ustedes van para el mismo sitio, yo no ―dice con obviedad.

―Nos vemos en la noche, prima ―me despido de ella, besando su mejilla.

Cristian me tiende un casco y me trepo en su moto, colocándomelo con rapidez. Él acelera en dirección al restaurante y llegamos en menos de quince minutos.

― ¿Cómo te sientes para el examen de hoy? ―pregunta, quitándome el casco de la cabeza.

―Nerviosa, ¿y tú? ―pregunto, limpiando mis manos sudorosas en mis jeans.

―Aterrado ―admite, haciéndome reír.

El carro de Mauricio se estaciona cerca de nosotros y Montse se baja del mismo con cara de tragedia. Tal vez esté muy nerviosa por el examen.

Un suspiro se me atasca en la garganta cuando Mauricio Díaz sale del lado del conductor, abotonándose un botón del saco negro e impoluto que viste. Tiene unas elegantes gafas de sol y el cabello recogido en una pequeña coleta, la camisa blanca está desabotonada en algunos botones y su barba negra al ras bien cuidada contornea las facciones de su rostro. Pasea la mirada por el lugar, sonriendo de lado cuando me ve.

A fuego lento | Libro 1|  Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora