𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟖: 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒆𝒎𝒑𝒊𝒆𝒛𝒂...

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Noah dijo que tampoco quería dormir, que se quedaría conmigo viendo la CNN toda la noche por si les llegaba una noticia de última hora sobre Roger Smitz. Seguramente en la FOX no dirían nada por su tendencia derechista y en la CBS no estarían dispuestos a dar una primicia sobre uno de los invitados que estuvo en uno de sus programas con más éxito. Yo iba cambiando de canal, de la NBC a la CNN, a veces ponía Syfy porque estaban emitiendo una de esas películas ambientadas en un medievo alternativo con elfos, dragones y mazmorras.

A las doce de la noche Noah ya dormía con la cabeza recostada en mi hombro mientras la CNN iluminaba la oscuridad del salón con imágenes de última hora desde el último sitio de Europa donde se habían localizado bombardeos y una serie de debates inútiles sobre las últimas elecciones al senado y cómo el candidato del partido republicano seguía pidiendo un recuento de votos porque decía tener pruebas de fraude.

A las dos de la mañana me levanté para ir al baño. Noah seguía durmiendo en una esquina del sofá con una manta amarilla echada por encima que apenas llegaba a taparle los pies, pero los tenía bien cubiertos por mi chaqueta y los calcetines.

Me di cuenta entonces de que no había cenado y el estómago me rugía de hambre después de tantas horas de tensión y papeleo. Abrí la nevera y me encontré un plato cubierto por papel de aluminio con una nota pegada: "Es tu favorito 😊". Lo saqué de la nevera y le quité el papel para encontrarme con un plato de butter chicken con arroz y dos panes naan en la encimera. Calenté el plato y me senté al lado de Noah, con sus talones rozando mi muslo, ingiriendo algo por primera vez desde esa mañana.

A las tres y media de la mañana salí a fumar a la terraza. El mar se veía a lo lejos tan inmenso que pensé en hundirme en él si este plan no funcionaba. Era la última bala que me quedaba para poder dormir en paz el resto de mi vida y sé lo mucho que me costaría remontar si mi padre y Roger quedaban libres. Sé lo imposible que me harían la vida. Sabía que tendría que volver a irme de Los Ángeles porque correría peligro y sabía que querría que Noah viniese conmigo, pero no sabía si ella querría cruzar el país para estar con una mujer que vive a medias.

A las cuatro decidí tumbarme junto a Noah en el sofá, buscando el hueco que dejaba su cuerpo para amoldarme a ella y taparme con la manta que a mí sí conseguía taparme entera. En mitad de la vorágine interior en la que los nervios se alimentaban de mis entrañas como hienas de una presa moribunda, ella pasó su brazo por mi cintura y metió la cara en el hueco de mi cuello para calmarme sin siquiera intentarlo. No quería mirar la televisión para alimentar más los nervios y me giré, abrazándome a ella en ese estrecho espacio que nos dejaba el sofá.

En la bruma del sueño que no me dejaba dormir, me sorprendí observando cada rasgo de su rostro como si no lo hubiese visto antes. Sus labios en forma de corazón que dejaban un hueco en medio mientras dormía, las pestañas con las puntas rubias, el pequeño lunar justo al lado de su ojo o la marca de nacimiento que se escondía detrás de su oreja derecha.

Me culpaba por no poder darle la estabilidad que necesitaba. Me culpaba por hacer que tuviese que estar bien cuando en ocasiones le era imposible estar bien. Me culpaba de apoyarme en ella cuando ella necesitaba apoyarse en mí, pero sé que ella no me culpaba de ninguna de esas cosas.

Noah metió una mano bajo mi camiseta, paseando los dedos por mi espalda para conseguir que me quedase dormida. Conseguía que me relajase, conseguía que me sintiese pequeñita, que pudiese ser frágil y no tuviese que agrandarme cada segundo de mi día para poder sobrevivir.

*

Eran las nueve de la mañana cuando desperté o, mejor dicho, me despertaron.

—¡Liv, despierta! —Abrí los ojos y me sentí confusa.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora