Capítulo 15.

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—Sofía —Mariana habla a su secretaria y esta obedece al instante.

—Dígame señorita.

Mariana niega ante la amabilidad mezclada con educación que muestra la joven. Sonríe y la rubia de baja estatura se ruboriza.

—¿Cuántas veces te he dicho que no uses tanto formalismo conmigo, Sofía?

—Unas cuantas veces, señorita. Pero es un límite que no quiero sobrepasar, espero lo entienda.

—Está bien, si te sientes cómoda así, no hay problemas.

—Gracias.

—Para lo que te llamaba. Localiza a Agustín, dile que me urge hablar con él. Lo necesito para ya.

—Como usted desee. Con su permiso.

—Sofía —la joven se voltea hacia ella antes de salir por la puerta—, no quiero que nadie me moleste. Las llamadas telefónicas las atiendes tú, por favor, solo atenderé las familiares y estas solo incluyen a Lidia.

La joven secretaria sale y suspira aliviada. Aunque lleva varios años trabajando para la empresa de Fernando, no puede evitar sentirse intimidada delante de su nueva jefa. Ella sabe que, aunque la recién empresaria se muestre agradable, debajo de ese matiz cariñoso, hay una pantera que es capaz de poner a temblar a un planeta entero.

—Cambio de planes —se sorprende ante la aparición de Mariana, detrás de ella.

—Usted dirá.

—Cualquier cosa, que me localicen en esta dirección.

—¿Qué le digo a Agustín?

—Que me espere allí. Gracias.

Mariana sale a pasos ligeros del departamento y se replantea si está bien o mal lo que va a hacer. Maritza le ha respondido y no ha dudado en darle la dirección de su casa. El que no la haya rechazado es un punto a favor y ella en aprovechar las oportunidades, es la mejor. Necesita tocar una mujer y nadie tiene mejores atributos, incluyendo los que son sin compromisos, que la entrenadora de boxeo.

—¿Por qué no permites que te toque?

Maritza recupera poco a poco el ritmo pausado de su respiración tras ser volcado por una buena sección de sexo desenfrenado y casi violento que le ha ofrecido su nueva amante.

—Mis demonios, ya te he dicho.

—¿Dirás algún día de que se trata?

Mariana la mira y acaricia el pezón de su teta izquierda, haciendo que jadee ante el caliente tacto. Maritza clava su mirada en ella y sonríe pícara y coqueta.

—Tal vez, pero no prometo nada.

—Yo estaré aquí. Sé que no eres de presentar un compromiso ni una relación a largo plazo, pero el sexo es excelente contigo y desahogarme bajo tu dominio es delicioso.

—Gracias por entender.

La ojiverde acomoda un mechón de cabello detrás de su oreja y besa sus labios, los muerde y chupa antes de invadir su boca con la lengua. Maritza jadea y abre las piernas al sentir la mano de la joven acariciando cerca de su sexo. Se estremece al sentir dos dedos largos esparciendo toda su humedad por sus labios y sumergiéndose en su profundidad. Mariana la contempla con lujuria mientras entra y sale de ella con precisión. Aumenta el ritmo de sus arremetidas, se traga los gemidos de la mujer que se mueve con desesperación bajo sus manos y sonríe satisfecha cuando la boxeadora tiene que separar sus labios para gritar con liberación.

—Si no lo gritas te mueres.

—Me encanta como lo haces y gritar es algo que no puedo evitar.

Mariana recorre su cuerpo desnudo y luego lleva su mirada a sus ojos. Es una tortura dejar ese cuerpo, esa piel tersa, por responsabilidad laboral y no tan laboral.

—¿Ya te vas?

—Los negocios me aclaman.

—Entiendo.

—Eres una mujer inteligente, Maritza. Aprovechemos esto que tenemos, pero no pongamos nombre. Lo hago por necesidad y eres un ser precioso que cumple todas mis expectativas, pero no puedo dar más que esto y te pido disculpas si te sientes ofendida.

—No es algo para formar un drama novelizo, guapa. Somos adultas y el disfrute carnal no los merecemos.

Mariana sonríe y empieza a colocarse la ropa. Observa su teléfono parpadear y se extraña. Varias llamadas perdidas de un número desconocido y otras de Eleonor.

—Eleonor, ¿qué sucede? —dice tras marcarle a esta.

—Lidia ha sufrido un ataque de ansiedad.

—Mierda —dice por lo bajo—, ¿dónde está?

—¿Qué sucede? —pregunta Maritza al observarla tan nerviosa de repente.

Mariana le hace seña para que no le ponga importancia y se despide con un sueve besos en los labios.

—Está en el instituto —responde su abuela con un tono serio.

—Voy en camino.

—No hace falta, ya está recuperada, no dejes de hacer lo que haces.

—Voy en camino y eso no se discute, Eleonor.

—Como desees.

Mariana mira el celular después de colgar. Su abuela está enojada y sus razones tiene, pero ella no es adivina para saber que justo en ese momento de sexo, su hermana iba a tener un ataque de ansiedad. Al salir del edificio un hombre alto, robusto espera por ella.

—Hola, Agustín.

—Buenos días, jefa. Estoy a sus órdenes.

—Por el momento vamos a la escuela donde estudia mi hermana, luego hablaremos tú y yo.

Bajo el reflejo de tu actuación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora