Capítulo 3 Rosie

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Era muy entrada la mañana cuando Candice al fin despertó. Todavía algo somnolienta, se dio la vuelta en la cama, quedando de frente a la ventana de la habitación que ocupaba antes de irse el año anterior. 

La joven se quedó mirando el ondear de las cortinas. 

Estaba cansada. El día anterior estuvo lleno de emociones desde la mañana que salió de Nueva York, hasta la madrugada que terminó el banquete de bodas de su hermano. Lo último, cuando al fin se retiraba a descansar, fue ver a Terry herido.

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— No mamá, no estoy enojada con ustedes — Afirmó Candy ante la pregunta de Lauren — Se bien que ustedes son unas personas objetivas, en cambio yo... — Bajó la cabeza — Ahora me doy cuenta que no supe manejar la situación, y... — varias lágrimas cayeron de los ojos verdes de la chica.

Albert y su mujer cruzaron miradas de entendimiento.

— Será mejor que vayas a casa — Sugirió Albert — Nosotros tenemos que quedarnos, pero el chófer puede llevarte. Te ves cansada.

Tras acceder, la joven se dejó guiar bajo el alero protector de su madre.

El sosiego que la rubia sintió le duró lo que un suspiro.

Estaban por llegar al auto cuando escucharon el sonido de un cristal rompiéndose. Los tres se detuvieron al instante. Albert les hizo una seña indicando que guardaran silencio. Ellas obedecieron, se quedaron dónde estaban mientras el rubio partió en búsqueda de un guardia. 

Unos momentos después, un hombre de gran tamaño y constitución cruzó la hilera de autos junto con el rubio Ardlay. Con temor, Candy y Lauren los siguieron a unos metros de distancia.

La exclamación de sorpresa de Albert al pronunciar un nombre conocido hizo que las dos mujeres se acercaran rápidamente.

Candy quedó más blanca que un papel al ver al castaño. Toda la velada tratando de no estar cerca de él, y en el momento en que estaba por emprender la retirada, lo vio parado bajo la luz de una lámpara, con el rostro enrojecido y los nudillos de la mano derecha llenos de sangre.

Albert se apresuró en aclarar al guardia que Terry era un familiar, luego, le pidió agua para limpiar las heridas del muchacho y el hombretón se apresuró a cumplir, en la medida de lo posible, la petición del rubio.

A pesar de todo, la enfermera que había en Candy salió a relucir. Olvidando cualquier diferencia, y sin importarle nada, tomó el agua y el alcohol que el guardia les proveyó. Sin vendas o algodón a la mano, la joven de ojos verdes rasgó su vestido, usando el trozo de tela lavanda para cubrir las heridas.

Sin que se dieran cuenta, sin tiempo para protestar o pensar, Candy y Terry acabaron viajando en el mismo vehículo. En silencio, cada uno metido en sus pensamientos, se mantuvieron sentados en la parte trasera de la camioneta gris, pegados cada uno en su ventanilla. 

El chófer se detuvo en la entrada de la casa verde con blanco. Rodeando el carro abrió la puerta para ayudar a Candy a bajar.

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