CAPÍTULO QUINCE.

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La encuentra apoyada en una de las murallas exteriores de la sede suiza. Ha llovido durante todo el día y ahora que el sol está cayendo, el arcoiris se abre paso entre los picos de las montañas entornando una pacífica claridad en medio de todo el caos. Pero ella no se fija en eso. Ella se fija en su amiga. La observa como si estuviese pasando revista a todo su ser porque aunque han pasado semanas desde su ya sorprendente aparición, todos los días que va a visitarla la estudia antes de iniciar cualquier conversación como si tuviese que esquivar minas antes de cruzar terreno enemigo.

Sólo que la joven no es su enemiga.

Mary sigue siendo Mary.

La ve cuando se gira y se posa en sus ojos produciéndole un electroshock, un calambrazo en la médula, un bloqueo mental. Todavía es complicado caminar hasta ella, hasta acortar la distancia y comprobar que el tiempo ha quedado congelado en una esquina esperando a que alguna estire el brazo y lo alcance con los dedos. Tiene tantas preguntas, tanta confusión, tanto miedo de averiguar qué es lo que realmente pasó Mary al otro lado que todo su ser se estremece ante el desconcierto.

Finalmente se apoya también en la muralla, ocupando un pequeño espacio a su lado.

No se dicen nada al principio, simplemente respiran con la brisa, cierran los ojos y estiran el cuello hacía el cielo. Es el mismo proceso que repetían después de una misión complicada, cuando llegaban a la sede de la orden en España con los músculos agarrotados, más heridas de las que querían admitir y una carga mental que sobrepasaba todo lo humanamente aceptable porque ellas cargaban con las misiones más complicadas de la orden y esas eran las que tenían que ver con posesiones.

Demasiado jóvenes para todo lo que tenían que ver. Demasiado jóvenes para el trabajo que tenían que realizar.

Pero se tenían las unas a las otras, y sin querer, en ese momento, Beatrice recuerda a Shannon. Cuando vuelve a mirar a Mary a los ojos, sabe que ella también la está recordando y entonces se relaja, dejando soltar el aire acumulado lentamente por la nariz porque quizás esa es la forma más auténtica de averiguar que está compartiendo oxígeno con Mary y no con la Mary empañada y prisionera por la manipulación de una entidad superior perteneciente a un universo paralelo.

—Chica, no soy una extraña, puedes hablar conmigo con normalidad—Mary apoya todo su peso en un codo y la mira de frente—. No me romperé. La Doctora y el resto de las hermanas me han estado castigando mentalmente para que eso no suceda.

Beatrice frunce el ceño. Es conocedora de todo lo que han hecho con Mary a lo largo de esas semanas; sesiones intensas de puertas emocionales abiertas. Todo lo necesario para poder rescatar a la verdadera Mary del fondo, del fondo, del fondo de sí misma, donde estaba recluida.

Finalmente asiente con la cabeza y pregunta:

—¿Cómo vas?

Porque es lo único que le interesa saber realmente y porque a través de los ojos de su amiga puede percibir su alma. Una vulnerable, desequilibrada, rota en fe. Tal y como está la suya.

Responde:

—Si quieres que pruebe a darte pena, te lo diré claro, lo conseguiré con facilidad—un acento familiar, irónico y cómico asoma entre las palabras y Beatrice sonríe.

Es la Mary a la que una vez estuvo acostumbrada.

La Mary a la que quiere acostumbrarse de nuevo.

De todos modos, le da unos segundos para que se ajuste a la situación. Imagina que tiene que estar lidiando con cientos de sentimientos y emociones distintos, emborronados y empañados.

SALMOS 34:14 (SEGUNDA PARTE)Where stories live. Discover now