XL

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FREYA

Se encaminó hasta llegar al escritorio, donde se hallaba erguido esperándole para continuar, a la vez que se lanzaba miradas desdeñosas con Adler, quien en cualquier momento atacaría.

Solo esperaba la más mínima provocación para darle unos cuantos puñetazos.

Ella no promovía precisamente la paz, aunque en ese momento tenía otros intereses, que superaban el de presenciar como Adler magullaba a su no muy querido primo.

Sin esperar a que se lo ofreciera tomó asiento donde anteriormente se encontraba.

Algo le decía que lo necesitaría.

Adler al igual que Sebastien se quedaron de pie cruzados de brazos.

Sin dejar de desafiarse en ningún momento.

Por lo menos ella se había hecho al arma.

La cual soltó, poniéndola encima del escritorio muy cerca de su persona en el momento que tomó el libro entre sus manos.

Palpó el diseño de este.

El grabado de oro que decoraba el escudo.

Su color verde considerablemente opaco, si tenía en cuenta que se apreciaba de décadas pasadas.

Se permitió percibir el olor a antiguo, y pasar con rapidez las hojas amarillentas sin poner mucho cuidado en estas.

Hasta que descubrió la caligrafía perfecta en la pasta de este, que iba grabado el nombre del dueño de aquella reliquia.

Godric Keppel.

—¿Esto es...? —soltó dubitativa, sin poder terminar.

—Para enterarte de la verdad, tendrás que internarte en los pensamientos de uno de los mayores implicados en esta historia —la cortó Sebastien, mientras ella tragaba grueso.

Asintió lentamente a la vez que suspiraba, y ahora a conciencia ojeaba las primeras páginas al azar.

Deteniéndose en una.

Sintió que necesitaba que todos se enteraran de lo que iba descubriendo de a poco, al igual que no retenía si lo leía mentalmente causándole un conflicto, agriando su humor.

Se aclaró la voz para después pasar a recitar.

—«enero de 1765.

Toparme con su mirada, fue como despertar de un largo letargo del que desconocía estar sumido.

Sus ojos azulados, y acuosos calmaron la sed de mi corazón.

La sequía de mi pecho.

Revitalizando todo bajo su sutil, y efímero escrutinio.

Su carnosa, y rojiza boca se convirtió en mi verdadera perdición al ni siquiera tener un leve alcance de tomarla.

Caí en un vacío del que resurgir estuvo prohibido.

Me hallé perdido, y su nombre se convirtió en sonata para mis oídos.

Babette, tan sublime y perfecto.

Y su voz...

Esa dulce entonación, fue la que me dejó preso.

Sin intensiones de reñir, para no verme comprometido»

...

Se quedó sin aliento con las palabras leídas.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora