𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟓: 𝒇𝒐𝒕𝒐𝒔 𝒆𝒏 𝒖𝒏 𝒄𝒂𝒋𝒐́𝒏

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—No. Olivia Miller es mi hija, yo soy Constance Miller. —La señora se apretó la rebeca beis que llevaba puesta—. ¿Ha pasado algo?

—No, no, no se preocupe. —Sacudió la cabeza y a mí se me encendieron las mejillas de la vergüenza que me produjo preocupar a aquella pobre mujer—. Perdone, ni siquiera le he dicho mi nombre. Soy Noah Wilson, venía a preguntarle algo, si no es mucha molestia. ¿Conoce a Olivia Archer?

Me esperaba todo tipo de reacción. Un portazo en la cara, un 'cómo te atreves a venir aquí y hablarme de esa escoria' o simplemente dejarme sola en la puerta sin nada que decirme, pero la señora Miller relajó su rostro y sus ojos temblaron al escuchar ese nombre que salió de mi boca.

—No tengo nada que ver con Don Archer —farfulló, mirando al infinito por encima de mi hombro como si las imágenes más dolorosas de su vida se clavasen en su mente una y otra vez solo con escuchar ese apellido.

—Ya le digo que no vengo por Don Archer, señora Miller, solo quiero saber si conoce a Olivia Archer o si le suena el nombre.

—Sí, la conozco, pero si la buscas... Hace ya años desde la última vez que la vi. —Sonrió, pero sus esos ojos verdes, parecidos a los de Olivia, se oscurecieron hasta convertirse en un tono que rozaba el gris—. Tenía doce años, ahora debe tener... Treinta y cuatro cumpliría en dos semanas. Lo último que sé de ella es de un patán que habló chorradas de mi nieta por televisión. ¿Por qué la buscas?

—No la busco, señora Miller. De hecho... —Me debatí entre contarle la verdad y decirle que éramos pareja, pero no iba a arriesgarme—. Somos buenas amigas y ella, bueno, no lo ha pasado bien.

—¿La has visto? ¿Tienes relación con ella? —Asentí, hundiendo la cabeza en el cuello de la chaqueta porque el frío empezaba a arreciar allí fuera—. ¿Cómo? ¿Está bien? ¿Es feliz?

—Si me deja entrar se lo cuento todo.

La señora Miller tenía una casa pequeña y de decoración anclada en los ochenta, pero acogedora. Un sofá de flores descoloridas, moqueta azul, televisión de antena con cubierta de imitación a madera, un pez enmarcado en la pared y una mesa con un tapete de ganchillo blanco.

—Siéntate, te traeré té con pastas.

Me trajo un plato con esas galletitas con el círculo rojo en el centro, el cual nunca supe de qué estaba hecho, y un té con leche calentito. Agarré la taza con las manos y le di un sorbo para calentarme mientras la señora volvía de la cocina con un leve cojeo del que apenas me había percatado al entrar.

—Yo tuve cuatro hijos; Gerarld, Richard, Olivia y Kate, las dos son gemelas. Kate... Siempre fue muy independiente, trabajó desde los catorce con mi marido, que en paz descanse, en la tienda de comestibles del pueblo. No la pudimos llevar a la universidad y siempre, siempre, siempre nos lo echó en cara.

—No todo el mundo puede permitírselo —comenté, dándole un mordisco a la galleta.

—Me alegra que tú lo entiendas, pero mi hija nunca lo entendió. Se fue a vivir a Los Ángeles a principios de los ochenta, fíjate, casi cuarenta y tantos años... Y, bueno, allí conoció a este Don Archer. Mi marido creía que era un buen hombre, yo siempre tuve mis reservas... —Hizo una mueca, poniendo las manos sobre sus rodillas juntas—. Pero pensé que estaba loca, así que el tiempo pasó y se casaron. Luego, en el 88 llegaron las niñas. ¡No te puedes imaginar la preciosura que eran! A una le puso el nombre de su hermana, Olivia, y a la otra el de la hermana de Don. Las dos morenas con unos ojos verdes que te impresionaba cuando las cogías en brazos. Kate les ponía dos colitas y el mismo vestido amarillito y me las traía para que corriesen por el jardín.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora