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— Descansen.

La voz de Daemon, si bien suave y melodiosa, fue lo suficientemente fuerte para que los guardias que custodiaban el acceso al castillo de Desembarco lo oyeran; así, sucesivamente, los soldados fueron transmitiendo la orden a los que se encontraban más alejados y todos ellos, en conjuntos, descansaron armas cuando descendió de Caraxes, el dragón levantando vuelo nuevamente cuando el Alfa comenzó a caminar. Percibió las ráfagas del viento provocadas por las alas de Vermax un poco más atrás, pero no desaceleró el paso.

Por el rabillo del ojo, vio la sombra que proyectaba Vhagar en el ocaso, imponente y siniestra. Luego sintió la vibración en el suelo cuando el enorme dragón aterrizó en las cercanías del palacio.

— ¡Daemon!¡Espera!

Sin dar señales de haber oído a Jacaerys, Daemon comenzó a subir la escalinata del puente en dirección al ingreso; el joven lo alcanzó al traspasar el primer grupo de soldados y Daemon no pudo evitar soltar un resoplido.

— ¿De verdad vas a permitir esto? .— Jacaerys parecía en verdad angustiado y por un momento, Daemon casi baja la guardia. Sin embargo, súbitamente recordó la interrupción y aquella escenita con Aemond que no iba a dejar pasar tan fácilmente.

— Por supuesto que sí, y tú no vas a intervenir.

Había hablado en un siseo bajo, casi un susurro mientras levantaba el dedo índice en su dirección; Jacaerys frunció el ceño observando su mano levantada y no agregó nada más. Luego, Daemon posó aquella misma mano en su hombro, presionando suavemente.

— No la cagues. Ahora no, Jace.

De nuevo y por su campo visual periférico, vio la silueta de Aemond aproximándose hacia ellos por uno de los laterales del castillo. Daemon se irguió y en un acto reflejo, se posicionó entre Jacaerys y Aemond para evitar un posible enfrentamiento a golpes. Las cosas ya de por sí estaban demasiado caldeadas como para permitir un exabrupto de semejante magnitud que podía tirar por la borda lo poco que podían conseguir aquella tarde.

— Aguarda aquí. Te doy mi palabra que volveremos con el niño.

Aemond detuvo su trayecto a unos diez metros; parecía tan receloso como él por aproximarse. Daemon lo vio haciendo a un lado su capa de viaje y apoyando la mano en la empuñadura de la espada en un acto instintivo de defensa. No le pasó desapercibido que su mirada se paseó por la explanada del palacio y luego buscó a Jacaerys detrás suyo. Quería rodar los ojos y resoplar otra vez, pero se contuvo.

— Esperaré aquí.

— Bien. Y tú.— volteando, tomó a Jacaerys por los hombros, obligándolo a retroceder.— Vendrás conmigo. Ahora.

Jacaerys no agregó nada, pero la expresión de su rostro hablaba por sí sola. Sus ojos no se desviaron de Aemond incluso cuando ya caminaban hacia el patio interno del palacio, la mandíbula apretada al igual que los puños.

— Fuera, todos. ¡Ahora!

Elevando la voz, Daemon hizo desaparecer al grupo de soldados que custodiaban la primera puerta del castillo. Oyó sus pasos amortiguados en cuanto estos se desperdigaron redistribuyéndose entre el exterior y los corredores internos de la planta baja, dejando el primer patio externo desierto.

— Tienes una sola oportunidad para explicar qué carajo pasó ahí afuera.— soltó Daemon con los labios apretados sin voltear hacia Jacaerys, sus dedos presionando la empuñadura de Hermana Oscura.- Y no quiero estupideces.

— No pasó nada, ¿qué quieres que...?

Daemon se movió más rápido de lo que Jacaerys era capaz de reaccionar; volteando hacia él, lo empujó contra una de las paredes de piedra y lo inmovilizó con el antebrazo apoyado en la garganta, cortándole la respiración; forcejearon unos segundos hasta que Daemon lo aplastó con su cuerpo entero.

Tóxico [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora