Capítulo 14

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LAURIE

James condujo en silencio. No me molestó, de hecho, agradecí que lo hiciera. Ambos teníamos mucho en qué pensar. Viviríamos la misma historia que cualquier matrimonio si la prueba de sangre nos revelaba si estaba embarazada: amor incondicional para el recién nacido aunque no fuera planeado. Pero era consciente de la realidad en la que vivía con James. Y no, no sería la clásica historia de amor en la que el hombre se pone feliz por la noticia de ser padre.

Sabía que él no cumpliría con mis expectativas. Y eso estaba bien. Amaba a mi esposo tal y como era: sin escrúpulos.

Lo miré de reojo, y me pregunté cuáles eran sus pensamientos respecto al tema «bebé a bordo». Quizá estaba pensando en internados para el futuro rorro.

Esa idea me produjo cierta diversión.

El pobre sufriría con la sola mención del cambio de pañales, los biberones, los llantos, los vómitos, los baños... Bueno, ¡con todo, caray! En el fondo, una parte de mí sabía por qué no quería tener hijos, y no tenía nada que ver con los genes o el hecho de que tendría que compartir mi cuerpo desde el embarazo; era por la responsabilidad que implicaba velar por otro ser humano.

«Los niños y los adolescentes eran fáciles», según él.

Pero, ¿un bebé...?

Llegamos al Hospital. Dejé de darle tantas vueltas al asunto y tomé la iniciativa cuando bajé del vehículo aparcado en el estacionamiento. James me siguió en silencio. Creo que se estaba conteniendo para no soltar algún comentario que me pusiera de peor humor.

Esto era ridículo. No estaba embarazada. La inyección es efectiva si no se olvida.

Pero James era paranoico de nacimiento. Además, ¿qué más daba? De todas maneras, nuestro examen de salud estaba a la vuelta de la esquina; así matábamos dos pájaros de un tiro.

—Pídele al Doctor Díaz que nos atienda. —Él era el encargado de chequearnos a ambos en casos de emergencia. Casi trabajaba para James.

—¿Por qué?

—No quiero ir sólo a ginecología por esto. ¿Sabes? Si le pedimos un examen de sangre, saldrá sí o no si estoy embarazada, entre otras cosas.

Se quedó callado y miró hacia otro lado. En este ascensor, escapar de los pensamientos que le estaban cruzando por la cabeza, no era tarea fácil. Por un momento, me preocupé por James y su falta de paciencia, de tacto, de dominio, ¡de todo! Pero lo conocía mejor que nadie, y sabía que si permanecía callado sin contemplar nada, era porque él solito regulaba su propia frustración. Ésa era su manera de lidiar con los problemas sin estresarme.

Suspiró con ojos cansados.

Sentí esperanza. Quizá encontraría la manera de amar a alguien más, además de mí, si dentro de su cabeza se estaba planteando la posibilidad de tener un bebé conmigo.

Me acerqué a él sin decir nada y apoyé la cabeza en su pecho. Oí el latido acelerado de su corazón; no supe si era por el pánico o mi cercanía. No me apartó o me abrazó, pero agradecí que no me hiciera a un lado o dijera algo que lo estropeara todo. Él sabía que estábamos en territorio virgen, y que más valía no alterar la paz que intentaba entablar a nuestro alrededor.

Llegamos al piso, y ambos nos apartamos y salimos sin dirigirnos la palabra. Lo que sí pasó fue que tomó mi mano como si nada pasara, como si éste fuera un paseo corto por el parque. Quizá se imaginó que estábamos en uno para lidiar con el horror, que de seguro pensó para nuestro futuro.

Yo me hice cargo de todo. Sentí que James explotaría de un milisegundo a otro si perturbaba su burbuja de armonía.

—Buenos días, señor y señora Brown. ¿En qué podemos ayudarles?

¿Sexo o Amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora