Capítulo 11.

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Mariana siente su piel erizarse, la carcajada de Samanta es tan auténtica y limpia que teme echarse a llorar delante de ella. No puede evitar contagiarse con la alegría de la actriz y sonríe ante su atenta mirada. Ambas mujeres saben que hay una conexión entre ellas y la menor se siente culpable, porque tal vez la pelicorta solo siente por ella, el afecto maternal que suele mostrar seguido, cuando la mira. La culpabilidad es algo que no suele llevar muy a la ligera. No debería de mirar a la mujer que fue su ángel en una época de desesperación y sufrimiento, como lo hace, Samanta merece más respeto y es algo que ella no le está dando, por lo menos con el pensamiento. Mirarla como si fuera un volcán donde ella desea quemarse, no está nada bien, es traicionar a ese afecto familiar, no sanguíneo que hay entre ellas.

Aparta la mirada de la ojinegra al notar la atención de su abuela solo en ella, la canosa la observa con el ceño fruncido y una mueca de curiosidad en la boca.

—Mariana.

Eleonor la llama y la joven la observa con cautela, no quiere ser demasiado transparente para la señora que parece tener un radar en los ojos, ¡todo lo ve!

—¿Qué? —tres pares de ojos la observan y ella baja la vista apenada. La mayor de todas ríe y eso provoca que la empresaria resople, la canosa se acaba de dar cuenta de cómo devoraba a la actriz.

—Mariana es la persona más despistada que conozco, cuando de cosas tradicionales se trata.

El comentario de Lidia hace que su hermana la fulmine con la mirada.

—Lo poco que aprendí de ustedes, me dice que estás en lo correcto. Eras muy despistada —Samanta mira a la ojiverde y sonríe cómplice con la hermana pequeña.

—Lo que faltaba, que se completara el equipo.

Todas ríen. Eleonor habla de trivialidades con Samanta y Lidia, Mariana se mantiene al margen, como siempre hace, no le gusta inmiscuirse mucho en las conversaciones ajenas, aunque estas, la involucren. Un celular suena y todas observan a la joven empresaria.

—¿Qué?

—Es tu teléfono, Mariana, ¿en qué mundo andas? —Lidia frunce el entrecejo.

El rostro de la ojiverde hace un gesto de asombro. Las demás féminas la observan y eso la pone más nerviosa que la sorpresiva llamada. Samanta la observa disimuladamente. La niña de quince años ha crecido, ha germinado y florecido un cuerpo de mujer difícil de ignorar. Es una tentación en piel presente que la hace tragar en seco, siente su sexo palpitar y reprime un jadeo mordiendo su mejilla interna. Esto no le puede estar sucediendo, no se puede estar excitando, no con una mujer a la que saca nueve años de diferencia, con una mujer a la que ayudó cuando apenas era una niña y le tomó un afecto maternal insuperable. Mariana la sorprende y ella no se molesta en apartar la mirada de aquella perfecta anatomía. Pero, la tensión entre ellas las obliga a mirar hacia otro lado. Lidia que se había parado, regresa a su lugar y observa a su hermana que no ha hablado, solo escucha a quien sea que está del otro lado de la línea.

—¿Cuándo las mandarás?

La ojiverde se pasea por el salón bajo la mirada de las demás y eso la incómoda, sabe que no hablan por no interrumpir, pero que escuchen lo que diga a la otra persona no le parece muy buena idea. Samanta no puede apartar la mirada de su silueta, las largas y tonificadas piernas le provocan un sobresalto en el pecho. Sus nalgas globulosas y firmes la obligan a cruzar las piernas. Carraspea y mira a Eleonor que está entretenida ojeando una revista donde su imagen es dueña de la portada. Vuelve a mirar a Mariana y el contoneo que crean sus glúteos le intensifica el calor en su entrepierna. Asciende la mirada y tropieza con unos ojos pícaros, que la miran y una boca con una sonrisa ladeada. La actriz lamentó haber sido descubierta y optó por poner toda su atención en Lidia.

—¿Quién era? —Lidia no espera a que su hermana se siente para preguntar.

—Cristina.

—¿Qué quiere esa ahora?

La menor se pone a la defensiva. Sabe lo difícil que le resultó a su hermana, separarse de esa mujer, alejarse de la obsesión psicópata de la que era en esa época, su novia.

—Enviarme algunas cosas mías que quedaron en su casa.

—Ella lo que quiere es volver a verte.

—No lo sé, Lidia, pero no es para que te pongas así.

—Por favor, Mariana. Esa mujer es terrorífica.

—Ya escuchaste la conversación, le he dicho que no, está bien.

—¿Quién es Cristina? —Eleonor pregunta a Samanta le agradece.

—Una de las ex de Mariana, pero esta rompe todos los récores, es una obsesiva compulsiva que le hizo la vida imposible en su momento. Realmente no sé qué tienes que las mujeres se vuelven loca contigo, se prenden como sanguijuelas.

—Que las trato bien, que soy buena —dice alzando una ceja y Lidia resopla, ese aire de superioridad en su hermana nunca le ha gustado.

—Pero si no permites que te toquen, no sé de qué te vanaglorias.

La adolescente habló demás y lo supo en el momento exacto en que vio el cuerpo de la ojiverde tensarse. El ambiente se volvió turbio y la tranquilad de la velada se disolvió por completo. Mariana suspiró y miró a Lidia fijamente, las personas que estaban allí no conocían esa parte de ella. Agradeció a la menor con la mirada y se puso de pie. No es un secreto para Samanta y Eleonor sus marcas en el cuerpo, pero aquello era íntimo y Lidia no vaciló en romper esa berrera cargada de confianza que tenían ambas, como hermanas.

—Mariana.

La castaña se acerca a ella, pero la mayor hace un gesto para que no se acerque. Samanta y Eleonor se mantienen al margen, pero atenta ante lo que pudiera hacer la mayor de las hermanas.

—No intentes tocarme.

Lidia la miró dolida, soportó ver a su hermana desaparecer por las escaleras que conducían a su habitación. Nunca se habían tratado de aquella manera y temía que toda la confianza entre ellas se fuera a la mierda.

—La he cagado —dijo sentándose nuevamente.

—Lo has hecho.

Eleonor sale en defensa de la mayor y Samanta se sorprende ante la crudeza de las palabras de la canosa.

—Ahora no es momento de lamentarse, espera a que se calme y habla con ella.

Las palabras de la actriz la calmaron, pero no del todo.

—Es que escuchar que esa mujer la llamó, me altera. Le costó mucho salir de esa relación.

—Es no te da derecho a decir algo que es un secreto íntimo, Mariana no lo merece y lo sabes. Estás a punto de cumplir dieciséis años, ya no eres una niña de ocho. Además, Mariana es adulta, sabrá como enfrentar sus problemas.

—Eso es que no conocen a esa mujer.

Si tú supieras, pensó la actriz.

—Ustedes no están solas, ya no, no lo olvides.

Las palabras de Samanta fueron beneficiosas, pero la mirada de su abuela no la dejaba mejor. La actriz miró hacia las escaleras por donde había subido la empresaria, su pecho escocía, por la revelación de Lidia. Que Mariana no se dejara tocar, no le es extraño, no cuando sufrió mucho maltrato físico. Pero, lo que, si se le hacía sumamente extraño, es que ella, la había abrazado y acariciado hacia menos de tres horas antes y la ojiverde nunca la rechazó.

Bajo el reflejo de tu actuación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora