𝒆𝒑𝒊𝒍𝒐𝒈𝒐

5.3K 477 167
                                    

Mi tía Olivia y yo hablábamos todos los días desde que nos volvimos a encontrar. Si no era una llamada, me mandaba mensajes. Si no eran mensajes, cogía un vuelo barato con mi tío Vincent y venía a vernos a Los Ángeles y aprovechaban para pasar el fin de semana. A ella le encantaba Noah en todos los aspectos. Desde su físico y su forma de ser hasta su trabajo. Mi tía Olivia siempre estuvo ahí.

Estuvo seis meses después del reencuentro cuando Noah se torció el tobillo haciendo surf en Malibú llamándome para saber cómo iba todo. Estuvo ahí cuando quisimos mudarnos de nuevo, pero no encontrábamos una casa que nos gustase en ningún lado. Estuvo ahí cuando se celebró el juicio contra Don y Smitz, ambos salieron culpables de todos los cargos. No me soltó de la mano hasta que dieron el veredicto y lo celebramos toda la familia yendo al Nobu con Piper y Grace.

Estuvo ahí cuando tuvieron que operarme de apendicitis con urgencia y casi deriva en una peritonitis. Mi tía entendió que Noah estaba a mi lado, que era ella la que cuidaba de mí en esos momentos, pero acudía todos los días para estar conmigo.

Estuvo ahí cuando la tristeza me asolaba y ni siquiera Noah era capaz de consolarme, solo la necesitaba a ella. Venía unos días con mi tío Vincent y salíamos a comer en familia para que me olvidase de esa sensación de soledad que ahora era ya inexistente.

Estuvo ahí cuando Noah tuvo un accidente de coche y tuvo que estar una semana en el hospital y tres meses con la pierna escayolada.

Poco a poco dejó de ser mi tía Olivia. Las letras que conformaban el sintagma se iban derrumbando una a una cada día que pasaba a mi lado y solo quedó en pie la m. La m de mamá. Mis primas dejaron de llamarla 'mi madre' delante de mí, ahora se referían a ella como mamá. Mamá no está, ha ido a comprar. Mamá necesita vacaciones. ¿Puedes llamar a mamá? Ethan quiere quedarse con mamá. Mamá. Mamá. Mamá y ya está.

Mi tío Vincent decía Olivia y las dos nos dábamos la vuelta con un rostro casi idéntico que a Noah le hacía tanta gracia como la primera vez que me confundió con mi hermana.

Ethan estaba obsesionado con los rizos de Noah. Ella lo sentaba sobre su abdomen cuando se recostaba en el sillón de lectura de mi abuela y el pequeño intentaba estirar las manos para agarrarle las ondas que caían sobre su frente, pero Noah agarraba sus manitas y atrapaba sus deditos con los labios para fingir que se los comía, arrancándole carcajadas que se escuchaban por todo el salón.

Los domingos que íbamos a Alpine mi abuela hacía pastel de carne con puré de patata, panecillos caseros y guiso de acelgas. Noah había aprendido la lección de la primera vez y se negaba a llevar traje o vaqueros, usaba ese pantalón de chándal gris con una sudadera azul para que nada pudiese apretarle. Esa era una de las cosas que más me hacía feliz: verla integrada en la familia.

Aunque las cosas cambiaron para mí, no cambiaron para Noah. El mundo no es mágico y no todo puede resolverse solo porque mi historia sí. Sus padres no cambiaron ni un ápice su comportamiento, de hecho, empeoraron cuando se enteraron de la historia de Abby y de la mía. Noah solo era alguien de fondo que pasaba por sus vidas mientras Abby y yo acaparábamos el foco de todas sus atenciones. Carol me llamaba una vez a la semana para preguntarme cómo estaba, si necesitaba algo, pero en pocas ocasiones preguntaba por Noah, que seguía trabajando en su despacho fingiendo que no sabía con quién hablaba. Yo intentaba hablar de ella y contarle cómo estaba, pero no parecía importarle porque daba por sentado que Noah estaba bien.

—Noah está bien —me dijo una vez mientras hablábamos por teléfono—. Ella no me necesita, sabe cuidarse sola, es lo que me enorgullece de ella.

Pero no indagaba nada más. No quería saber qué hacía su hija, no quería saber qué tal le iba en el trabajo, no quería saber si era feliz. Le bastaba con saber que seguía viva y a mí me comía la pena al pensar que era así como me trataba mi madre. Su padre parecía no existir si no íbamos nosotras a visitarlos y cuando íbamos era un infierno para ella. Sacaba temas de conversación que a mí me parecían una tontería, como anécdotas de cualquier derrota en partidos de vóley y se dedicaba a relatar lo que hizo mal entonces. Lo mismo con la carrera y su trabajo actual, por el que ninguno de los dos mostraba respeto alguno.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora