CAPÍTULO 25 (+18)

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Llevo una fresa a mi boca cuando termino de masticar las otras dos que me he comido, junto con los pedazos de carne, por una extraña razón encuentro exquisito comer dulce en compañía de lo salado, el momento desagradable que pase hace menos de media hora al devolver la comida fue realmente horrible, hacía tanto que no vomitaba y menos de esa manera, tal vez se debía a mi estado, aunque había pensado que ya no tendría ese tipo de síntomas ya que solo los padecí al principio, pero tal parecía que estaba equivocada. Hace diez minutos más o menos que nos habían alcanzado Lyna junto con Horns y los guerreros, que al verme tirada en el suelo habían entrado en pánico, lo único que necesitaba era ingerir comida la cual cargaba el pequeño con cuernos.

No dudó en sacarla con rapidez mientras me ayudaban a sentarme para poder comer algo, me enteré por Horns que quien había empacado la comida era Häel, había dado órdenes estrictas de no abrirla nadie más que yo y que la comida era únicamente para mí, aun sentía el corazón acelerado porque era algo que realmente no me esperaba, se había tomado el tiempo y no solo era eso sino el detalle. Aunque no solo fuera para mí sino para su hijo.

Al ver las fresas con algunos trozos de carne justo como a mí me gustaban, había semicocidos, otros cocidos y los mejores que eran los crudos. Podría sonar asqueroso y tal vez hace algunos meses atrás hubiera golpeado a mi yo del futuro si me llegaba a decir que le encantaba la carne cruda; era una controversia total al principio, entre lo que está bien y está mal, entre lo bueno y lo malo; pero llegue a lo conclusión que no debía de importarme lo que dijera la gente, yo podría ponerme a gritar que me gustaba la carne cruda de animales y nadie podría juzgarme, porque a fin de cuentas Häel los terminaría matando.

Algunos trozos de chocolate amargo adornaban el fondo del pequeño y gran plato hondo, parecía que la comida estaba por acabarse pero no era así. No tenía fondo y eso también era obra del rey del infierno, pensaba en todo, ni siquiera sabía cómo lo había hecho.

Cuando termine de comer retomamos el camino hasta llegar a lo que parecía un pequeño pueblo, antes de entrar a él la bruja mayor dijo unas palabras extrañas en un idioma que ni siquiera puedo recordar, nunca lo había escuchado con anterioridad. Con un ademán nos indicó que avanzáramos y antes de seguirnos volvió a repetirlas, era como un conjuro que hacía que un gran telón invisible cubriera todo el aquelarre para que nadie pudiera pasar.

O eso me había explicado Tamara.

Hace una hora que habíamos llegado y todas las brujas se me quedaban viendo de una forma extraña, era como si vieran a un fantasma y no solo eso, los ojos curiosos bajaban a mi vientre de la misma manera, si Tamara supo quién era yo era obvio que todos lo sabían pero... ¿quién era yo exactamente? Caminar era incomodo, a donde quiera que iba las miradas me seguían, lo único que quería era refugiarme detrás de Lyna. Durante el trayecto me di cuenta que había más mujeres que hombres, no había muchos niños y los que estaban jugaban en lo que parecía un parque con pocos juegos, sin duda se trataba de un pequeño pueblo.

—Mi reina, ¿quiere descansar?

Miro al pequeño con cuernos, me gustaría decirle que no, que no quiero descansar, que quiero seguir aprendiendo sobre la magia con Lyna pero la verdad es otra. Siento como el cuerpo me pesa desde que devolví la comida y aunque ya he comido de nuevo las arcadas de hace una hora fueron tan intensas que me debilitaron, además de la extensa caminata.

—Quiero descansar —asiento, la bruja mayor gira quedando frente a mí—, podemos seguir mañana, ¿está bien?

—Claro, ya fue mucho por hoy pequeña. Debes descansar y recuperar fuerzas. —toma mi mano de forma cariñosa, todos se detienen a nuestro alrededor—. Ven, voy a llevarte hacia la casa que era de tu abuela.

HÄEL  ↯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora